La situación eclesial del momento es realmente penosa. Sólo tenemos que asomarnos a las noticias para darnos cuenta de que las estructuras eclesiales necesitan de una fuerte renovación y santidad. Renovación, porque la burocracia es el mejor nido para todo tipo de corrupciones. Santidad, porque de nada valen las reformas cuando hemos perdido la conciencia misma del pecado. Peor, aunque llueva granizo sobre los fieles, tenemos que contener nuestra humana tendencia a señalar el pecado ajeno y a olvidar el que llevamos dentro de nosotros.

Si olvidamos la viga que llevamos con nosotros, de nada sirve señalar la paja que vemos en el ojo del hermano. ¿Hermano? Incluso el sentimiento de hermandad está en crisis actualmente. Pero aún así, roguemos a Dios para que nos ayude a tener remedio por medio de la Gracia de Dios.

Yo reconozco mi culpa, dice el salmista. Si yo la reconozco, dígnate tú perdonarla. No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos rectamente y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusarse a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás. No es así como nos enseña el salmo a orar y dar a Dios satisfacción, ya que dice: Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. El que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón(San Agustín. Sermón 19,2)
 
 
¿Tendrán remedio las estructuras eclesiales? Lo tendrán en la medida en que quienes las conforman busquen la santidad a través del Señor. No tendrán remedio, todas aquellas estructuras que estén pobladas de oportunistas que buscan su beneficio personal.

Este miércoles 6 de marzo se inicia la Cuaresma. La Cuaresma es tiempo de oración, ayuno y limosna. Decir esto no deja de ser complicado. Complicado porque oración, ayuno y limosna son acciones que también generan roces entre nosotros mismos. Más de una vez me he encontrado contrastando puntos de vista sobre estas tres columnas de la Cuaresma. Me he dado cuenta de lo complicado que resulta llegar a vivir la vida de fe de forma fraterna. Ya casi no me atrevo a señalar textos de la Tradición Apostólica sobre esto, ya que hay muchas personas que se sentirán dolidas o puestas en cuestión. Vivimos dentro de una Torre de Babel en la que cada cual habla un lenguaje diferente y contrapuesto.
 
Por ello, creo que esta Cuaresma es imprescindible orar al Espíritu Santo. Orar para que vuelva a hacer el milagro e Pentecostés y seamos capaces de entendernos de nuevo. En todo caso, no se trata de ver la paja en ojo ajeno. Ninguno nos salvamos. La viga que llevamos con nosotros se ha convertido en un inmenso granero. Un granero que nos impide ver a nuestros hermanos como prójimos. En esta triste situación, incluso el silencio se llega a entender como un ataque. Dios nos ayude.