Los amigos comparten muchas experiencias. Se comparte una salida al cine o a tomar un café; una amanecida estudiando o las idas juntos al trabajo; una salida al teatro o a un concierto. Si se comparte tanto, ¿por qué no compartir también la experiencia de un encuentro sexual?
Amigos con derechos
Ser “amigos con derechos” o “amigos con beneficios” implica la posibilidad de tener encuentros sexuales sin que ello suponga estar en una relación. Se busca obtener un beneficio mutuo a partir del cuerpo del otro dejando de lado cualquier tipo de compromiso. No hay exclusividad, no hay reclamos, no hay escenas de celos… no hay amor ni sentimientos. Sólo sexo.
En ocasiones, una de las partes acepta estar en una relación como esta porque es la manera que tiene de estar con alguien que no quiere comprometerse. Puede albergar la esperanza de que, con el tiempo, la “relación” se formalice, e incluso dar pasos decididos en esa dirección. Si la otra persona no quiere algo más, seguramente habrá heridas.
Sin embargo, en todos los casos, en esta clase de relación hay una concepción muy empobrecida de lo que implica ser amigos, y de lo que implica una relación sexual. En efecto, la amistad gira predominantemente en torno a la experiencia sexual compartida, y la relación sexual es vista sólo como un asunto de cuerpos.
Amistad: una auténtica preocupación por el otro
Los amigos comparten muchas cosas, y mientras más profundo es aquello que se comparte, más profunda es la amistad. A partir de esto, uno podría pensar que el compartir encuentros sexuales de manera habitual podría sentar las bases de una amistad sólida. Sin embargo, esto no ocurre así por dos motivos.
El primero de ellos es que, para que se dé una auténtica amistad, no sólo basta el compartir, sino que ese compartir presupone que hay una búsqueda mutua del bien de la otra persona. Cuando se busca el propio bien a costa de la otra persona, lo que hay en realidad es una actitud de uso, lo cual excluye la posibilidad de una auténtica amistad. Quien utiliza a sus amigos buscando su propio beneficio no es realmente un amigo. Y en una relación en la que no hay compromiso, se da una mutua instrumentalización del otro centrada en la búsqueda del propio placer.
El segundo motivo es que, en realidad, no toda relación sexual es una experiencia profunda. En una relación en la que prima la búsqueda del propio placer, no hay una auténtica apertura al otro. Quien usa —y se sabe usado— no se entrega realmente a la otra persona. Y si no hay una auténtica entrega por parte de ambos, la relación se queda sólo en lo físico. En un acto que es sólo un asunto de cuerpos, no hay profundidad.
Más que un asunto de cuerpos
¿Qué problema hay con tener relaciones sin compromiso? Poner en juego el cuerpo asumiendo que uno puede excluir de ese acto la totalidad de su persona es considerar el cuerpo como algo accesorio o secundario. El propio cuerpo sería visto como una suerte de objeto, como algo que “tengo”, y no como algo que “soy”.
Sin embargo, el cuerpo no es algo secundario, sino esencial: es la expresión visible de quien soy. Es cierto que la persona no se agota sólo en su cuerpo, pues cada uno posee una incalculable riqueza interior —donde entran en juego los sueños, proyectos, alegrías, miedos, etc.—. Pero la persona es una unidad indisociable donde confluyen lo visible y lo invisible. Lejos de ser algo secundario, el cuerpo es algo esencial: soy mi cuerpo.
En una relación sexual en la que el centro está puesto en la búsqueda del propio placer, se pone en juego el cuerpo, pero tratando de guardar una suerte de “distancia interior” respecto de dicho acto. Se pone en juego el cuerpo, pero sin una auténtica entrega de la totalidad de la persona. Pero esta separación es artificial y, hasta cierto punto, forzada. Dado que el cuerpo es algo esencial —“soy mi cuerpo”—, donde se pone en juego el cuerpo, se pone en juego toda la persona. Se quiera o no, a quien se le entrega el cuerpo, se le entrega lo mejor que uno tiene: se entrega uno/a mismo/a. Por eso, toda relación sexual está llamada a ser vivida como un “asunto de personas”, más que como un “asunto de cuerpos”. Sólo de este modo hay una correspondencia entre lo que se expresa con el cuerpo y cómo se vive interiormente dicha acción.
Publicado en AmaFuerte.com.