Es curioso observa la variedad y variedades de celebraciones litúrgicas a las que asistimos a lo largo de la vida. A veces nos cuesta identificar estas celebraciones entre sí y darnos cuenta que vivimos la Liturgia de forma semejante en toda la Iglesia. Curiosamente nos hacemos llamar católicos, porque aceptamos una verdad única y una Liturgia coherente, que nos debería permitir ir a cualquier comunidad y sentir que celebramos unidos los sacramentos.
Los grandes actos, como las multitudinarias misas que se celebran en los viajes papales, son todo un desafío para esta coherencia y universalidad. La planificación necesaria para permitir que el respeto, veneración y adoración sean posibles, desafía cualquier previsión humana. Creo que deberían replantearse estas misas multitudinarias, para poder ofrecer un mínimo de respeto y espacio espiritual.
Para algunos este hecho es irrelevante ya que entienden la catolicidad como diversidad, sin unidad real. Aplican el sentido de lo católico como desde un punto de vista antitético al don de lenguas de Pentecostés. Más bien piensan que Pentecostes conlleva la diversidad de lenguas y la tolerancia desafectada entre todas ellas y todos nosotros.
En las redes se puede ver un video (Pulsar aquí para ver el Video) que parece haberse filmado durante la comunión de la misa papal en Filipinas. Lo de menos es dónde se haya realizado el video, sino las actitudes que se ven en el. Una vez lo vean les invito a leer un breve párrafo de una homilía de Benedicto XVI:
Él [Cristo] no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que sí es plenamente espiritual pero que, sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que sólo desaparecerán al final, en la Jerusalén celestial, donde ya no habrá ningún templo (Ap 21, 22). Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede con los mandamientos, también más exigente. No basta la observancia ritual, sino que se requiere la purificación del corazón y la implicación de la vida.
Me complace subrayar también que lo sagrado tiene una función educativa, y su desaparición empobrece inevitablemente la cultura, en especial la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y no necesitada ya de signos sacros, fuera abolida esta procesión ciudadana del Corpus Christi, el perfil espiritual de Roma resultaría «aplanado», y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada. O pensemos en una madre y un padre que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad acabarían por dejar campo libre a los numerosos sucedáneos presentes en la sociedad de consumo, a otros ritos y otros signos, que más fácilmente podrían convertirse en ídolos. Dios, nuestro Padre, no obró así con la humanidad: envió a su Hijo al mundo no para abolir, sino para dar cumplimiento también a lo sagrado. En el culmen de esta misión, en la última Cena, Jesús instituyó el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, el Memorial de su Sacrificio pascual. (Benedicto XVI, Homilía de la Santa Misa en la solemnidad del Corpus Christi 2012)
Soy consciente que dar la comunión a más de siete millones de personas conlleva una inabordable problemática. En la JMJ de Brasil se utilizaron vasos desechables de plástico para trasportar las Sagradas Formas. Es evidente que la sacralidad se diluye y desaparece, dentro de todo acto social multitudinario. El recogimiento no es posible en este tipo de eventos. El respeto y la veneración dejan paso a la practicidad y el “mano a mano” hasta llegar a su destino. Más vale no pensar en cuántas Sagradas Formas se caerían y pudieron ser pisadas.
Pensemos en la diferencia que conlleva comer un trozo de pan para sentirse partícipe de un evento socio-cultural y recibir un sacramento. En el primer caso, el reparto del pan se puede hacer de forma similar a repartir galletas o pañuelos. En el segundo caso, es Dios al que conducimos hasta quienes pueden recibirlo convenientemente. La actitud no puede ser la misma.
Como suelo hacer en mis reflexiones sobre el tema, me pregunto ¿Qué comunicamos al tomar las Sagradas Formas y repartirlas como pañuelos o galletas en un acto social?
Benedicto XVI nos señala que dejar a un lado el lenguaje simbólico de la Liturgia conlleva dejar paso libre a los sucedáneos de la sociedad de consumo. En la sociedad de los derechos ¿Cómo vamos a aceptar resguardarnos a la espera de poder comulgar en forma y disposición adecuada? ¿Alguien nos ha hablado de la preparación y disposición necesaria antes de recibir un sacramento? Por desgracia, los sacramentos se han convertido en actos socio-culturales en los que celebramos que estamos reunidos. Hemos perdido la conciencia de la necesidad de predisponernos y disponernos a aceptar la comunicación de la Gracia de Dios.
Es difícil decirlo, pero la postmodernidad ha acampado en medio de nosotros, separándonos en clanes y grupitos según formas y entendimientos de una fe que debería ser común. En todo caso, cuando los abusos litúrgicos abundan, es el momento profundizar en la oración para que el Señor nos ayude a convertirnos y así poder llevar los Misterios a quienes nada saben de ellos. Todo un reto.