El constructivismo, como corriente pedagógica diseñada por Ernst von Glasersfeld (1917-2010), tiene más aciertos que desaciertos. Por ejemplo, el hecho de alentar la capacidad de investigación de los estudiantes en la construcción del conocimiento, haciéndolos responsables de su propio aprendizaje y rendimiento. Cuando nos toca construir algo por nosotros mismos, es más fácil que entendamos y recordemos los pasos que hayamos implementado para llegar a la meta, al producto. Con el constructivismo, la figura del profesor, lejos de quedarse en lo inaccesible, en la soberbia, bajó, acercándose a la realidad del estudiante; sin embargo, en ese largo e histórico proceso hubo algo que salió mal y que hoy tenemos que recuperar. Nos estamos refiriendo a un grave reduccionismo que afectó la figura de los maestros y de las maestras en occidente, quienes de ser formadores, pasaron a meros facilitadores de información. Se dejó a un lado la experiencia personal y académica de los docentes, para reducirlos a una fábrica de datos, restándoles incluso autoridad delante de los grupos. Para proporcionar información, solamente hace falta abrir algún buscador como Google y escribir un texto o palabra clave que nos lleve hacia lo que buscamos. Esto, desde luego, es algo valioso, significativo, pero nos sirve de ejemplo para asegurar que la figura del profesor necesita algo más que una hoja guía, porque su presencia trae consigo la formación humana que los grupos necesitan en su proceso o paso por la escuela.
Obviamente, además de la buena voluntad de los maestros, tiene que haber una sólida preparación que les permita moverse en el mundo de los datos, de la información, pero sin olvidar que antes que cualquier otra cosa les toca estar muy al pendiente de las actitudes y aptitudes de los estudiantes, no para cansarlos con largos y tediosos sermones, pero sí para intervenir e idear las estrategias de seguimiento a quienes lo vayan necesitando a partir de las experiencias suscitadas durante el contexto escolar. Formar es cuidar los pequeños detalles. Por ejemplo, el acostumbrarlos a que se levanten cuando llega alguien a dar un recado al salón de clases. Eso nunca lo van a encontrar en los datos, sino en la presencia e interés del maestro por mejorar la realidad de la sociedad a partir de una visión educativa más completa, integral.
Decía el P. Félix Rougier Olanier, renombrado pedagogo francés, que: “[…] Un formador es un constante reformador, porque la formación se hace como a cinceladas, y poco a poco, con mucha atención, mucha paciencia y sobre todo, mucho amor”. Detrás de la frase, se esconde todo un modelo educativo, en el que se combina la excelencia académica con los valores, porque no hay oposición entre el alto rendimiento -tanto teórico como práctico- y la línea de los buenos hábitos. De hecho, en la actualidad, cuando una empresa abre plazas para contrataciones, no solamente exige conocimientos, sino exámenes de confianza. Lo que demuestra el valor de los docentes como formadores; es decir, libres de complejos reduccionistas. De ahí que el constructivismo sea valioso, pero siempre matizando muy bien el ser y quehacer docente sobre el terreno.
En una sociedad con tanto potencial y, al mismo tiempo, con una visión tan abstracta y relativista, viene siendo necesario que los formadores sean reformadores. Esto exige vocación o, como se dice en el fútbol, “amor a la camiseta”, porque “nadie da lo que no tiene”. Un buen maestro sabe ser estricto y, al mismo tiempo, cercano a las inquietudes de los estudiantes, quienes reconocen, en su continua exigencia, una muestra o botón de lo que mucho que los valora. Cada vez somos más los que reconocemos que la mejor manera de cambiar el mundo es comenzando por las familias y los salones de clases. Cada uno, desde nuestro lugar, tenemos que hacer lo posible por alcanzar este y otros objetivos, porque la sociedad no cambia con “hashtags” quejumbrosos, sino a través de propuestas que sean lanzadas por las redes sociales y, al mismo tiempo, trabajadas más allá del monitor; es decir, en el mundo real. Vale la pena empezar hoy.
-------------------------------------------------------------------------------
Nota: Tengo una conferencia sobre este tema bien desarrollada. Quien desee programar alguna visita-charla, favor de contactar a través del correo del blog: cdiazr1989@gmail.com
Obviamente, además de la buena voluntad de los maestros, tiene que haber una sólida preparación que les permita moverse en el mundo de los datos, de la información, pero sin olvidar que antes que cualquier otra cosa les toca estar muy al pendiente de las actitudes y aptitudes de los estudiantes, no para cansarlos con largos y tediosos sermones, pero sí para intervenir e idear las estrategias de seguimiento a quienes lo vayan necesitando a partir de las experiencias suscitadas durante el contexto escolar. Formar es cuidar los pequeños detalles. Por ejemplo, el acostumbrarlos a que se levanten cuando llega alguien a dar un recado al salón de clases. Eso nunca lo van a encontrar en los datos, sino en la presencia e interés del maestro por mejorar la realidad de la sociedad a partir de una visión educativa más completa, integral.
Decía el P. Félix Rougier Olanier, renombrado pedagogo francés, que: “[…] Un formador es un constante reformador, porque la formación se hace como a cinceladas, y poco a poco, con mucha atención, mucha paciencia y sobre todo, mucho amor”. Detrás de la frase, se esconde todo un modelo educativo, en el que se combina la excelencia académica con los valores, porque no hay oposición entre el alto rendimiento -tanto teórico como práctico- y la línea de los buenos hábitos. De hecho, en la actualidad, cuando una empresa abre plazas para contrataciones, no solamente exige conocimientos, sino exámenes de confianza. Lo que demuestra el valor de los docentes como formadores; es decir, libres de complejos reduccionistas. De ahí que el constructivismo sea valioso, pero siempre matizando muy bien el ser y quehacer docente sobre el terreno.
En una sociedad con tanto potencial y, al mismo tiempo, con una visión tan abstracta y relativista, viene siendo necesario que los formadores sean reformadores. Esto exige vocación o, como se dice en el fútbol, “amor a la camiseta”, porque “nadie da lo que no tiene”. Un buen maestro sabe ser estricto y, al mismo tiempo, cercano a las inquietudes de los estudiantes, quienes reconocen, en su continua exigencia, una muestra o botón de lo que mucho que los valora. Cada vez somos más los que reconocemos que la mejor manera de cambiar el mundo es comenzando por las familias y los salones de clases. Cada uno, desde nuestro lugar, tenemos que hacer lo posible por alcanzar este y otros objetivos, porque la sociedad no cambia con “hashtags” quejumbrosos, sino a través de propuestas que sean lanzadas por las redes sociales y, al mismo tiempo, trabajadas más allá del monitor; es decir, en el mundo real. Vale la pena empezar hoy.
-------------------------------------------------------------------------------
Nota: Tengo una conferencia sobre este tema bien desarrollada. Quien desee programar alguna visita-charla, favor de contactar a través del correo del blog: cdiazr1989@gmail.com