El Papa vuelve a Roma impresionado por lo que ha visto en Filipinas. Toda una masa ingente de seres humanos que lloran de emoción buscando cada día a Dios, lloran de dolor por la miseria a la que están condenados por una parte de la sociedad que vive en la opulencia, lloran los niños esclavizados por los explotadores sin corazón, y lloran porque se marchó aquel en el que han visto la misma presencia de Dios entre ellos. Y el Papa también lloró al tener que dejar físicamente huérfanos a tantos que han disfrutado unos días de aquel a quien aman.
Y el papa Francisco dice con el alma encogida: Al mundo de hoy le hace falta llorar. Es cierto. Nuestra sociedad hedonista, indigestada de materia, ha perdido la sensibilidad en el alma. Somos muy duros a la hora de juzgar y de actuar. Ya no nos duele la miseria ajena, ni las muertes, ni el terrorismo, ni el insulto descarado… Hemos perdido bastante la capacidad del llanto dolorido, o del llanto emocionado, la ternura, el asombro en la contemplación de la belleza, o la indignación al percibir el dolor ajeno.
Nos cuentan las crónicas del viaje del Papa que: Jun Chura, de 14 años de edad, y Glyzelle Palomar, una niña de 12 años, relataron al Papa la vida dura que vivieron en las calles de Manila, en medio de una serie de peligros y alimentándose con restos de comida que encontraban en la basura.
La niña no pudo contener las lágrimas y lloró al leer las preguntas que tenía preparadas para el Papa.
“Hay muchos niños olvidados por sus propios padres. También hay muchos que son víctimas de cosas terribles como las drogas y la prostitución. ¿Por qué Dios permite que estas cosas sucedan, cuando además no es culpa de los niños? ¿Y por qué hay tan poca gente que nos ayuda?
El Papa se quedó sin palabras para responderle. Abrazó a la niña, y se dejó abrazar por ella. Hay situaciones que nos ponen un nudo en la garganta y no nos dejan hablar. Hay dolores que solo se comprenden y se asumen con el silencio. El viaje del Papa no ha sido, ni muchos menos, triunfalista a pesar de los millones que le rodeaban. Ha sido una bajada a la arena, a la vida del pueblo pobre, y decirles que la Iglesia los ama, les comprenden, y que llora con ellos.
Recuerdo aquel canto de la Zarzuela “Los gavilanes”: “Los ojos que lloran no saben mentir… No puede ser una mujer cualquiera…” Esto diríamos de los padres y los niños que sufren y lloran: ellos no saben mentir, el dolor es sincero, auténtico. Y nuestra caridad hacia ellos no se puede quedar en palabras, y tampoco en llanto vacío, sino un poner el corazón a la altura del que necesita ser querido.
Los niños lloran por muchas razones. El llanto es una respuesta emocional a una experiencia o situación de sufrimiento. El grado de su angustia depende de los niveles de desarrollo y de las experiencias previas. Los niños lloran cuando sienten dolor, temor, tristeza, frustración, confusión, ira o cuando no pueden expresar sus sentimientos.
El llanto es una respuesta normal a las situaciones angustiantes que un niño no puede resolver. Cuando la capacidad de un niño para hacerle frente a estas situaciones se agota, el llanto es automático y natural.
Hay una historia detrás del discurso del Papa. Glyzelle Palomar, de 12 años, con lágrimas en los ojos le contó al Papa Francisco que había recogido comida entre la basura y dormido en la calle. ¿Por qué deja Dios que pasen esas cosas, incluso si no es culpa de los niños? ¿Y por qué solo algunas personas nos ayudan?”, preguntó la pequeña filipina al Papa, tapándose la cara con las manos mientras sollozaba.
Las lágrimas de Glyzelle inspiraron al Papa un discurso sublime, que podríamos llamar de “teología del llanto”. “Su realidad es superior a todas las ideas que yo había preparado", explicó Francisco.
En su inocencia, Glyzelle con claridad hace una fotografía de los problemas de miles de niños en Filipinas y en varios países llamados ‘emergentes’. “Hay muchos niños rechazados por sus propios padres. Hay también muchos que han sido víctimas de muchas cosas terribles que les han pasado, como drogas o prostitución”.
Ante estas palabras, el Obispo de Roma apartó las hojas que había preparado hablando con naturalidad a los jóvenes. “Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta, y no le alcanzaron las palabras y tuvo que decirlas con lágrimas”, aseguró el Papa.
Creo que no hace decir muchas cosas más. Necesitamos llorar, y hay que estudiar a fondo la “Teología del llanto”. Mientras tanto miremos a nuestro alrededor y consolemos al que sufre, al menos fiándonos en él.
Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com