Las personas que nos aprecian, saben cómo levantarnos el ánimo y hacernos la vida más agradable; sin embargo, ¿qué hacemos con las que quisieran “borrarnos” del mapa? La respuesta podemos encontrarla en Sta. Teresa de Lisieux (18731897). Como todos sabemos, ella la tuvo muy difícil cuando entró al Carmelo, porque algunas monjas se sintieron molestas al verla tan coherente y capaz en su vida de fe. Quizá pensaban: “¿qué tiene ella que en pocos meses ha logrado lo que yo no he conseguido ni siquiera en dos décadas?” Cuando comenzó a ser tomada en cuenta por la superiora al ver que se trataba de una novicia fuera de serie, los celos llegaron a su punto más alto; sin embargo, lejos de excluir a las que le complicaban su estancia en el convento, era capaz de sonreírles y ayudarles en medio de sus obligaciones. Mientras algunas la criticaban con palabras vacías, ella demostraba lo contrario gracias a su coherencia.
Hacer nuestro el Evangelio, tiene un precio. Sin dejarnos llevar por la desilusión o el querer pasar por víctimas, hay que reconocer que seguir a Jesús nos da claridad de ideas, de opciones, frente a intereses superficiales que se ven amenazados por el significado de nuestra búsqueda de Dios en medio del mundo, de la realidad. Ante esto, algunos se sienten expuestos y empiezan a querer sacarnos de la jugada. ¿Qué hacer en ese caso? Incluirlos, aunque cueste trabajo, porque es una forma de morir al orgullo. No se trata de ser ingenuos o, en su caso, de justificar todo, sino de saber aplicar nuestra fe con aquellos que no nos quieren, que buscan hacer hasta lo imposible por separarnos de los demás y hacernos parecer lo que no somos. Esa es la meta del cristiano. Ir más allá del odio, del rencor, para vivir en paz.
Muchos ven a Sta. Teresa como una joven hipersensible, pero en realidad fue una mujer que tuvo que lidiar con muchas cosas, alcanzando una relación con Dios tierna y, al mismo tiempo, marcada por un ímpetu muy grande, decidido. Si alguien te “corta” de sus fotografías o te deja claro que no eres bienvenido, nada de choques o actitudes rencorosas. Antes bien, inclúyelo, mantén siempre abiertas las puertas del diálogo. Así lo hizo Sta. Teresa y fue muy feliz.
Hacer nuestro el Evangelio, tiene un precio. Sin dejarnos llevar por la desilusión o el querer pasar por víctimas, hay que reconocer que seguir a Jesús nos da claridad de ideas, de opciones, frente a intereses superficiales que se ven amenazados por el significado de nuestra búsqueda de Dios en medio del mundo, de la realidad. Ante esto, algunos se sienten expuestos y empiezan a querer sacarnos de la jugada. ¿Qué hacer en ese caso? Incluirlos, aunque cueste trabajo, porque es una forma de morir al orgullo. No se trata de ser ingenuos o, en su caso, de justificar todo, sino de saber aplicar nuestra fe con aquellos que no nos quieren, que buscan hacer hasta lo imposible por separarnos de los demás y hacernos parecer lo que no somos. Esa es la meta del cristiano. Ir más allá del odio, del rencor, para vivir en paz.
Muchos ven a Sta. Teresa como una joven hipersensible, pero en realidad fue una mujer que tuvo que lidiar con muchas cosas, alcanzando una relación con Dios tierna y, al mismo tiempo, marcada por un ímpetu muy grande, decidido. Si alguien te “corta” de sus fotografías o te deja claro que no eres bienvenido, nada de choques o actitudes rencorosas. Antes bien, inclúyelo, mantén siempre abiertas las puertas del diálogo. Así lo hizo Sta. Teresa y fue muy feliz.