El horripilante y cobarde asesinato de veintiún cristianos coptos por los demoníacos verdugos del Califato islámico en una nueva escena que parece rodada en los sótanos del mismísimo infierno, ha producido como reacción la represalia del estado egipcio en forma de operación de castigo contra posiciones del Califato Islámico en Libia.
Hace unos pocos días teníamos ocasión de conocer la operación similar llevada a cabo por la aviación jordana en respuesta por la horrible incineración de un pobre piloto jordano, en la que observábamos a unos musulmanes tomando represalias contra otros musulmanes por la muerte de un musulmán. Lo que ya era suficiente prueba de que las primeras víctimas de del terrorismo musulmán pueden ser y son los demás musulmanes, y de que los musulmanes pueden llegar a sentir a sus correligionarios terroristas –y de hecho los sienten- como un peligro contra sí mismos antes que como adalides de ninguna guerra santa.
Lo que hemos contemplado hace tres días es aún más paradójico. Un estado confesionalmente musulmán, miembro de las Cumbres islámicas y de la Liga Arabe -de hecho, uno de sus más importantes componentes-, que tomaba una represalia contra otros musulmanes… ¡¡¡por haber asesinado a unos cristianos!!!
Es una verdad de Perogrullo sobre la que sin embargo, pocos han reparado. Pero todo ello demuestra, para alivio del mundo, que la guerra presente no es una guerra entre el islam y el cristianismo, sino que es, -y nunca debemos olvidarlo-, una guerra entre el bien y el mal, que es en lo que siempre consiste el combate contra los terroristas, los cuales, por el solo hecho de serlo, no pueden ser admitidos como interlocutores de ningún tipo (error que hemos cometido en España demasiadas veces) ni pueden representar jamás a una causa, a la cual, por justa que ésta pudiera llegar a ser, no hacen sino envilecer con su concurso.
Lo ocurrido anteayer nos tiene que ayudar a recordar que son muchos los musulmanes que detestan el terrorismo y están dispuestos a combatirlo, exactamente igual que lo hizo
Ahmed Merabet, policía nacional del barrio XI de París, fría, salvaje, cobarde, inhumanamente rematado en el suelo por personas de su misma religión cuando el 7 de enero del presente año rendía su último servicio a la paz, a la convivencia y, finalmente, a su patria y a sus compatriotas, ora musulmanes, ora cristianos.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana les invito de nuevo a esta casa.
©L.A.
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