En diciembre del pasado año, comencé una serie en mi blog glosando el libreto de El Mesías de Hándel. Aprovechando esta circunstancia, el famosísimo compositor alemán ha decidido conmemorar este año el 250º aniversario de su fallecimiento. Bromas aparte, a continuación os copio la primera de las glosas. Todas las de la primera parte del oratorio las podréis encontrar aquí. Comenzamos una nueva serie de glosas, en este caso, al margen de los textos bíblicos del más conocido oratorio de Händel: El Mesías. Bach, en su inigualable Pasión según S. Mateo –primer disco que me compré–, va interrumpiendo el relato evangélico con intervenciones variadas, algunas de ellas hermosísimas oraciones, mediante las cuales, los oyentes, por ministerio de los cantantes, se hacen presentes al misterio musicalmente representado. Haydn, en La Creación, se sirve de un texto basado en los relatos del Génesis, en algunos Salmos y también en J. Milton. En nuestra obra, tenemos una selección de pasos exclusivamente bíblicos. Ésta, con su ordenación, es una Cristología; traza un retrato del Señor. Vamos a sumergirnos directamente en los pasajes bíblicos –usaré preferentemente la traducción para la liturgia–, uno tras otro, procurando dejar que hablen ellos por sí mismos; después de leer mis palabras, olvidaros de ellas. Acaso luego, tras cada uno, se podría escuchar el comentario musical de Händel y, más allá del juicio del musicólogo, conversar con el compositor alemán, contrastando su música con el eco que haya dejado en mí la palabra divina. Sin más, lancémonos a esta aventura. Tras breve introducción musical (Sinfonía), el Tenor, al final también el Coro, canta el comienzo de la segunda parte del libro de Isaías, Is 40, 1-5, que es también el inicio de la primera lectura de este domingo de Adviento:

Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados. Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor.

Al pueblo, que está en el destierro babilónico, que está conociendo en propia carne y alma lo que es, en la Historia, apoyarse en las propias fuerzas y no tener como último fundamento de la existencia a Dios, le llega un mandato divino: “Consolad, consolad a mi pueblo”. Con insistencia, por dos veces, a los que viven en la desolación, les llega una palabra de Aquél que con su decir crea de la nada: Consolación. En lo hondo de la palabra hebrea, está la imagen de recobrar el resuello, la respiración. Así estamos los hombres lejos de nuestro ámbito propio: el Paraíso. Lejos de él, en el destierro en que vivimos por el pecado, nos falta el aire, nuestro vivir es un vivir ahogadamente. Y necesitamos que nos den respiro, que nos alivie la holgura del viento del Espíritu. Y la palabra divina, que en su soplo viene, nos alivia, aligera y llena de alegría. Nos hace rebosar de esperanza; el siempre fiel, nunca defrauda.