Si el cigarral de Bono estuviera en Guadalix de la Sierra la reunión que han mantenido Iglesias y Zapatero en el domicilio de don José sería la versión businnes plus de Gran Hermano VIP.  La gresca entre Olvido Hormigos y Belén Esteban moderada por Mercedes Milá no tiene ni de lejos el caché del encuentro entre el político que amenaza con iniciar un nuevo proceso constituyente y el que durante su etapa al frente del gobierno avivó los rescoldos del 36 para incendiar la convivencia enhebrada con el apretón de manos de la transición.  
Lo hizo, además, entre zalemas. Aparte de la revancha, Zapatero introdujo en la política española contemporánea la sonrisa, ese atajo político que coge la simpatía para llegar al votante indeciso. Entre sonrisas dio por finiquitada la concordia con la ley de memoria histórica, el azadón normativo que removió las cunetas de la guerra civil para que los biznietos de ambos bandos mantuvieran viva una batalla a la que se acaba de alistar Pablo Iglesias. Si Zapatero le respeta debe de ser porque al reflejarse en el espejo se ve con barba y coleta. En cierto modo es lógico que a quien pretende asaltar el cielo le tenga aprecio el contador de nubes.