Y ustedes me dirán, con toda la razón, que este no es el titular más propio para un blog católico. Ni siquiera es, lo reconozco, un epíteto que deba salir de una boca que se dirige con frecuencia a Quien me escucha en el Sagrario. Pero es que en días como hoy, todo eufemismo se me antoja tan vacío como las excusas hediondas que esgrimen quienes justifican la muerte de Eluana. En la humildísima opinión de este servidor, quienes han asesinado a esta joven italiana, dejándola morir de hambre y de sed (o acelerando su muerte, ya nos lo dirán los forenses) no son más que una tropa de grandísimos hijos de puta. Siendo un insulto como es, la RAE me dice que hijo de puta es tanto como decir "mala persona", pero en bronco, claro. En este caso, por tanto, creo que me quedo corto. Ni persona pueden ser considerados los que abocan a una enferma indefensa a muerte tan vil, en condiciones tan inhumanas que han tenido que huir de la ley, del sentido común y hasta de los hospitales que se negaban a ver cómo se apagaba una vida por mero egoísmo de sus cuidadores. Hijos de puta, sí, quienes dicen que miraban por Eluana, "por su muerte digna". Que los tengan a ellos sin comer ni beber hasta que mueran, desnutridos y deshidratados, a ver cuán digna les parece su suerte. Y escupen "¡Pero si la han sedado para que no sufra!". Ah, bueno, entonces me retracto. Más aún, propongo que en África no se distribuya ayuda humanitaria sino morfina y analgésicos, para que los niños que mueren por desnutrición no padezcan en sus carnes el dolor de la ignominia. Bonita metáfora de nuestra civilización fin de siglo: si nos anestesian, qué más da que nos dejen morir cruelmente... Lo importante no es que la joven muera o viva, no. Para esta patulea de ratas hipócritas, lo importante es que muera "sin que se entere". A eso, antes de que el progresismo fagocitara el lenguaje, se le llamaba matar a traición. Y lo más dramático es que había gente dispuesta a dar su vida por Eluana. Había religiosas, médicos, familias, voluntarios, católicos, protestantes, agnósticos, gente de toda clase y condición dispuesta a cuidar de ella hasta que su vela se apagase conforme a los criterios de la naturaleza. Y no mento a Dios, porque para un caso como este, ni siquiera es necesario entrar en el debate de la fe; se puede defender con criterios del mundo, que así de pobres son los argumentos de quienes han festejado el suplicio de Eluana, mártir. No se trataba de un debate intelectual, de argumentar y exponer sobre el campo de la entelequia teórica. Personalmente, no tengo problema en debatir con quien sea, y jamás esgrimiré un insulto en una discusión teórica porque alguien no piense como yo. Pero aquí, no nos engañemos, no se han dado razones sobre eutanasia sí o eutanasia no. Aquí se trata, simple y llanamente, de que un grupo de infames ha dejado de alimentar a quien necesitaba que alguien le diese de comer. Han dejado de hidratar a quien no podía beber por sí misma. Han dejado de medicar a quien necesitaba medicinas. Han decidido que quien vivía iba a estar mejor muerta. Han pensado que sus cuarenta kilos no merecían ser limpiados, cuidados, mimados, amados y preservados. Han matado a quien se aferraba a la vida. Eso no son progres. Son hijos de puta. . José Antonio Méndez