Si el alto el fuego recién firmado ante notario franco-alemán tiene los días contados es porque no se trata de delimitar las lindes de la geografía sino de la historia. En otras palabras, no es posible acotar el halo romántico que el primero de mayo tiene para unos ni la temperatura suave que la primavera de Praga aporta a otros. Eso lo sabe bien Putin, quien, al firmar, actúa como esos carrileros taimados que, tras darle un codazo al rival, se deja caer cuando ve venir al árbitro.
Huelga decir que el árbitro no tiene ganas de meterse en líos. De hecho, Estados Unidos amenaza a Rusia al modo en que mi madre, después de una trastada, me amenazaba a mí con la zapatilla: desde lejos. Todos los hijos saben que la zapatilla es un arma escasamente disuasoria. Otra cosa es la correa del padre, que Obama no está dispuesta a blandir siquiera como potencial amenaza al expansionismo ruso. Tengo para mí que la prudencia de occidente no se apuntala en el miedo al enfrentamiento bélico, sino al perjuicio económico. Occidente entiende que el futuro del mundo se dirime no tanto en el campo de batalla como los mercados internacionales. Occidente cree que el rublo no es más un dólar que tararea el Kasachok.