A pocos pasos del Palacio Nacional de Bellas Artes, se encuentra la calle de Madero, icono del centro histórico de la Ciudad de México. Muy cerca de la Torre Latinoamericana que, hasta finales de los 70s fue la más alta de América Latina, está ubicado el Templo Expiatorio Nacional de San Felipe de Jesús, dedicado al primer mártir mexicano. El pasado 17 de enero (2015), pude visitarlo junto con un amigo que además es arquitecto y, por ende, sabe bien el valor histórico de los inmuebles del casco antiguo de la capital. Quise ir a San Felipe por un motivo especial. Ahí se encuentran los restos del Venerable P. Félix de Jesús Rougier. Para mí, se trata de una figura entrañable, pues estudié en un colegio que, además de llevar por nombre su apellido, pertenece a una de las congregaciones que fundó en plena persecución religiosa: las Hijas del Espíritu Santo (1924). El templo fue inaugurado el 5 de febrero de 1897. A partir del 8 de diciembre de 1931, fue confiado a los Misioneros del Espíritu Santo (1914), quienes también fueron fundados por el P. Félix. La lápida de mármol está marcada por una reproducción de su firma. Del lado derecho, aparecen fechas importantes de su vida y del izquierdo, frases célebres que son todo un legado para la Iglesia. Enfrente, también se encuentran los restos del Venerable P. Moisés Lira Serafín M.Sp.S. (18931950), primer novicio de la congregación y fundador de las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada.
 

 
  ¿Qué decir del P. Félix? Sin duda, daría para un libro; sin embargo, hay dos palabras que lo describen bastante bien: obediencia y audacia. No se buscaba a sí mismo, tampoco traía algún tipo de agenda ideológica, sino que todo lo confirmaba con el parecer de los superiores. De ahí que aceptara esperar diez largos años hasta que le permitieron fundar a los Misioneros del Espíritu Santo. Cuando veía que el “si” que escuchaba en su interior coincidía con el de la Iglesia, se lanzaba a proyectos audaces, significativos. Mientras muchos cerraban y claudicaban por la persecución de Calles, él fundaba noviciados, centros para atender sacerdotes, colegios, hospitales, misiones, etcétera. Tan pronto se le veía ayudando al más pobre de Tlalpan como aconsejando al Sr. Gréville, famoso diplomático inglés en tiempos del Gral. Porfirio Díaz. Fue, como San Pablo, “todo para todos” (cf. 1 Corintios 9, 22) y de eso se trata. Al ver aquella lápida, pensaba: “cuánto navegó, caminó, subió y bajó con tal de aumentar en cada uno de nosotros la fe a través del genuino espíritu de las Obras de la Cruz que hoy es tan necesario como ayer”.


 El Santísimo -excepto cuando hay Misa- permanece expuesto y, como parte del carisma de los Misioneros, siempre hay dos o más sacerdotes confesando. Sin duda, la presencia de la congregación atrae a muchas personas que buscan el sacramento y, al mismo tiempo, recibir la dirección espiritual que tanto los caracteriza y que es un aporte muy significativo en plena capital, porque a veces se piensa que en las grandes ciudades la fe ya no hace falta, cuando lo cierto es que sucede todo lo contrario, porque Dios se hace presente tanto en el centro como en la periferia. Además, el templo, es sede de la Adoración Nocturna Mexicana desde 1900. Un lugar especial para la oración a través de la arquitectura y de la historia.