La Misa de Réquiem en re menor, K. 626 de Wolgang Amadeus Mozart, que tal es su nombre técnico, mejor conocida como Requiem de Mozart, -aunque probablemente sería más correcto llamarlo, como veremos, Requiem de Mozart-Sussmayr-, es una de las piezas de música clásica más queridas del público melómano, y también, justo es reconocerlo, una de las de mayor calidad musical nunca escrita.
El Réquiem constituye la última de las diecinueve misas, entre las cuales la Misa de la Coronación que tan bien conoce el habitual visitante de esta columna (pinche aquí si no vino el día que lo publicamos), escritas por Mozart, y se basa en los textos latinos de un réquiem que, como se sabe, no es otra cosa que el acto litúrgico que la Iglesia Católica celebra con ocasión del fallecimiento de una persona.
Las circunstancias en las que se produce el encargo de la obra han dado pábulo a cientos de historias y de leyendas, entre las cuales la mejor conocida hoy, la de la extraordinaria película “Amadeus”, que presenta una relación tan tortuosa como ficticia basada en los celos del compositor italiano Antonio Salieri hacia Mozart. Y si bien es cierto que el encargo lo hace un desconocido vestido de negro que rehusa identificarse, no es en cambio desconocido que se trataba de un tal Franz Anton Leitgeb, emisario a su vez del Conde Franz von Walsegg, que quería dedicar el réquiem a su propia esposa fallecida y hacerlo pasar por suyo, razón por la que no se identificó al hacer el encargo.
El gran compositor de Salzsburgo Wolfgang Amadeus Mozart empieza a escribirlo en septiembre de 1791, al volver de Praga adonde había ido para dirigir su propia obra “La clemencia de Tito” para el Emperador. Pero de hecho, su temprana y repentina muerte, acontecida el 5 de diciembre del mismo año cuando todavía no había cumplido los 35, le obligará a dejarlo inconcluso.
Constanze Weber, su viuda, le pide su conclusión al discípulo de su marido Joseph Leopold Eybler (17651846), si bien, será finalmente Franz Xaver Süssmayer (17661803), otro discípulo, el que la lleve a cabo, con lo que la historia hacía justicia, pues era el que más cerca había estado del maestro en su lecho de muerte, trabajando con él, precisamente, en la composición del Requiem.
De las ocho secciones que lo componen, Mozart sólo termina de modo completo las dos primeras, el Introitus y la magnífica fuga del Kyrie, de complicadísima interpretación, así como, posiblemente, de la III Secuencia el Dies Irae. Del resto de la III Secuencia y el Ofertorio las partes vocales proceden de la mano de Mozart, así como también algunos fragmentos de cuerda y de viento, siendo completado el resto por Sussmayr, que lo hace siguiendo las instrucciones del maestro. El Sanctus, el Benedictus y el Agnus Dei pertenecen enteramente a Sussmayr. Y en cuanto a la octava sección, la que culmina el Réquiem, a saber, el Communio, es una readaptación realizada por Sussmayr del Introitus y el Kyrie, con lo que consigue que la pieza se cierre de la misma manera que se abre, un recurso no infrecuente que el propio Mozart había utilizado ya, por ejemplo en la Misa de Coronación, y que, de paso, resuelve de manera muy leal la autoría del salzburguense.
Se puede decir, redondeando, que Mozart compuso enteramente algo menos de un tercio del Requiem, Süsmayr algo menos del segundo tercio, y los dos al alimón, bien que a las órdenes y con las instrucciones de Mozart, casi la mitad. Dedicado a la música religiosa, -a su pluma se deben un Avemaría, Moisés, Il turco in Italia, Der Spiegel von Arkadien, Soliman el Negro, Das Hausgesinde-, Süsmayr toca la cumbre, precisamente, en las leales aportaciones que realiza al Requiem de su maestro.
En cuanto a la obra, ésta es su estructura:
Réquiem æternam
II.Kyrie eleison
III.Sequentia
Dies iræ
Tuba mirum
Rex tremendæ maiestatis
Recordare, Iesu pie
Confutatis maledictis
Lacrimosa
IV.Offertorium
Domine Iesu Christe
Hostias et preces
V.Sanctus
VI.Benedictus
VII.Agnus Dei
VIII.Communio
Lux æterna
La “maldición del Requiem” que aqueja a Mozart –no en balde muere en su elaboración-, acompañará también a su segundo autor, Sussmayr, que morirá de tuberculosis el 17 de septiembre de 1803, a los 37 años, una edad muy parecida a aquélla en la que lo había hecho Mozart. Pero no sólo a él: también a Joseph Leopold Eybler, el otro discípulo de Mozart al que Constanze había propuesto terminar la obra, que aunque murió a avanzada edad, 81 años, sufrió un derrame cerebral en 1833, dirigiendo precisamente el Requiem.
En cuanto al estreno de la obra, aunque según parece ya se interpretaron fragmentos en una misa en memoria del genio de Salzburgo celebrada el 10 de diciembre de 1791, no se produjo en su versión completa hasta el 2 de enero de 1793, en un concierto celebrado en Viena a beneficio de Constanze Weber, su viuda. Por su parte, el Conde Walsseg alcanzó a dirigirla en la misa que conmemoraba la muerte de su esposa celebrada el 14 de diciembre de 1793. Pero si lo que quieren Vds. es acudir a una excelente interpretación del Requiem de Mozart-Süssmayr, están a tiempo de hacerlo mañana mismo jueves, en el Auditorio Nacional, donde la Orquesta y Coro Filarmonía, dirigida por Pascual Osa y acompañada de un extraordinario elenco de trescientas voces, lo hará resonar hasta el cielo de Madrid.
Por lo demás y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, les sigo esperando en esta columna.
©L.A.
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