Cuando los curas tenían la sotana negra, como único "uniforme" , imponía mucho a los niños. Eso me pasó a mí, durante mi primera infancia: en la casa del al lado de la mía, acudía un joven sacerdote a su domicilio paterno. Su nombre fue don Miguel Luque Pardo.

Había nacido en Jaén. Su padre era maestro de escuela. Era sobrino de un cura asesinado durante la Guerra Civil. Cuando ofició la Primera Misa lo hizo en la parroquia de Santa María Magdalena, feligresía a la que pertenecía aquel domicilio.

Sus primeros campos de trabajo estuvieron en Lopera, como vicario parroquial. De allí pasó a Linares, donde le dieron la nueva parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, que no tenía templo propio. Se cobijó en el edificio de un colegio público, mientras servía la capellanía de la residencia de ancianos cercana.

Mientras, por pura afición pastoral colaboraba en radio Linares, de la cadena Ser, con un programa religioso.

Un día de 1980 tomó posesión de la parroquia de Santa María Magdalena, siendo nombrado a la vez delegado diocesano de medios de comunicación social.

Fueron los años en que el templo parroquial estaba en obras, y los servicios pastorales se ofrecían desde la iglesia del hospital de San Juan de Dios.

Don MIguel desde su llegada pensó en terminar las obras de la iglesia parroquial, movió todo el esfuerzo, pero no pudo disfrutar de ella, porque antes de abrirla al culto, él falleció en el hospital Princesa de Jaén.

Lo llevaron de cuerpo presente para hacer su entierro en ella, recién terminada de restaurar.

Descanse en paz, don Miguel, aquel cura que mis ojos infantiles veían llegar a su casa a  convivir con sus padres y hermanos.

Tomás de la Torre Lendínez