El corazón físico del hombre tiene un doble dinamismo de entrada y salida, para que la persona pueda llevar en la sangre el oxígeno y los nutrientes con los que alimentar su cuerpo. El corazón es un órgano vital en el ser humano y si el corazón se para, la persona deja de realizar sus funciones vitales y muere. Por eso se hace necesaria una adecuada alimentación y un sano ejercicio que ayude a que el corazón se mantenga activo y la persona pueda tener una existencia sana y llena de vida.
Así, el Señor también tiene un corazón con un doble movimiento de salida y entrada, por el cual, este corazón llevaba a todo su cuerpo el alimento que necesitaba para seguir vivo. Jesús tuvo un corazón perfecto, íntegro y pleno que hacía que su persona estuviera activa en todo momento. El Señor gozaba de esta manera de un corazón poderoso para la entrega de sí y al otro.
Pero el hombre además de un corazón físico cuenta con un corazón espiritual que da identidad a toda su persona. La persona que quiero vivir en plenitud su relación con Dios, ha de cuidar y alimentar este corazón con la oración y la vida de sacramentos que le ofrece la Iglesia para que su existencia no se convierta en una vida estéril y muera.
El hombre se ha de convertir en un niño que recibe todo del Padre, el cual, le alimenta y le da calor. El cariño y la ternura de Dios hace posible que el corazón del hombre se desarrolle de modo adecuado y viva su relación con el Padre de modo sano y pleno. Es el amor del Padre el que atrae al hombre hacia sí, con un lenguaje que la persona puede entender: el del amor. Dios llama al hombre por amor para ser su hijo. El Padre alimenta al hombre que en la oración se deja llenar de él para escucharle y reconocerle como Dios.
El Padre ama al hombre desde la entrañas, desde lo más profundo de su ser, para tener misericordia de la persona. El corazón compasivo de Dios se acerca a la miseria del hombre para sanarle y darle el consuelo que necesita. Por ello, del corazón de Dios mana esa agua que puede limpiar al hombre y darle una nueva vida. De las entrañas paternales de Dios, la persona encuentra la vida donde nutrirse y desarrollarse. Cuando el hombre pierde y rompe ese vínculo que le une con Dios, su corazón muere. El ser humano se desarrolla cuando está unido a Dios y deja que este le alimente para transformar su vida. El hombre que se deja cuidar por Dios se sabe hijo amado, y su corazón por el amor se desarrolla de modo adecuado.
Lo mismo que el corazón físico realiza un doble movimiento de entrada y salida. El corazón que da identidad a la persona, hace que pueda vivir de la entrega a Dios y al otro para acoger esa entrega en su vida y darle plenitud a su existencia.
Pero lo mismo que hemos dicho del hombre lo podemos decir del Hijo de Dios. Jesús es el Hijo que en la encarnación toma una carne humana y un corazón humano. Por ello, lo mismo que tiene un corazón físico, también posee un corazón que le da la identidad como Hijo amado del Padre, con el que el Padre tiene una relación singular e íntima. Ese corazón que da la identidad al Hijo de Dios participa de un doble dinamismo de entrada y salida, de acogida y entrega.
El corazón de Jesús es el lugar de la relación de Dios-Padre con el Hijo. Es un corazón que se sabe amado y alimentado por Dios en la oración para hacer su voluntad; es el órgano donde puede habitar el Espíritu que le prepara para la misión que el Padre le encomienda; es el lugar donde puede acoger al hombre para darle la vida; es el canal de donde brota la gracia para la persona.
El corazón del Hijo es el sitio donde el hombre puede entrar y saberse amado; es el lugar donde la persona encuentra refugio; es la morada donde Dios da una nueva vida al hombre por la entrega del Hijo.
La entrega suprema del Hijo por el hombre se realizar en la cruz, donde el corazón físico del Señor quedo roto por una lanzada. Pero así como el corazón del hombre se rompe por no recibir amor, el corazón del Hijo se rompe por amor, para que la persona pueda recibir el calor y la ternura del Señor que se entrega en la cruz por él. En la cruz el corazón del Hijo tiene un movimiento total de salida de sí para acoger la voluntad del Padre que lo entrega por amor. El corazón del Señor derrama hasta la última gota de sangre por amor al hombre. Y de su corazón abierto en la cruz mana el agua que el hombre necesita para ser limpiado y ser hijo.
De esta forma, en el agua y en la sangre que sale de su corazón traspasado, la Iglesia ha visto en signo los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía que alimentan la vida del hombre que se quiere encontrar con Dios.
En definitiva, el corazón físico del Señor es la morada donde el hombre puede descansar y sentirse salvado, porque se ha roto por él por amor. Y la identidad como Hijo permite al hombre relacionarse con el Padre, y acoger el don del Espíritu que le da una nueva existencia.
Belén Sotos Rodríguez