Ernest Hello es uno de los grandes escritores católicos franceses del siglo XIX, aunque mucho menos conocido que la mayoría de sus coetáneos. Fervoroso, combativo, de profundas convicciones, Hello dedicó su vida a defender a la Iglesia desde su finca familiar en Keroman, en la Bretaña francesa, donde pasó su vida junto a su esposa, que dedicó su vida a cuidar de su marido, aquejado desde su infancia de una enfermedad en los huesos.
Claro que cuando uno se entera de que fue alabado con entusiasmo por el Santo Cura de Ars y de que se le considera maestro de Léon Bloy (que le llamaba cariñosamente «el loco»; sí han leído bien, Bloy tildaba de loco a Hello, ya se pueden imaginar), cae en que quizás valga la pena detenerse algo en las pocas obras disponibles en nuestro idioma de Ernest Hello. En una de ellas, Fisonomías de santos (BAC, 2017), encontramos esta pequeña joya a propósito del Sagrado Corazón:
“«Cuando la ciudad se haya enfriado en el mundo envejecido – dijo san Juan a santa Gertrudis- yo le revelaré los secretos del Sagrado Corazón».
El mundo ha envejecido; el caso ha llegado.
[…]
Nuestro siglo está agotado, con sangrías en todos sus miembros; la caducidad entorpece sus órganos: está gastado, fatigado, consumido.
Pero Dios posee recursos que sólo aparecen cuando todos los demás han concluido. La Omnipotencia juega con las imposibilidades, y este juego es su victoria. Por esto bajo la planta temblorosa de la vieja humanidad se abren manantiales de vida, que no descubrió la mano del hombre, sino la de Dios: no los abrió el progreso, sino la misericordia divina, omnipotente e invencible.
La Concepción Inmaculada y el Sagrado Corazón son manantiales que nada deben a la industria humana y de los que la humana naturaleza puede recibir mucho.
Las situaciones desesperadas reclaman inesperados recursos; y como los secretos de María y los de Jesús son inagotables, la Concepción Inmaculada y el Sagrado Corazón no son dones cuya eficacia termine en el acto, sino manantiales abiertos que hay que ahondar, ahondar siempre, y que dan tanto más cuanto más han dado ya. En otros órdenes de cosas, cuando más se toma, menos queda por tomar; en éste, al contrario: los manantiales se enriquecen en proporción a los dones que prodigan, y cuanto más dan, más tienen para dar; cuanto más se les profundiza, más fecundos son y su abundancia crece bajo el deseo que los penetra”.
Escritas en 1875, las palabras de Hello resuenan con mayor fuerza si cabe en nuestros días. Porque, ¿no responde nuestra mundo perfectamente a las palabras del escritor bretón? Envejecido, gastado, fatigado, consumido; somos ya incapaces de creer en el progreso o en cualquiera de los sucedáneos seculares que han intentado suplir el vacío dejado por una religión que nos vanagloriamos insensatamente de haber expulsado de nuestras vidas; no otra cosa es el postmodernismo.
Pero cuando todo parece acabado, nos recuerda Hello, Dios es capaz de hacer lo imposible y derramar sobre esta agotada humanidad nuevos torrentes de vida que nosotros, con nuestras solas fuerzas, éramos incapaces de descubrir. Su Sagrado Corazón, junto a su Madre Inmaculada que nos ha entregado como madre también nuestra, constituye el gran don que Dios nos hace, un don que lejos de agotarse, crece cuanto más recurrimos a él y donde se encuentra el remedio a nuestros males, el único manantial capaz de revitalizar nuestro deprimente mundo. Hoy, más incluso que en el último tercio del siglo XIX, las palabras de Hello son el mensaje que el mundo espera.