Dicho sea que estos actos filantrópicos y solidarios son maravillosos, pero se quedan en la superficie del sentido trascendente de la frase de Cristo. Veamos lo que nos dice San Gregorio Nacianceno:
¿Te imaginas que la caridad no es obligatoria sino libre, que no fuera una ley sino simplemente un consejo? También lo quisiera yo y lo pensaría con gusto. Pero la mano izquierda de Dios me espanta, allí donde ha colocado los cabritos para dirigirles sus reproches, no porque hayan robado, extorsionado, cometido adulterio o perpetrado otros delitos de este orden, sino porque no han honrado a Cristo en la persona de sus pobres.
Si me queréis creer, vosotros, siervos de Cristo, hermanos suyos y coherederos con él, mientras no sea tarde, visitemos a Cristo, sirvamos a Cristo, alimentemos a Cristo, honremos a Cristo, no tanto ofreciéndole una comida como hacen algunos, o el perfume como María Magdalena, o una sepultura como José de Arimatea, o Nicodemo, u oro, incienso y mirra, como los Magos.
“Misericordia quiero y no sacrificios.” (Mt 9,13) Esto es lo que quiere el Señor del universo, la compasión antes que miles de corderos cebados. Presentémosle la misericordia por manos de los abatidos por la miseria, y el día de nuestra muerte nos “recibirán en las moradas eternas” (Lc 16,9), en Cristo mismo, Nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. (San Gregorio Nacianceno Sermón 14. 27, 28, 39-40)
Cristo nos habla de la diferencia entre las apariencias y la realidad. Los sacrificios de animales cebados eran la forma en que se pretendía adorar y honrar a Dios. Estos sacrificios aparentes se pueden homologar a los programas de televisión que hacen de la ayuda a los necesitados un show que tiene como fin último, publicitar productos comerciales. Indudablemente que dar dinero a quien lo necesita es siempre bueno, pero la misericordia es más que dar cosas materiales a quienes lo necesitan. La caridad es más que solidaridad, ya que implica donarse y no diferenciar entre el sufrimiento de unos y otros. No elegir los sufrientes que nos gustan y olvidar los demás.
En la Cuaresma se nos propone la limosna como herramienta de gran valor para nuestro camino hacia la Pascua. Pero la limosna suele entenderse en su forma externa, como la apariencia de dar algo de nuestro dinero para que otros lo repartan. Como es lógico, hacer esto está bien, pero como cristianos hay que donar lo que más valor tiene de nosotros a los demás, sobre todo a los que sufren. ¿El dinero es lo que más valor tiene en nosotros? Seguramente tengamos capacidades, virtudes y dones que podemos entregar a quienes lo necesitan.
Cristo quiere “la compasión antes que miles de corderos cebados”. Cristo quiere que padezcamos junto con el que sufre antes que producir shows y apariencias exteriores. “Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6, 3-4)
No pasa nada si los demás piensan que somos poco caritativos, ya que la verdadera caridad es invisible para los ojos de quienes la cuentan por el peso de lo que donamos. La verdadera caridad se viste de sonrisa, aprecio, ánimo y cercanía. La verdadera caridad no desprecia a quien recibe o le llena de cosas que no necesita realmente. La verdadera caridad es Dios que se transparenta a través de nosotros y llega a los demás.