La conmoción provocada por el asesinato de los periodistas de "Charlie Hebdo" y de los rehenes del supermercado judío, ha sido tan grande que por doquier no sólo se ha alzado una ola de solidaridad y simpatía hacia las víctimas, sino que algunos han aprovechado para justificar el derecho a la blasfemia e incluso presentarlo como un bien social, como algo esencial para el buen funcionamiento democrático de la sociedad.
Aunque ya me referí a eso en el comentario de la semana pasada, acaba de ocurrir algo que me hace volver al mismo tema. Me refiero a las declaraciones hechas por Su Santidad el Papa en el avión, mientras volaba de Sri Lanka a Filipinas. El Pontífice, hablando con los periodistas en una informal rueda de Prensa, afirmó: "Es verdad que no debes reaccionar con violencia, pero incluso si somos buenos amigos, si él insulta a mi madre, tiene que esperar un golpe, es algo normal. No puedes jugar con la religión de los demás. No puede insultar su fe o reírte de ella. Esa gente provoca y entonces algo ocurre. En la libertad de expresión hay límites. Tanto ésta como la libertad religiosa son derechos fundamentales del ser humano".
Es decir, que el Papa tampoco es "Charlie Hebdo" (yo ya dije que no lo era la semana pasada, así que me alegra mucho estar en sintonía con el Pontífice). La libertad de expresión no está por encima de todo -por ejemplo, la ex alcaldesa de Alicante, una ciudad de España, le pide 70.000 euros a una periodista que la llamó 'choriza' -sinónimo castizo de ladrona- y eso que ha tenido que dimitir acusada de corrupción-. Pues si llamar "chorizo" a un político muy, pero que muy, presuntamente corrupto cuesta esa cantidad, ¿qué tendríamos que cobrar nosotros, cuando nos insultan o calumnian? Porque el insulto y la calumnia no hace falta que vaya dirigido a la persona física, también lo es cuando la víctima es una persona jurídica -la Iglesia- o cuando lo es alguien a quien el creyente considera tan real como a sí mismo -el Dios en el que cree-.
Pero quizá lo que más me ha llamado la atención de la frase del Papa ha sido esto: "No puedes jugar con la religión de los demás". No sé si el Santo Padre le dio esta intención, pero yo quiero ver en el fondo de la frase algo más que lo que su sentido literal expresa. Porque de lo que se trata, me parece a mí, es de una lucha entre religiones. Cuando pensamos en eso, pensamos en la persecución que sufren los cristianos a manos de los musulmanes en Irak o a manos de los budistas en Sri Lanka, y es verdad. Pero nos olvidamos de que en Occidente hay una nueva religión, el laicismo. Es una religión que tiene sus fanáticos -no todos los que la profesan lo son, pero si muchísimos- y que ofrece a su deidad víctimas humanas -por ejemplo, los asesinados por el aborto-. Tiene sus sacerdotes y sus pontífices -que son los filósofos, periodistas, políticos, actores y economistas que jalean continuamente esa religión y justifican teóricamente la sumisión de todas las demás a ella-. Tiene sus templos -los medios de comunicación, con su gran variedad de ofertas- y tiene incluso su policía -los que están acosando a los que se niegan a plegarse a la ideología de género, poniendo denuncias que a veces acaban con grandes multas o incluso con cárcel-.
No nos engañemos. El Islam radical es muy peligroso, pero el laicismo también lo es. Lo que ha sucedido en París ha sido el enfrentamiento entre fanáticos de dos religiones y han pagado con sangre los laicistas. Mi condena y la de todos los católicos a lo allí ocurrido, no debe ocultar la condena que se merecen las víctimas, aunque no sea del mismo rango. Por el hecho de ser víctimas no se puede decir que sean totalmente inocentes. Nada justifica su asesinato. Nada, repito. Pero ellos habían obrado mal, pues, como dice el Papa, si insultas a la madre de alguien, siempre pasa algo y no debes extrañarte que el insultado te dé un golpe.
En medio de estos radicales estamos los católicos, recibiendo de unos y de otros. Pero, al fin, demostrando bajo la persecución quiénes somos. Ni insultamos ni nos vengamos. Somos los seguidores del Crucificado que murió perdonando a sus enemigos. Por eso, como Él, venceremos.
Aunque ya me referí a eso en el comentario de la semana pasada, acaba de ocurrir algo que me hace volver al mismo tema. Me refiero a las declaraciones hechas por Su Santidad el Papa en el avión, mientras volaba de Sri Lanka a Filipinas. El Pontífice, hablando con los periodistas en una informal rueda de Prensa, afirmó: "Es verdad que no debes reaccionar con violencia, pero incluso si somos buenos amigos, si él insulta a mi madre, tiene que esperar un golpe, es algo normal. No puedes jugar con la religión de los demás. No puede insultar su fe o reírte de ella. Esa gente provoca y entonces algo ocurre. En la libertad de expresión hay límites. Tanto ésta como la libertad religiosa son derechos fundamentales del ser humano".
Es decir, que el Papa tampoco es "Charlie Hebdo" (yo ya dije que no lo era la semana pasada, así que me alegra mucho estar en sintonía con el Pontífice). La libertad de expresión no está por encima de todo -por ejemplo, la ex alcaldesa de Alicante, una ciudad de España, le pide 70.000 euros a una periodista que la llamó 'choriza' -sinónimo castizo de ladrona- y eso que ha tenido que dimitir acusada de corrupción-. Pues si llamar "chorizo" a un político muy, pero que muy, presuntamente corrupto cuesta esa cantidad, ¿qué tendríamos que cobrar nosotros, cuando nos insultan o calumnian? Porque el insulto y la calumnia no hace falta que vaya dirigido a la persona física, también lo es cuando la víctima es una persona jurídica -la Iglesia- o cuando lo es alguien a quien el creyente considera tan real como a sí mismo -el Dios en el que cree-.
Pero quizá lo que más me ha llamado la atención de la frase del Papa ha sido esto: "No puedes jugar con la religión de los demás". No sé si el Santo Padre le dio esta intención, pero yo quiero ver en el fondo de la frase algo más que lo que su sentido literal expresa. Porque de lo que se trata, me parece a mí, es de una lucha entre religiones. Cuando pensamos en eso, pensamos en la persecución que sufren los cristianos a manos de los musulmanes en Irak o a manos de los budistas en Sri Lanka, y es verdad. Pero nos olvidamos de que en Occidente hay una nueva religión, el laicismo. Es una religión que tiene sus fanáticos -no todos los que la profesan lo son, pero si muchísimos- y que ofrece a su deidad víctimas humanas -por ejemplo, los asesinados por el aborto-. Tiene sus sacerdotes y sus pontífices -que son los filósofos, periodistas, políticos, actores y economistas que jalean continuamente esa religión y justifican teóricamente la sumisión de todas las demás a ella-. Tiene sus templos -los medios de comunicación, con su gran variedad de ofertas- y tiene incluso su policía -los que están acosando a los que se niegan a plegarse a la ideología de género, poniendo denuncias que a veces acaban con grandes multas o incluso con cárcel-.
No nos engañemos. El Islam radical es muy peligroso, pero el laicismo también lo es. Lo que ha sucedido en París ha sido el enfrentamiento entre fanáticos de dos religiones y han pagado con sangre los laicistas. Mi condena y la de todos los católicos a lo allí ocurrido, no debe ocultar la condena que se merecen las víctimas, aunque no sea del mismo rango. Por el hecho de ser víctimas no se puede decir que sean totalmente inocentes. Nada justifica su asesinato. Nada, repito. Pero ellos habían obrado mal, pues, como dice el Papa, si insultas a la madre de alguien, siempre pasa algo y no debes extrañarte que el insultado te dé un golpe.
En medio de estos radicales estamos los católicos, recibiendo de unos y de otros. Pero, al fin, demostrando bajo la persecución quiénes somos. Ni insultamos ni nos vengamos. Somos los seguidores del Crucificado que murió perdonando a sus enemigos. Por eso, como Él, venceremos.