En la postmodernidad se abandonan los grandes discursos que defendían que la verdad es una, aunque diferente a la verdad tradicional. Ahora se defiende y acepta que existen múltiples verdades, referidas a contextos más pequeños, dependientes de cada persona. Se ponen en juego microteorías, micropolíticas, micro-ortodoxias y micro-ortopraxis, basadas en acuerdos relativos a contextos particulares, limitados y desgraciadamente, excluyentes. Estos acuerdos son coyunturales, pasajeros y rescindibles, ya que se acepta que todo está en cambio constante. Es decir, ya no hay una verdad que debemos descubrir si pensamos correctamente. No es posible descubrirla ni transmitirla tal, como se había venido defendiendo, sino verdades locales, relativas y provisionales. La unidad en la diversidad es un reto completamente postmoderno, ya que parte de la imposibilidad de una unidad completa, que nos sirva de cimientos para trabajar y construir unidos.
La Iglesia va andando, casi sin darse cuenta, hacia una atomización de grupos, tendencias, entendimientos y formas de vida cristiana. Esta tendencia podemos verla en la diversidad de Liturgias que conviven y que a veces hacen imposible cambiar de parroquia sin sentirse fuera de lugar en misa. Ya casi nadie se hace eco de los abusos litúrgicos que presencia, ya que sabemos que denunciarlos es tan inútil como contraproducente. Tomen por ejemplo la forma de distribuir la comunión que se utilizó en la multitudinaria misa del Papa en Filipinas y el atento cuidado por lo sagrado,que se sigue dentro de las Liturgias Tradicionales. ¿Tienen algo que ver?
Las sensibilidades se van diferenciando y exigiendo espacios donde desarrollarse con libertad. Los carismas se guardan para el interior del grupo en vez de compartirlos para enriquecer la comunidad. Nadie duda que una comunidad mono-carismática mono-sensibilidad, es más sencilla de gestionar que una comunidad que recoja decenas de ellos.
Las postmodernidad lucha contra las tendencias modernistas previas, dando lugar a situaciones incoherentes y sorprendentes. Pongo el ejemplo el flashmob de los obispos en la JMJ de Rio de Janeiro o los videos de religiosas bailando y cantando sin ninguna referencia evangelizadora. Nos parecen curiosos y el discernimiento no llega más allá de preguntarnos ¿Y por qué no? Todo vale mientras las apariencias sean aceptables.
Ahora estamos pensando en todas las posibilidades que nos da adaptar la praxis a las circunstancias, sin cambiar la doctrina para que los más ortodoxos no se sientan atacados en su sensibilidad eclesial. Para que tanta diversidad, falta de entendimiento no den lugar a una conciencia de separación, nos hemos inventado el ecumenismo de fotografía. Estamos juntos para la foto, pero después cada cual vuelve a su “realidad” eclesial, a vivir dentro su espacio, formas y sentido particular.
En esta situación claramente postmoderna, el siguiente pensamiento agustiniano deja de tener sentido:
Bien, tú puedes, yo no. Guardemos lo que uno y otro hemos recibido; inflamémonos en la caridad, amémonos unos a otros, y de esta forma yo amo tu fortaleza y tú soportas mi debilidad (SanAgustin, Sermón 101,7).
La postmodernidad nos ofrece la posibilidad de hacer monocultivo de las fortalezas y olvidarnos las debilidades que todos llevamos encima. Cada grupo deja de lado las debilidades como algo secundario y así no tener que buscar ayuda en otros carismas y sensibilidades. En el mejor caso y si nos obligan a dar cuenta de las debilidades, tentamos a Dios indicando que “aquello que no podemos” ya lo dará Dios cuando lo desee. Si no lo da, es que no es fundamental. Como buenos postmodernos, apostamos por el pelagianismo para lo que nos conviene y por el quietismo, para lo que no nos interesa aceptar.
Les pongo otro ejemplo. Es muy fácil omitir un discernimiento incómodo diciendo que “no juzgamos”, dejando el discernimiento a Dios mientras que nosotros nos apartamos del tema.