El que haya estado en Tierra Santa y concretamente en el Santo Sepulcro en Jerusalén, y hayan podido acceder a este, no directamente desde abajo, sino por la terraza de arriba habrá observado la existencia de unos monjes etíopes viviendo en una chozas construidas encima de las terrazas. Encima de estas terrazas, donde teóricamente se encontraba la puerta de Efraím, es decir, por donde salió Nuestro Señor camino del Gólgota, que distaba pocos metros de la Puerta de Efraím y donde varios guías franciscanos terminan allí las últimas estaciones del Vía crucis, después se baja a través de una capilla de estos monjes etíopes, que generalmente suelen hacer una lectura del pasaje de los Hechos de los apóstoles, en el que el apóstol Felipe al pasar por Hebrón, bautiza a un ministro de la reina Candace de Etiopía (Hch 8,26-40), y después ya en la planta baja se accede al patio donde se encuentra la entrada principal a la Basílica del Santo sepulcro. Estos monjes de tez africana, como quiera que carecen de un recinto lo suficientemente amplio para poder vivir bajo techado, tiene en las terrazas del techo del Santo sepulcro, unas especies de chozas donde llevan una vida de tremenda, de penitencia y sacrificio. Son totalmente pobres y sus derechos en los recintos del Santo Sepulcro son escasos. Principalmente estos derechos se lo reparten, entre: Cismáticos, Latinos y Armenios, desde el status quo que se estableció en el Tratado de Berlín en 1858. No obstante existen unas pequeñas concesiones, representadas generalmente por pequeñas capillas, a determinadas Iglesias generalmente orientales y cismáticas. Estos son monjes coptos-etíopes, y por lo tanto cismáticos en cuanto son monofisitas, es decir mantienen la existencia de una sola naturaleza de Cristo, tema teológico que fue ya resuelto en el Concilio de Calcedonia. Realmente estas cuestiones teológicas, que nos separan a los cristianos, carecen hoy en día de la virulencia que en su día tuvieron y son más las razones que nos unen, que las que nos separan de estos hermanos, que tanto están sufriendo hoy en día. La religión copto-etíope y también los coptos egipcios del norte, se han caracterizado siempre por un tremendo amor y culto a Nuestra Señora. En la iglesia etíope, existe una antiquísima y difundida devoción acerca de la existencia de un pacto de Misericordia Kindana Meherat entre Jesús y su Madre a favor de los pecadores. La esencia de este pacto es, según la tradición etíope, la promesa que el Señor le hizo a su madre de que invocando el nombre de María y celebrando su memoria los pecadores serían liberados de todas sus culpas. Tal Pacto ha venido a tener un carácter esencial en la devoción a la Bienaventurada Virgen y es considerado como el novísimo “Tercer testamento” de la economía divina por lo coptos etíopes. De acuerdo con la tradición, Nuestra Señora después de la muerte de Nuestro Señor, acudiría diariamente al Gólgota, para orar y se le habría aparecido su Hijo, concediéndole este privilegio a sus devotos, pues el que es devoto de la Virgen, sabe perfectamente que ella es solo Misericordia: La justicia no tiene nada que ver con ella. La fiesta del Kindana Meherat se celebra el 16 “Yakatit” (correspondiente al 19 de febrero) y se conmemora el 16 de cada mes. Todos los que viajan a Etiopía han notado que, en las proximidades de las numerosísimas iglesias se elevan montoncitos de piedra. También esto es un signo de devoción a la Virgen. En efecto quienquiera que pase ante un templo dedicado a María, es decir, la casi totalidad de los edificios de culto, lanza una flor en su dirección. Si la estación no lo permite, el viandante coge una piedra, la besa y la incorpora a las otras formadas en columnas que se llaman “alturas de los salám”, es decir, de los saludos, evidentemente a la Virgen. Nosotros en occidente, podemos beneficiarnos de esta devoción, al igual que tenemos a nuestro favor la devoción del escapulario de la Virgen del Carmen que es un sacramental, contenida en la promesa que la Virgen hizo a San Simón Stock, fraile general de la orden del Carmen el día 16 de julio de 1251. Que la Virgen Nuestra Señora, con su amor infinito, nos siga protegiendo a los que especialmente la amamos. Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.