“De repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento, que llenó toda la casa en que se encontraban. Se les aparecieron una lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”.

(Hechos 2:2-4)

PRESENTACION

El cristianismo no es judaísmo, y no es necesario ser judío para ser cristiano. Sin embargo, el cristianismo surgió históricamente del judaísmo, y por eso el hecho de conocer nuestras raíces nos permite una mayor comprensión de nuestra comunidad de fe en Dios.

El fondo histórico de la celebración del Pentecostés cristiano es la fiesta judía denominada Shavuot o Fiesta de las Siete Semanas (Éxodo 34:22), durante la cual se celebra el quincuagésimo día de la aparición de Dios en el Monte Sinaí para entregar a Moisés las tablas de los Diez Mandamientos, o sea, la Toráh o Ley judía.

El término Pentecostés deriva del griego Pentekosté, que significa el quincuagésimo día, y describe la fiesta que se celebra a los cincuenta días después de la Pascua, lo cual pone fin al tiempo pascual.

La Iglesia Ortodoxa celebra además en este día la festividad de las Tres Divinas Personas o la Santísima Trinidad, aunque las iglesias ortodoxas occidentales celebran desde el siglo XIV su propia fiesta llamada Trinitatis, una semana después de Pentecostés. La Iglesia Católica celebra en Pentecostés la venida del Espíritu Santo, y es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad. La liturgia de este día incluye la secuencia medieval Veni, Sancti Spiritus o Ven, Espíritu Santo.

No hay registros de la celebración de esta fiesta en el siglo I con connotaciones cristianas. Las primeras alusiones a su celebración se encuentran en escrito de San Ireneo de Lyon, Tertuliano y Orígenes, de finales del siglo III y principios del siglo IV. Ya en el siglo V hay testimonios de que en las grandes iglesias de Constantinopla, Roma y Milán, así como en la Península Ibérica, se festejaba el último día de la cincuentena pascual.

SHAVUOT: EL PENTECOSTES JUDIO

Originalmente se denominaba Fiesta de las Semanas y tenía lugar siete semanas después de la Fiesta de los primeros frutos (Levítico 23:15-21). Siete semanas son cincuenta días, de ahí el nombre de Pentecostés, o sea, cincuenta, que recibió más tarde.

Según Éxodo 34:22 la fiesta se celebraba al término de la cosecha de cebada y antes de comenzar la del trigo. Era una fiesta de fecha movible, pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha a su sazón, pero casi siempre tenía lugar durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro mayo/junio.

Originalmente esta fiesta tenía un sentido fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero posteriormente se le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta misma fecha el hecho de la Alianza y la entrega de la Ley al pueblo judío.

En efecto, Pentecostés pasó a conmemorar la alianza de Dios con el pueblo judío que se encontraba en el desierto del Sinaí después del éxodo de Egipto y, específicamente, la entrega de la Toráh o Ley al pueblo de Israel por parte de Dios a través de Moisés.

La festividad de Shavuot se celebra cincuenta días después del Pesaj o Pascua, y constituye la culminación del proceso de salvación: en la Pascual el pueblo judío fue liberado de la esclavitud de Egipto, y en el Shavuot o Pentecostés toma conciencia del para qué fue liberado: para hacer la voluntad de Dios expresada en su Ley.

La Toráh o Ley judía se convierte así en el gran regalo; la gran primicia de Dios para la vida humana, porque en el cumplimiento de esa Ley el ser humano encontrará la felicidad.

Para los judíos Pentecostés era una gran fiesta, una de las tres fiestas anuales de peregrinación a Jerusalén que se celebraban en Israel. Es decir, para decirlo de una forma gráfica, el Espíritu Santo usó la aglomeración que llenaba las calles de Jerusalén para manifestarse a los ahí presentes por medio de los Apóstoles de Jesús.

EL PENTECOSTES CRISTIANO

Aunque durante mucho tiempo, y debido a su importancia, la festividad de Pentecostés fue denominada por el pueblo la segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene como máxima solemnidad después de la Pascua, no pretende hacer un paralelo entre ambas. Muy al contrario, lo que busca es formar una unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la cincuentena pascual. O sea que Pentecostés es una fiesta de plenitud y no de inicio. Por ello no podemos desvincular Pentecostés de la fiesta principal, que es la Pascua.

Pentecostés no es una fiesta autónoma y no puede quedar sólo como la fiesta en honor al Espíritu Santo, a pesar de que hoy en día son muchos los fieles que aún tienen esta visión parcial, lo cual lleva a empobrecer su contenido. En Pentecostés los cristianos tenemos la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, su Ascensión y la venida del Espíritu Santo.

Es aconsejable tener presente que todo el tiempo de Pascua es también tiempo del Espíritu Santo, que es fruto de la Pascua. El Espíritu Santo estuvo presente en el nacimiento de la Iglesia y, además, siempre está y estará presente entre nosotros inspirando nuestra vida, renovando nuestro interior e impulsándonos a ser testigos en medio de la realidad en la que debemos vivir.

PENTECOSTES Y EL ESPIRITU SANTO

En el cristianismo, Pentecostés es el fruto de la obra realizada por Jesucristo; el resultado de sus merecimientos y de la presencia del Espíritu Santo. El Apocalipsis de Juan describe perfectamente al Espíritu Santo: “Un río de agua viva, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero” (Apocalipsis 22:1).

El primer sermón de Cristo comenzó así: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lucas 4:18). Ireneo de Lyon lo resumió en la siguiente frase: “El Padre se complace y ordena, el Hijo obra y forma, el Espíritu nutre e incrementa” (Adversus Haereses 4,38).

El Pentecostés cristiano es la confirmación de la promesa de Jesús: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hechos 1:5). Gracias a ello se formó la unidad espiritual de todos aquellos que recibieron el Espíritu Santo, llegando así a todos los pueblos. Esto se ve simbolizado por el llamado ‘Milagro de Pentecostés’: “Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas, según en Espíritu les concedía expresarse” (Hechos 2:3-4).

Que todos el pueblo ahí presente, sin importar su nacionalidad o procedencia, entendiera a los apóstoles en su propia lengua fue debido a la glosolalia, que es el don milagroso de hablar uno o varios idiomas distintos al propio, los cuales no han sido aprendidos por medios naturales.

CONCLUSION

Que el Espíritu Santo haya descendido sobre los apóstoles durante la fiesta judía de Pentecostés significa que los cristianos tenemos otra ley distinta a la de los judíos: la ley del Espíritu Santo; ley que supera a la Toráh en cuanto a que no está escrita en uno o en muchos códigos, pues de lo que se trata es de vivir permanentemente en sintonía con el Espíritu de Dios.

Por ello, invoquemos una vez más al Espíritu Santo, para que nos regale su luz y su fuerza y, sobre todo, para que nos haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.