Tal como expliqué hace tiempo en otro artículo, una de las actividades que procuro realizar con mis alumnos es la visita al templo más cercano y con ella hacerles una explicación tanto de los elementos que lo componen como la relación que tienen con los sacramentos que en ellos se celebran. La visita al confesionario es una de las más festejadas y en ese momento, como en otros durante el curso, surgen muchas cuestiones sobre el pecado, el perdón o la confesión.
- ¿Pero por qué tenemos que decirle nuestras cosas malas a un señor?- Pregunta uno de los alumnos.- Yo prefiero decírselas directamente a Dios, por que al cura no le importa lo que yo haga o deje de hacer.
- Bueno, en primer lugar le importa y muchísimo, aunque quizás no como tú crees.
- ¿Por qué?
- Pues porque si se consagró como sacerdote es precisamente por ti y para ti
- ¿Para mí?
- Para ti y para cada uno de nosotros y en especial para los que tiene a su cargo dentro de su puesto concreto en la Iglesia. Y por eso su deseo sería que tuvieses un encuentro profundo con Jesús y tus pecados dificultan que tú tengas esa experiencia, o mejor dicho, son como una venda que te pones que te impiden ver muchas veces su amor.
- ¿Pero debo entonces darle detalles de mi intimidad? ¿No resulta eso morboso?
- No, no- río- eso solo ocurre en las malas películas. Los pecados tienen nombre y apellidos
- ¿Cómo?
- Me refiero a que si tu pecado es de desobediencia hacia tus padres, o de egoísmo, o de querer imponer siempre tus criterios sin tener en cuenta la opinión de los demás, o de usar la sexualidad como mero medio de darte placer... no hace falta que des más datos. Otra cosa es que además de la absolución quieras que el sacerdote te de alguna orientación o consejo entonces le darás la información del caso que te parezca oportuna. Nada más
- Pero sigo sin entender por qué no me puedo dirigir a Dios y que Él me perdone.
- Vamos a ver, Dios ya te ha perdonado haciéndose hombre y cargando con tus pecados en la cruz, y efectivamente claro que puedes dirigirte a Dios para pedirle perdón. De hecho la Iglesia aconseja que se confiesen todos los pecados, pero también afirma que no es necesario si son leves, lo que se llama “veniales” y de hecho si recordáis al principio de la misa hay un rito penitencial en el que pedimos perdón a Dios rezando el “Yo confieso” o el “Señor ten piedad”. Pero si te diriges a Dios directamente es porque te importa cumplir su voluntad, ¿no?
- Pues... -duda- sí, supongo.
- Entonces, si es importante para ti, respetarás que se deba hacer como Él lo indique.
- Pero no creo que Dios haya dicho “id al confesionario”
- No, no, evidentemente... al menos no de esa forma. Lo que Dios ha hecho es encargar a su Iglesia que transmita su perdón, por eso Jesús después de su resurrección dejará encargado a sus Apóstoles una tarea muy grande, “A quienes les perdonéis sus pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,23). No es que la Iglesia o el sacerdote tengan un poder en sí mismos, sino que hacen el servicio, lo que se llama un ministerio, de hacerte llegar su perdón. Luego la Iglesia ya estudiará las fórmulas que crea mejor para hacerlo, de hecho a lo largo de la historia el perdón se ha administrado de diferentes maneras, aunque en esencia fuese lo mismo.- Parece que los chavales le están dando vueltas al asunto, cada respuesta les plantea una nueva inquietud, esto es bueno.
- Mirad - prosigo- os leo qué es lo que dice el sacerdote en el momento de darte la absolución, veréis que preciosidad: “Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz.”
- Pero entonces, si tal como dices y has leído Dios ya nos ha perdonado, ¿por qué tenemos que ir a pedir perdón? ¿no lo tenemos ya?
- Esa es una gran pregunta. Verás, Dios te ha perdonado, pero hay algo que no va hacer por tí, que lo tienes que hacer tú mismo- los chicos parecen muy interesados
- ¿Qué?
- Que tú pidas perdón y que desees recibirlo. Hay mucha gente a la que le importa tres pimientos el perdón de Dios, pero a esos seguramente no los verás en el confesionario- risas.
- ¿Pero qué pasa si hay cosas que yo considero que no son pecado?
- Bueno, no van a ser pecado o dejar de serlo porque tú o yo lo decidamos ni van a dejar de hacernos daño en nuestro ser más profundo porque les quitemos la etiqueta. Es cierto que muchas veces tenemos la conciencia tan anestesiada con todas la películas y la presión social, en las que parece que vale todo, que en ocasiones no tenemos conciencia (valga la redundancia) de pecado, pero para eso la Iglesia viene en nuestra ayuda y nos ilumina y nos invita a la práctica de la oración o la escucha de la Palabra, por ejemplo.
- ¿Pero entonces me confieso o no?
- Confiésate, confiésate, que ante la duda y frente a la gracia de Dios, más vale que sobre que no que falte. Eso siempre.
Que nadie crea que la cosa acabó aquí, la inquietud del joven cuando se abre a la trascendencia no tiene fin, gracias a Dios... otro día más.