El protocolo, que impide a políticos y prebostes echar una partida o pedir chinchón, no casa bien con un Papa que sin previo aviso se ha dejado caer por un poblado chabolista de inmigrantes de las afueras de Roma, quienes ante la buena sorpresa pusieron cara de cena de Navidad, que es la que se les ha quedado. No es cierto pues que la alegría dure poco en casa del pobre. Sobre todo si al pobre lo abandera un pontífice como Francisco, al que creo capaz de ceder a una embarazada su asiento en la audiencia general de los miércoles. Digo más: raro será que un día de estos, de camino a Castelgandolfo, no monte a un autoestopista en el papamóvil.