Tras el llamado de Cristo, dejaron todo para seguir al Señor. De su misión no tenían más certeza que lo que sentían en su interior. En este pasaje vemos la fuerza que tiene la llamada del Señor cuando llega a corazones que están dispuestos a seguirle. San Jerónimo lo expresa con gran claridad:
¿Qué indicios tenían ellos, que señal sublime habían notado para seguirle así que los llamaba?- Nos damos cuenta, a todas luces, que algo divino emanaba de Jesús, de su mirada, de la expresión de su rostro que incitaba a los que él miraba a volverse hacia él (...). ¿Por qué digo todo esto? Para mostraros que la palabra del Señor actuaba y que a través de la palabra más insignificante, el Señor actúa: “él lo ordenó y fueron creados.” (Sal 148,5) Con la misma simplicidad con que él los llamó, ellos le siguieron. (San Jerónimo, Homilías sobre el evangelio de Marcos; PL 52)
Es maravilloso ver cómo el Espíritu sabe encender los corazones dispuestos cuando son llamados por Cristo. Si traladamos esta situación a nuestra sociedad del siglo XXI, nos parece un cuento imposible. ¿Quién va a dejar todo lo que tiene por el llamado del Señor?
Bueno, es cierto que las vocaciones religiosas siguen existiendo y que muchas de ellas son auténticos regalos del Señor; pero hoy en día son claramente insuficientes para las necesidades actuales y futuras de la Iglesia.
Pero el Señor no deja nunca a su Iglesia sin respuesta. El soplo del Espíritu busca nuevas formas de hacerse presente en el mundo. Cada vez hay más laicos que se comprometen a ayudar a la Iglesia en lo que necesite. Estas nuevas vocaciones de los laicos son todavía unas desconocidas a las que da cierto temor acercarse. No son vocaciones llamadas a ocupar el lugar de los ministros ordenados sino nuevas formas de hacer Iglesia desde el la misma sociedad que nos rodea. Benedicto XVI hablo de ello en VI Asamblea Ordinaria del Forum Internacional de Acción Católica (2012):
“La corresponsabilidad exige un cambio de mentalidad referido, en especial, al papel de los laicos en la Iglesia, que deben ser considerados no como ´colaboradores´ del clero, sino como personas realmente ´corresponsables´ del ser y del actuar de la Iglesia. Es importante, por tanto, que se consolide un laicado maduro y comprometido, capaz de dar su propia aportación específica a la misión eclesial, en el respeto de los ministerios y de las tareas que cada uno tiene en la vida de la Iglesia y siempre en cordial comunión con los obispos”. (Benedicto XVI, Discurso a FIAC, 2012)
Una Iglesia viva debe recoger todos los talentos que Dios siembra en su interior y trabajar para que fructifiquen según Su Voluntad. Les pongo un par de ejemplos: la enseñanza y los movimientos sociales. La enseñanza actual necesita de maestros comprometidos que sepan preparar a sus alumnos para vivir en una sociedad aséptica que repudia la trascendencia y a Dios mismo. Maestros que den ejemplo de que es posible ser cristiano en pleno siglo XXI. Maestros que enlacen las diferentes ramas del conocimiento, con la Revelación de Dios. Como he dicho muchas veces, la Iglesia tiene universidades capaces de formar a estos docentes ¿A qué esperamos para dar respuesta a las necesidades de la Iglesia a través de docentes realmente católicos, bien formados y comprometidos?
Los movimientos sociales se están convirtiendo en uno de los poderes reales que hacen que la sociedad se haga responsable y capaz de autogestionarse con libertad. Podrían existir muchos movimientos, asociaciones, agrupaciones o colectivos católicos que trabajasen para dar a la sociedad líneas claras de actuación. Para que esto fuese una realidad, la Iglesia debería reconocer a estos movimientos o asociaciones como propias y apoyarlas desde el punto de vista pastoral y de formación. De nuevo las universidades católicas deberían ser el semillero de ideas e iniciativas para hacer esto posible.
Cuando Cristo llama, los laicos recibimos el mismo llamado que Andrés, Pedro, Santiago o Juan. Un llamado que necesita de la acogida y el acompañamiento que Cristo dio a sus Apóstoles.