Es 24 de diciembre y me encuentro subiendo y bajando las escaleras mecánicas del Corte Inglés. Los que me conocen saben que soy muy poco previsor -por no decir que soy un verdadero desastre-, con lo cual me quedan varios regalos por comprar y se ha iniciado ya la cuenta atrás. “¿Perfumes o colonias? No, no sé cuáles les gustan. ¿Calcetines? Ya tienen y es muy poca cosa. ¿Películas? Por supuesto, ¡qué buena idea!”

Me dirijo rápidamente a la cuarta planta y comienzo a buscar en películas religiosas. No la encuentro y paso a la zona de españolas. Tampoco, y voy al de documentales. “Seguro que no la tienen”, pienso enfadado. Total, que me acerco a una dependienta y con voz un poco tímida, para que no se oiga mucho, le pregunto: “¿Tienen una película sobre un sacerdote que murió en la montaña?” Ella, sin dudarlo, dice, con fuerza, claridad y añadiendo una sonrisa: “¿Se refiere a La Última Cima? Por supuesto, venga por aquí.” Y me muestra un pequeño córner, dedicado exclusivamente a la obra maestra de Juan Manuel Cotelo...

Estoy convencido que, con el tiempo, La Última Cima marcará una época en la era del cine documental. Cuando pensemos en el género ya no evocaremos las focas nadando en invierno hacia aguas más cálidas ni los soldados, grabados en blanco y negro a miles de metros de distancia, desembarcando durante la Segunda Guerra Mundial. Los documentales tendrán como referencia la historia de Pablo Domínguez, no solo por el gran lenguaje cinematográfico expresado en la película, sino por el impacto que la vida de este sacerdote habrá causado en la existencia de muchos. De hecho, cuatro años y medio después de su premier en España, La Última Cima todavía ha sido estrenada en este 2015 en Alemania, décimo octavo país que la ha exhibido.

Mi vida, desde luego, no sería la misma si no hubiera conocido, a través de La Última Cima, a Pablo Domínguez. El martes pasado, 11 de enero, se cumplieron seis años del día en que el sacerdote comenzó los ejercicios espirituales que predicó a las monjas cistercienses de Tulebras. Después de cuatro días, partió al Moncayo y, de allí, al abrazo eterno con el Padre, donde, parafraseando a Santa Teresita, “derrama constantemente una lluvia de rosas”.

Uno de los testimonios más valiosos de Pablo Domínguez son los propios ejercicios de Tulebras, recogidos en Hasta la Cumbre (editorial San Pablo). Aunque soy un perfecto analfabeto en temas teológicos, yo consideraría este libro uno de los mejores tratados de la materia que se han escrito recientemente: fresco, directo, con rabiosos temas de actualidad (las tentaciones, el agradecimiento, la cruz, la muerte, la Eucaristía, el perdón…) expresados de forma sencilla y fácil de entender.

Con la Cuaresma a la vuelta de la esquina y en fechas tan señaladas para meditar como Nuestra Señora de Lourdes (anteayer) o la fiesta (mañana) de San Cirilo y San Metodio, patronos de Europa –¡vaya si el Viejo Continente necesita oraciones!-, os recomiendo fervientemente leer o releer Hasta la Cumbre (no estaría de más ver de nuevo La Última Cima, www.infinitomasuno.org) para dejaros tocar por esos pétalos que llueven constantemente desde el Cielo y que lo harán con mucha mayor intensidad en el sexto aniversario de la muerte, puerta de entrada a la eternidad, de Pablo Domínguez.