En diciembre del pasado año, comencé una serie en mi blog glosando el libreto de El Mesías de Hándel. Aprovechando esta circunstancia, el famosísimo compositor alemán ha decidido conmemorar este año el 250º aniversario de su fallecimiento. Bromas aparte, a continuación os copio la primera de las glosas. Todas las de la primera parte del oratorio las podréis encontrar aquí.
Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados. Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor.
Al pueblo, que está en el destierro babilónico, que está conociendo en propia carne y alma lo que es, en la Historia, apoyarse en las propias fuerzas y no tener como último fundamento de la existencia a Dios, le llega un mandato divino: “Consolad, consolad a mi pueblo”. Con insistencia, por dos veces, a los que viven en la desolación, les llega una palabra de Aquél que con su decir crea de la nada: Consolación. En lo hondo de la palabra hebrea, está la imagen de recobrar el resuello, la respiración. Así estamos los hombres lejos de nuestro ámbito propio: el Paraíso. Lejos de él, en el destierro en que vivimos por el pecado, nos falta el aire, nuestro vivir es un vivir ahogadamente. Y necesitamos que nos den respiro, que nos alivie la holgura del viento del Espíritu. Y la palabra divina, que en su soplo viene, nos alivia, aligera y llena de alegría. Nos hace rebosar de esperanza; el siempre fiel, nunca defrauda.