Nos viene bien recordar que la paternidad responsable también forma parte del magisterio de la Iglesia. Muchos católicos lo desconocen y piensan que la procreación debe darse en tanto la mujer pueda asumirlo. Por esta razón, el Papa Francisco, en cuanto al fondo, acertó al recordar este aspecto de la “Humanae Vitae”. Veamos lo que dice en el número 10:
“Por ello el amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de "paternidad responsable" sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay que comprender exactamente. Hay que considerarla bajo diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí.
En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana (Cfr. Sto. Tomás, Sum. Teol., I-II, q. 94, a. 2.).
En relación con las tendencias del instinto y de las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad.
En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.
La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores.
En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia (Cfr. Gaudium et Spes, nn. 50 y 51)".
Por ejemplo, supongamos que una pareja de recién casados quiere marcar una distancia de tres años entre el primero y el segundo hijo, para que les dé tiempo de ahorrar y, desde ahí, solventar gastos básicos para garantizar la vida familiar como el pago hipotecario de la casa o del departamento. Mientras se ejerza la paternidad responsable a través de los métodos naturales, estarán dentro de lo que la fe enseña. Malo que sus motivos fueran cómodos, superficiales: “no quiero tener un hijo más porque se me puede arruinar la figura” o, en su caso, “otro bebé me haría perder tiempo y espacio con mi esposa”, etcétera. La determinación del número de hijos es un derecho inalienable de los padres. De ahí que la Iglesia lo reconozca y promueva, aunque muchos ignoren dicho punto. Ciertamente, la apertura a la vida tiene que darse, pero esto no significa que cada acto sexual deba estar orientado a tener un hijo. Por ejemplo, una pareja con más de dos, de ninguna manera contradice los fines del matrimonio, si hace uso de los métodos naturales que la Humane Vitae reconoce, valora y, en ciertos casos, alienta. Obviamente que esto no significa que haya que menospreciar a las familias numerosas, cuyo aporte es ampliamente reconocido. Acepta únicamente los métodos predeterminados por la naturaleza, porque estos exigen dominio propio y diálogo entre los esposos. Implica esperar el momento justo y no actuar de manera mecánica. Esto, en realidad, hace que la pareja se conozca y alcance un complemento más profundo a nivel humano, afectivo y sexual. Muchos dirán, ¿pero esperar no “quema” la ilusión? Si lo que esperamos es algo que deseamos con recta intención, esa espera hace que valoremos más el momento, dándole una perspectiva orientada hacia la trascendencia.
Por lo tanto, en los cursos prematrimoniales, dejemos claro que si bien es cierto que la procreación es –junto con el eros y el ágape (expresión de Benedicto XVI)- uno de los fines del matrimonio, también es verdad que debe darse de forma regulada y bien pensada a la luz de la fe y de la propia situación personal, tal y como sabiamente supo exponerlo el beato Papa Pablo VI.
“Por ello el amor conyugal exige a los esposos una conciencia de su misión de "paternidad responsable" sobre la que hoy tanto se insiste con razón y que hay que comprender exactamente. Hay que considerarla bajo diversos aspectos legítimos y relacionados entre sí.
En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana (Cfr. Sto. Tomás, Sum. Teol., I-II, q. 94, a. 2.).
En relación con las tendencias del instinto y de las pasiones, la paternidad responsable comporta el dominio necesario que sobre aquellas han de ejercer la razón y la voluntad.
En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.
La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores.
En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia (Cfr. Gaudium et Spes, nn. 50 y 51)".
Por ejemplo, supongamos que una pareja de recién casados quiere marcar una distancia de tres años entre el primero y el segundo hijo, para que les dé tiempo de ahorrar y, desde ahí, solventar gastos básicos para garantizar la vida familiar como el pago hipotecario de la casa o del departamento. Mientras se ejerza la paternidad responsable a través de los métodos naturales, estarán dentro de lo que la fe enseña. Malo que sus motivos fueran cómodos, superficiales: “no quiero tener un hijo más porque se me puede arruinar la figura” o, en su caso, “otro bebé me haría perder tiempo y espacio con mi esposa”, etcétera. La determinación del número de hijos es un derecho inalienable de los padres. De ahí que la Iglesia lo reconozca y promueva, aunque muchos ignoren dicho punto. Ciertamente, la apertura a la vida tiene que darse, pero esto no significa que cada acto sexual deba estar orientado a tener un hijo. Por ejemplo, una pareja con más de dos, de ninguna manera contradice los fines del matrimonio, si hace uso de los métodos naturales que la Humane Vitae reconoce, valora y, en ciertos casos, alienta. Obviamente que esto no significa que haya que menospreciar a las familias numerosas, cuyo aporte es ampliamente reconocido. Acepta únicamente los métodos predeterminados por la naturaleza, porque estos exigen dominio propio y diálogo entre los esposos. Implica esperar el momento justo y no actuar de manera mecánica. Esto, en realidad, hace que la pareja se conozca y alcance un complemento más profundo a nivel humano, afectivo y sexual. Muchos dirán, ¿pero esperar no “quema” la ilusión? Si lo que esperamos es algo que deseamos con recta intención, esa espera hace que valoremos más el momento, dándole una perspectiva orientada hacia la trascendencia.
Por lo tanto, en los cursos prematrimoniales, dejemos claro que si bien es cierto que la procreación es –junto con el eros y el ágape (expresión de Benedicto XVI)- uno de los fines del matrimonio, también es verdad que debe darse de forma regulada y bien pensada a la luz de la fe y de la propia situación personal, tal y como sabiamente supo exponerlo el beato Papa Pablo VI.