Hoy iniciamos nuestra segunda semana de Cuaresma y ante la pregunta “¿seguimos con la misma energía de hace solo quince días”? la respuesta, en un 90% de los casos –al menos en el mío-, es “no, por supuesto que no”. Y es curioso, en Navidad nos cuesta menos mantener la atención conforme avanza el Adviento. De la Cuaresma –al menos yo- solo nos acordamos los viernes, algunos viernes. Si hacemos memoria e intentamos recordar qué hicimos, dónde pasamos anteriores Miércoles de Ceniza, probablemente acertaremos, pero si intentamos acordarnos dónde estuvimos un segundo o tercer miércoles de Cuaresma –como el de hoy-, entonces es prácticamente imposible responder.
Aunque con el mejor propósito de centrarme en estos días que quedan para Semana Santa y mantener la tensión, al menos un poco más que el año pasado, cosa que no será nada difícil, también me voy a remontar al inicio de una Cuaresma, en concreto al Miércoles de Ceniza de hace dieciséis años. No sé por qué, o al menos nos lo parece, esta fecha se presenta siempre en la peor ocasión: cuando nos invitan al mejor restaurante, cuando tenemos delante aquel pato laqueado que tantas veces habíamos imaginado, el filete de Kobe con el que habíamos soñado...
A mí me pasó por el estilo. Trabajaba en la NBA y quedamos para cenar mi jefe y yo con los comentaristas de Canal +, Andrés Montes y Antoni Daimiel, en De María, un restaurante argentino excelente de Madrid. Argentino es igual a carne. Y yo, pues pedí una ensalada, mientras los otros tres comensales iban asándose la carne a la piedra al gusto de cada uno. Sí, sé que era ayuno y tocaba no cenar nada, pero al menos pedí una ensalada.
Andrés Montes, que era en la realidad igual que en la televisión, jamás pasaba desapercibido, saludaba a todo el mundo y opinaba sobre cualquier tema que se terciara, me preguntó con su vozarrón: “¿Cervera, por qué no comes esta carne que está tan buena?” Yo le contesté: “Porque es Miércoles de Ceniza” y me quedé tan ancho. Daimiel y mi jefe me miraron un poco extrañados… A Andrés Montes le encantaba debatir y aquella noche de inicio cuaresmal fue la apertura a muchas conversaciones –también en De María- sobre religión y Dios, mantenidas con Daimiel y él, siempre bajo el respeto y gran interés mutuo.
Otra persona que tuve el gustazo de conocer en mi periplo como jefe de prensa de la NBA en España fue Jordi Robirosa, encargado de cubrir la información de baloncesto en TV3. Con “Robi” hasta diseñamos un programa de 30 minutos que estuvo muchísimo tiempo en antena. Robirosa sí que se define como ateo y mi relación con él recordaba la novela de Chesterton La Esfera y la Cruz. Jamás nos batimos en duelo, pero sí que puedo asegurar que aprendí muchísimas cosas de él: una persona con valores familiares excelentes que no dudó en abrir la presentación de su primer libro sobre la NBA –en la que le acompañó el ex base del Barça Nacho Solozábal- diciendo: “Agradezco a Nacho que esté aquí. Él y yo tenemos muchas cosas en común, como por ejemplo haber estado casados siempre con la misma mujer, por supuesto Nacho con la suya y yo con la mía”.
A Daimiel y a Andrés Montes les perdí la pista. Sentí mucho la muerte de Andrés. Hablando poco después con otro periodista de baloncesto que estuvo en Canal +, César Nanclares, me comentó que solía preguntar por mí. A Robirosa todavía lo veo frecuentemente. Aunque hace tiempo que no nos sentamos a tomar café en Sarriá, no falla un solo año en felicitarme la Navidad con originales tarjetas. Sus frases sobre el matrimonio todavía las utilizamos Loles y yo cuando damos cursos prematrimoniales.
Obviamente que los inicios de la Cuaresma nos conducen a muchas cosas, pero, la verdad, no sé por qué a mí me lleva a recordar aquellos años cortos, pero muy intensos, en la NBA. Lo que sí sé es que de las etapas que has recorrido en tu vida te quedas con la gente, con aquellos que has conocido y que marcaron un tiempo de trabajo, de vacaciones, de estudios... Para mí, mi paso por la NBA está mucho más ligado a gente como Andrés, Daimiel y Robirosa, gente que dejó una profunda huella en mi vida, que a cualquiera de las canastas del mismísimo Michael Jordan.