Una de estas enfermedades es el modernismo, que atacó a la Iglesia en el siglo XX y sus efectos seguimos padeciendo hoy en día. Lo que no tenemos tan claro es que la enfermedad social de la postmodernidad, también nos está afectando.
Mientras que el modernismo propugnaba otra Iglesia adaptada al mundo, el postmodernismo propugna que vivamos en grupos religiosos autónomos aunque estemos vinculados superficialmente y nos hagamos llamar Iglesia. El final estas enfermedades sociales nos ayudan a progresar, ya que nos obligan a descubrir qué es la Iglesia y qué papel tenemos cada uno de nosotros dentro de ella.
Hombre, ¿por qué te desprecias de tal manera, siendo así que eres tan precioso para Dios? ¿Por qué, cuando Dios te honra de tal manera, tú te deshonras hasta tal punto? ¿Por qué te interesa tanto saber como has sido hecho y no buscas en vistas a para qué has sido hecho? ¿Es que toda esta morada del mundo que ves no ha sido hecha para ti?...
Cristo tomó carne humana para devolver toda su integridad a la naturaleza corrompida; asume la condición de niño, acepta ser alimentado, atraviesa las sucesivas edades con el fin de restaurar la edad única, perfecta y duradera que él mismo había creado. El lleva al hombre para que el hombre no pueda ya volver a caer. Al que había creado terrestre, lo vuelve celestial; a aquel a quien había dado un espíritu humano, le da la vida de un espíritu divino. Y es así como lo eleva todo entero hasta Dios, a fin de no dejar en él nada de lo que pertenece al pecado, a la muerte, al trabajo, al dolor, a la tierra. Esto es lo que nos trae nuestro Señor Jesucristo el cual, siendo Dios, vive y reina con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. (San Pedro Crisólogo. Homilía sobre el misterio de la Encarnación, 148)
San Pedro Crisólogo nos señala la visión pesimista de vernos como seres fallidos, incapaces de llegar a nada bueno. Si nos sentimos incapaces, no tardamos en aceptar que nada podemos y nos olvidamos de lo que nos lleva a esa sensación. Esta es una de las tentaciones más sutiles y placenteras que el enemigo nos tiende. No señala nuestras incapacidades y después nos ofrece la libertad de la jaula que él mismo ha dibujado en torno a nosotros. Cómo es lógico, no tardamos en aceptar una salida tan satisfactoria y rápida.
Si nos damos cuenta que nuestros esfuerzos de unidad no nos lleva a ningún sitio ¿Por qué nos aislarnos en pequeños grupitos, autosafisfactorios? El ecumenismo interno y externo es un camino complicado, que siempre parece estar bloqueado. Mientras, la apariencia de unidad siempre está dispuesta a ser la solución más sencilla y rápida.
Pensemos si la encarnación de Cristo buscaba, tan sólo, aislarnos unos de otros para no tener rencillas y no tener que soportarnos. Quienes no se soportan con caridad y misericordia, no aprenden unos de otros ni llegan a comprender qué es realmente la caridad. Ahí está el desafío del ecumenismo: ¿Por qué te interesa tanto saber como has sido hecho y no buscas en vistas a para qué has sido hecho? ¿Es que toda esta morada del mundo que ves no ha sido hecha para ti?
Hemos sido creados para vivir unidos y para dar gracias a Dios por estar juntos. La maravillosa morada, que es la Iglesia, no ha sido creada para que la dividamos para vivir suficientemente lejos unos de otros.