1. Palabra de Sabiduría – Palabra de Conocimiento.
2. Don de fe – carismas de curaciones – poder de milagros.
3. Profecía – discernimiento de espíritus.
4. Don de lenguas – don de interpretarlas.
El primer bloque se refiere a palabras inspiradas que instruyen y mueven a un cambio de vida.
El segundo se refiere a actos que solemos considerar milagrosos.
El tercero se refiere a palabras que se dicen de parte de Dios y su discernimiento.
El cuarto se refiere a palabras que inspira el Espíritu en lenguas extrañas y su discernimiento.
Así pues, la palabra de Sabiduría es una palabra inspirada que instruye y mueve a un cambio de vida. Hay veces que el Espíritu Santo inspira palabras al corazón de los hombres para que enseñen e instruyan sobre la verdad de la fe con un acierto y una precisión y claridad sobrenaturales. A mí me ha pasado alguna vez que, después de acabar un sermón, o de hablar a alguien sobre Dios, he pensado: “¿de dónde ha salido esto que he dicho?”. Porque me he sentido inspirado por el Espíritu Santo para decir cosas que no había preparado y que no pensaba decir. Esa es la palabra de Sabiduría, una palabra inspirada por el Espíritu Santo para instruir y mover a conversión; una predicación fuerte, carismática, que toca el corazón de los hombres y les hace comprender; un discurso claro, directo, inspirado, convincente. Una Sabiduría que no es meramente humana, no es erudición, sino conocimiento profundo y real del misterio de Dios.
Un ejemplo claro de la palabra de Sabiduría lo tenemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, justo después del misterio de Pentecostés. Pedro era un hombre sin cultura ni educación, y sin embargo dice el texto bíblico que “Pedro, poniéndose en pie junto con los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró ante ellos: «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras»” (Hch 2, 14). Y comienza una predicación keygmática impresionante, tras la cual dice la Sagrada Escritura que “Al oír esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” (Hch 2, 37). El Espíritu Santo inspiró a San Pedro para hacer una predicación, sin preparación ni ensayo, que era imposible para un hombre sin educación y que se ocultaba de los judíos por miedo. ¿Qué sucedió entre medias? La efusión del Espíritu Santo. San Pedro recibe una Palabra de Sabiduría. Es tal el cambio que el Espíritu Santo produce en las palabras de los apóstoles, que cuando éstos son apresados por el sanedrín tras su predicación, dice la Escritura que los miembros del sanedrín “viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni instrucción, estaban sorprendidos. (Hch 4, 13). También Esteban, de quien se dice que estaba lleno del Espíritu Santo, predicaba al pueblo, y nos dice el libro de los Hechos que los judíos “no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba” (Sab 6, 10).
La Sabiduría, propiamente, es un don del Espíritu Santo, mencionado por Isaías, que supone un conocimiento profundo del misterio de Dios, pero de una forma sencilla e intuitiva; cuando el Espíritu Santo concede esta palabra de Sabiduría, este conocimiento profundo se trasluce en las palabras de un modo claro y simple. Pero la palabra de Sabiduría mueve al amor de Dios y a la conversión de vida; esta es la diferencia entre la Sabiduría y la erudición. La palabra de Sabiduría no es un discurso preparado que sigue un esquema diseñado por el que la pronuncia; es una palabra inspirada por Dios que al primero que instruye es al que la recibe, ya que viene de fuera de él; y que mueve a los que la oyen al amor de Dios y a la conversión.
Para un predicador, o para cualquier evangelizador o cualquier persona que vaya a dar testimonio, es fundamental invocar al Espíritu Santo para que le conceda esta palabra de Sabiduría, de modo que se cumpla en él lo que dice San Pablo: “yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado. También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor 2, 1 – 5).