El Papa Francisco ha convocado a los cristianos a dedicar un tiempo prolongado para Dios en estos días de Cuaresma. En casi todas las Diócesis, y en muchas parroquias, ofrecen en estos días 24 horas para Dios, con oportunidad de acercarse al sacramento de la Penitencia a todos los que lo deseen, en ese tiempo prologando. Es un DIA PENITENCIAL.
 

 

                Uno de los “poderes” más importantes que Dios ha concedido a los sacerdotes  es el de PERDONAR PECADOS. No lo tiene ningún poderoso de la tierra. El otro poder es el de  CONSAGRAR EL CUERPO DE CRISTO. Estos “poderes” están a disposición de todos. No son para mandar, sino para servir. Y  hay que aprovecharlos con suma  gratitud. Este es uno de los momentos. Permítame el lector que le pregunte: ¿hace mucho tiempo que no confiesas? No importa, es el momento de hacerlo. La misericordia divina está a nuestra disposición. Nos está buscando, como a la oveja perdida, para reconciliarnos con El,  con la Iglesia, con la humanidad.  Los sacerdotes lo estamos haciendo estos días. Te esperamos a ti.

Facilito aquí una ayuda para ello.

Inspirándonos  en el mensaje de Cuaresma del Papa Francisco, examinemos nuestra conciencia para presentarnos ante el trono de la misericordia de Dios, de modo que, recibiendo el don de su perdón, en virtud de la sangre de Cristo,  derramada por nosotros en la cruz, se pueda decir de cada uno y de todos: "Antes erais tiniebla, ahora sois luz en el Señor" (Ef. 5,6)

I                     

Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes. Al contrario, se interesa por cada uno de nosotros. Sin embargo, en nuestro corazón y en nuestras acciones nace a menudo la indiferencia, como una actitud egoísta. Sabiendo que Dios no es indiferente a nosotros, sino que ha enviado a su Hijo para que tengamos vida, pensemos en aquellas veces en las que nuestra indiferencia ha dañado a otros.

En concreto, pidamos perdón...

Por nuestro orgullo y nuestra falta de

humildad. Por nuestra dificultad para perdonar y pedir perdón.
 

Por nuestras críticas, odios e indiferencias, especialmente a quien comparte nuestra vida.


Porque nos cuesta trabajo ponernos en el lugar del otro. Por nuestra acepción de personas.
 

Porque muchas veces no hemos tratado a los demás como deberíamos.

Porque nuestro corazón a menudo no late como el de Cristo.

Porque tantas veces no tenemos un auténtico espíritu de servicio.

... y en general por todas aquellas situaciones en las que nuestro orgullo ha dañado o herido a otros.

II                  

La Iglesia es como la mano que mantiene abierta la puerta de la misericordia de Dios, por medio de la proclamación de la Palabra, la celebración de los Sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Gal 5,6). Hagamos presentes también en este momento aquellas veces en las que no hemos sido esa mano firme.

 

En concreto, pidamos perdón…

 

               -Porque no amamos a la Iglesia como deberíamos.

               -Por nuestras faltas contra la comunión y la obediencia.

               -Por nuestras faltas de fidelidad a la Palabra de Dios.

               -Porque la Eucaristía muchas veces no ha sido el centro de mi vida.

               -Porque no la hemos celebrado con la debida fe, y gratitud.

               -Por nuestra pereza e indolencia, por nuestra superficialidad.

               -Por haber dejado a un lado nuestras obligaciones irresponsablemente.

               -Por nuestra falta de oración para escuchar a Dios y pedir por todas las necesidades de         nuestros hermanos.

 

               Y en general por todas aquellas situaciones en las que como cristianos no hemos servido a Dios y al prójimo, y no hemos dado testimonio como pide la abundante gracia de Dios que hemos recibido.

 

III

A cada uno de nosotros, cercados por la tentación de la indiferencia, se nos llama a la oración, en comunión con la Iglesia terrenal y celestial; a los gestos concretos de caridad y a la conversión sincera, conscientes de la fragilidad de nuestra vida, de nuestra dependencia de Dios y de los hermanos, fortaleciendo así nuestro corazón. Pidamos perdón a Dios también de todo lo que sea autosuficiencia, que cierre nuestro corazón al otro.

En concreto, pidamos perdón...

Porque no tomamos suficientemente en serio la llamada a la santidad que Dios nos hace por mi condición de bautizado.
 

Por confiar demasiado en nosotros mismos y dejar poco espacio a la gracia de Dios.

Porque no hemos dedicado suficiente tiempo a la oración.
 

Porque nuestro pobre amor y seguimiento a Cristo, porque no llena nuestra vida tanto como debiera.
 

Por nuestras faltas contra la castidad, de fidelidad a nuestra concreta vocación o estado, por la falta de limpieza en nuestros pensamientos, intenciones, acciones…
 

Por nuestro apego a las cosas materiales, por nuestro amor al dinero, por dar demasiada importancia a lo que no la tiene.

Por nuestra falta de desprendimiento de las cosas que tengo o uso...

... y en general por todas aquellas situaciones en las que, encerrados en nosotros mismos, nos hemos opuesto a  la gracia de Dios, de la que estamos llamados a ser administradores para bien propio y servicio a los otros.

 

Conclusión

Todo esto, con humildad, y lo que descubramos en nuestro corazón en unos momentos de silencio, lo pondremos ante el Señor en el sacramento que nos reconcilia con Él, con la Iglesia y con los hermanos, de modo que esta Cuaresma, camino de renovación de la Alianza que Él ha sellado con cada uno en el bautismo, y también el ardor primero del Espíritu que nos llamó a ser hijos de Dios, avance decididamente hacia la alegría de la Pascua del Señor.