En todos estos años de historia del cristianismo, demasiadas veces hemos estado empeñados de verdad en cargarnos nuestra Iglesia. Desde la primera hora, ya con las primeras divisiones, los cristianos hemos hecho denodados esfuerzos por romper la Iglesia que Cristo nos dio. Y durante los veinte siglos y pico que llevamos caminando, nos ha ocurrido de todo: cismas, divisiones episcopales, traiciones... Tanto, que los enemigos del Señor se han creído que la Iglesia iba a desaparecer. ¡Ja, ja, ja! Eso es lo que ellos creen. Cualquier día como hoy se puede observar el mundo y escuchar cómo la Iglesia carca, la de Roma, la única que fundó Cristo, está en las últimas. Si se lee en los confidenciales de internet o en los periódicos, si se mira la televisión o se oye la radio, por todos lados nos bombardean con lo mismo: "¡Obispos divididos! ¡La COPE en pleno cisma! ¡Rouco contra los demás obispos! ¡Cada vez menos gente en las iglesias! ¡El Papa contra los modernos!". Pobrecillos; no se dan cuenta de que ni nosotros hemos conseguido cargarnos la Iglesia, como para que vengan otros a intentarlo… Conozco muchos católicos que se dejan influir por estas ideas y llegan a pensar que son verdad. Menos mal que luego ven la eucaristía del día 28 en Colón, y se dan cuenta que la Iglesia está muy viva. Y que lo único que necesita es que yo, que soy la Iglesia, me comporte ante el mundo como tal, y proclame que Cristo ha nacido hace una semana, que murió por mí, que resucitó, y que está en mí. Está en mí, cada vez que voy a misa y comulgo, pero también está en mí cuando estoy trabajando, en familia, con mis amigos, o jugando al tenis. El mundo está como está, con una crisis de caballo, y nos necesita para encontrarse con Cristo. Con dar nuestro testimonio es suficiente, y ya se encarga el Señor de hacer el resto ¡Pero valientes! no amodorrados ni con miedo. Cristo vive y el mundo nos espera para que lo salvemos de la crisis. Eduardo Palanca