PRESENTACION

En el año 1782 apareció en Venecia, Italia, una obra llamada ‘Filocalia’, que reunía los textos de los Padres orientales que se refieren a la vida hesicasta o monacal, y a la oración de Jesús, llamada también ‘la oración del corazón’.

Sus compiladores fueron el obispo Macario de Corinto y el monje Nicodemo del Monte

Athos. Un starets lo tradujo en 1793 al idioma eslavo. Su nombre era Paesio Velichouski, quien falleció en 1794, justo al año siguiente de finalizar la mencionada traducción. Hay que destacar que el término ‘starets’ se refiere generalmente a un anciano, por lo general un monje ortodoxo, con gran experiencia en la oración, y apto para ser el guía espiritual de quien busca en la oración la comunicación con Dios.

Por último, en 1877 el obispo Teófano de Tambov y Vladimir hizo una nueva edición rusa de la Filocalia, ampliando considerablemente la selección de textos.

La importancia de la Filocalia en los monasterios ortodoxos, sobre todo en los rusos, ha sido capital. Con la Biblia, los libros litúrgicos y las vidas de los santos, constituyó durante muchos años la base de las lecturas espirituales y, por ende, de la cultura teológica y espiritual de los monjes, que eran y son la fuerza de la ortodoxia.

Uno de los relatos contenidos en la Filocalia se titula “Relatos de un peregrino ruso”, el cual empezó a divulgarse a partir de 1917 y que ha sido desde entonces una muestra de renacimiento de la espiritualidad filocálica. Esta colección ha sido reeditada en griego y traducida a varias lenguas occidentales.

Estos relatos no son solamente memorias de un tiempo pasado, de tierras lejanas y de costumbres exóticas. Son, sobre todo, un testimonio espiritual que pide una respuesta por parte del lector.

Su lectura nos ayudará en el camino de la vida cristiana. Por distintos paisajes y con diferentes aventuras, pero caminando siempre hacia el encuentro con Cristo, a quien conocemos como cercano a los humildes y a los sencillos, y a los que buscan con un corazón puro.

Se considera importante detallar aquí una breve explicación de algunos conceptos de la mencionada obra, con el fin de tener una mayor y mejor comprensión de la misma, así como de algunos términos relativos al vocabulario ortodoxo ruso.

EL HESICASMO

La vida monástica comenzó en Egipto y los primeros monjes conocidos fueron San Antonio y San Pacomio, que eran los Padres que vivían en los desiertos de Escete y de Nitria en los siglos IV y V d.C. En las palabras y enseñanzas de estos monjes, conocidos como apotegmas o Dichos de los Padres, se encuentran los primeros textos que hablan de la invocación del nombre y de la oración del corazón.

Esta tradición que hemos seguido en sus principales figuras, es llamada ‘hesicasta’, término que significa tranquilidad, calma de las potencias y sosiego espiritual. Es lo que hace posible al monje la oración contemplativa. El hesicasmo, como movimiento o escuela espiritual, pone el énfasis en la búsqueda de una oración constante, ininterrumpida, a la que debe forzosamente acompañar la pureza de corazón y la práctica fiel del evangelio. Es una oración cristiana, que responde a las promesas del Señor de enviar su Espíritu Santo, que es el que ora en nosotros.

Ya Juan Casiano, autor que escribió en latín antes del año 430 d.C., había distinguido entre la vida ascética o activa y la contemplativa. En la primera, se lucha contra los vicios y se adquieren las virtudes; en la segunda, el alma, sosegada ya, mira a su Dios. El hesicasmo se encuentra en la línea señalada por Casiano, y con él por toda la tradición espiritual oriental, transmitida por el propio Casiano al Occidente.

RELATOS DE UN PEREGRINO RUSO

“Relatos de un peregrino ruso a su padre espiritual” es una obra singular en el conjunto de la literatura espiritual cristiana por la calidez y sinceridad que transmite, por la sencillez de expresión, por lo mesurado del tono, por las vívidas descripciones, por la fidelidad con que transmite las experiencias de su héroe. Todo ello configura un texto equilibrado, noble y directo, que cala hondamente en el lector.

El peregrino, más que autor, es el protagonista de esta obra. Resume, en una figura muy conocida del paisaje humano de la Rusia antigua, las experiencias vividas por más de un cristiano fervoroso y decidido a llevar su fe hasta las últimas consecuencias. Existían muchos laicos como éste, hombres libres de toda atadura humana, que dedicaban sus vidas a escrutar la palabra de Dios, a profundizar en la oración, visitando los lugares santos de la cristiandad y los innumerables santuarios y monasterios de Rusia.

Vivían de limosnas o haciendo pequeños trabajos durante sus viajes, y las familias los recibían, a veces con respeto y otras con desprecio, según su fe y su propia disposición espiritual. Pero es innegable que su presencia itinerante constituía una verdadera misión, hablando de Dios con su vida y su ejemplo a los demás hombres, tal vez pobres como ellos, y que anhelaban una apertura espiritual y renovaban de esa manera la experiencia del encuentro con Dios que celebraban en la liturgia.

La base de los Relatos es auténtica, y nos hace conocer el ambiente social y espiritual de la Rusia ancestral. La redacción tiene cierto artificio que pone de relieve las ideas principales y muestra, didácticamente, el desarrollo de un proceso ejemplar. Los datos, recogidos por los autores que han estudiado los Relatos, convergen hacia el célebre monasterio de Optino, situado cerca de Koselsk, en Rusia, donde hasta la revolución de 1917 hubo un centro espiritual muy floreciente, y cuyos starets eran visitados a la vez por lo más selecto de la intelectualidad rusa de aquel entonces, como fue el caso de Gogol, Dostoievski, Tolstoi, Soloviev, y también por el pueblo sencillo y creyente.

El manuscrito con los relatos parece haber pertenecido a una religiosa dirigida por el starets Ambrosio de Optino. Una primera edición se publicó en Kazán hacia 1870, seguida de otra más correcta en 1881 en el mismo lugar, y reeditada en 1884. En el prefacio de la edición de 1881 se atribuye la posesión del texto a un monje ruso del Monte Athos.

Reeditado en ruso después de la revolución, y traducidos a diversas lenguas, los “Relatos de un peregrino ruso” fueron una avanzada de espiritualidad rusa en Occidente. La expansión de la práctica conocida como oración de Jesús, que es uno de los fenómenos ecuménicos más notables de este siglo, le debe mucho, con toda seguridad.

LA ORACION DE JESUS O LA ORACION DEL CORAZON

El primer relato nos cuenta cómo oyó el peregrino en la iglesia la lectura del pasaje de la Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, que dice: “Orad sin cesar”. Estas palabras fueron para él una llamada que penetró hondamente en su alma, y buscó desde entonces llegar a la oración constante. Ensayó diversas prácticas, acudió a varios maestros, leyó la Biblia y escuchó sermones. Hasta que un starets, en su celda, lo introdujo en la oración de Jesús:

“La oración de Jesús, interior y constante, es la invocación continua e ininterrumpida del nombre de Jesús con los labios, el corazón y la inteligencia, con el sentimiento de su presencia, en todo lugar, en todo tiempo y aún durante el sueño. Ella se expresa con las palabras “Señor Jesucristo, ten piedad de mí”. El que se acostumbra a esta oración siente un gran consuelo y la necesidad de decirla siempre; al cabo de cierto tiempo no puede vivir sin ella y ella misma brotará en él”.

El peregrino se entrega entonces a la oración; primero la recita tres mil veces por día, después seis mil y llega hasta doce mil veces diarias, tal como se lo ha indicado el anciano starets. Pero desde entonces ya no cuenta más; la oración se ha vuelto constante, unida a su respiración, y no le abandona ni siquiera durante el sueño.

Los monjes ortodoxos, que la practicas asiduamente, usan un rosario hecho con lana, que les sirve para contar con sus nudos las invocaciones realizadas.

La “oración de Jesús”, conocida también como “oración del corazón”, es una breve fórmula piadosa: Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, algunas veces con el añadido: pecador, repetida en el marco de un método. Hay algunos estudiosos que quieren hacer retroceder su origen hasta los apóstoles, pero, al parecer, no es posible encontrarla con sus características actuales antes del siglo XIII.

Sin embargo, teniendo en cuenta la naturaleza de la “oración de Jesús”, se pueden descubrir sus orígenes en el ambiente de búsqueda de una oración continua que sella intensamente la historia espiritual de los primeros siglos cristianos, particularmente el peregrinar de los Padres del desierto. Es doctrina común del monacato primitivo la búsqueda del ideal de la oración continua. Se dice de San Antonio de Egipto (c.250-356), quien ha pasado a la historia como `el padre de los monjes´, que «rezaba constantemente, pues había aprendido que era necesario rezar incesantemente en privado». La aspiración a una oración incesante se nutre de orientaciones como las de San Pablo que exhorta a vivir perseverantes en la oración (Romanos 12, 12) y a orar «sin cesar» (1Tesalonicenses 5, 17).

Los ejercicios de la memoria o presencia de Dios y el combate contra pensamientos dañinos, así como la meditación secreta (krypte melete), como metódica y constante repetición, oral o mental, de una oración o frase corta o de una sentencia de la Sagrada Escritura, son el medio donde, a través de un largo proceso histórico, nace y se impone como fórmula privilegiada la oración de Jesús. Ireneo Hausherr, notable estudioso del tema, sostiene que la oración es una fórmula abreviada que sintetiza la espiritualidad monástica de lamentación, tristeza, dolor por los propios pecados.

APROXIMACION A SU RAICES

Por lo visto, los remotos fundamentos históricos de la oración de Jesús se pueden trazar hasta los monjes egipcios del siglo IV, quienes se ejercitaban en la repetición de una palabra o sentencia para enfrentar los malos pensamientos y para pacificar la mente: la oración monológica. La conciencia de la fractura interior del ser humano y de su fragilidad subyace a esta disciplina espiritual que, más allá del combate contra pensamientos inconsistentes o ideas erradas, encuentra una vía positiva en la unificación de todo el ser en Dios. La búsqueda de la paz ambiental (huida del mundo), la soledad y el silencio, y la tranquilidad o paz del corazón constituyen, en sentido amplio, el camino hesicasta (término derivado de hesiquia, palabra griega para quietud, tranquilidad, reposo), que es, precisamente, de lo que se está hablando. Se trata del conjunto de medios cuyo ejercicio favorece la unión con Dios a través de la oración incesante; la continua memoria de Dios.

La invocación del nombre de Jesús, ya sea explícitamente, ya implícitamente al decir ‘Señor’, se encuentra bien documentada en los testimonios que tenemos de los medios monacales de esos tiempos. Pero aún cuando en un sentido amplio se puede hablar con toda razón de que esas invocaciones o referencias son una plegaria a Jesús, no se trata todavía de la fórmula establecida que se conoce como la oración de Jesús. Es también en el siglo IV que se descubren testimonios fidedignos del uso de la aclamación Kyrie eleison (¡Señor, ten piedad!) en la liturgia. No es posible medir su influencia en los medios monacales pero, sin duda, es un dato a ser tenido en cuenta.

Los diversos elementos estaban allí. Con toda seguridad fueron usados libremente, pero el desarrollo sistemático de la oración de Jesús tomaría aun cientos de años.

LA INVOCACION DEL NOMBRE DEL SEÑOR

Son muchos los Padres del desierto que parecen recomendar invocaciones semejantes a lo que sería finalmente la oración de Jesús. Un tal Macario, cuya precisa identidad todavía se discute, aunque algunos piensan que vivió en el siglo IV, sería uno de ellos. Diversas sentencias, escritos, y `cincuenta homilías´ son atribuidos a Macario sin que los expertos terminen de ponerse de acuerdo sobre la identidad del autor o autores ni sobre el alcance de las atribuciones. En el Ciclo copto de apotegmas de Macario (siglos VII-VIII) se puede leer: “Bienaventurado aquel que persevera, sin cesar y con contrición del corazón, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. Y, en una enseñanza que parece ir más allá de la mera plegaria monológica, se recomienda “poner atención en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo cuando tus labios están en ebullición para atraerlo, pero no trates de conducirlo a tu espíritu buscando parecidos. Piensa tan sólo en tu invocación: Nuestro Señor Jesús, el Cristo, ten piedad de mí”.

Según el mismo Ciclo copto, Macario le habría aconsejado a Evagrio Póntico (345-399), quien al parecer estuvo hacia el 383 en el desierto de Nitria y unos años después en el de Las Celdas, entre el Cairo y Alejandría, permanecer siempre firme en el Señor, “pues no es fácil decir a cada respiración: Señor Jesucristo ten piedad de mí; yo te bendigo mi Señor Jesús, socórreme”. Existen algunos lugares comunes sobre la oración entre las sentencias del Ciclo copto y otros escritos atribuidos a Macario, salvo la expresa invocación del nombre del Señor como en ellas aparece y que por su formulación permitiría aceptar una fecha posterior al siglo IV para esas sentencias.

En un texto atribuido a Evagrio se dice: “A cada respiración agregad una sobria invocación del nombre de Jesús y la meditación de la muerte y la humildad”. El mismo texto aparece en un escrito de Hesiquio de Batos, del que se hablará más adelante.

Diadoco, obispo de Fótice (468), es partidario de la purificación interior por la sanadora memoria del Señor Jesús, meditando incesantemente en este glorioso nombre en las profundidades del propio corazón. En una ocasión enseña: “Si un hombre empieza a progresar cumpliendo los mandamientos y llamando incesantemente al Señor Jesús, entonces el fuego de la gracia divina lo impregnará, incluso en los sentidos exteriores del corazón”. En otro pasaje afirma: “El intelecto, cuando hemos cerrado todas sus salidas por el recuerdo de Dios, exige, absolutamente, una actividad que ocupe su diligencia. Se le dará entonces el `Señor Jesús´ por única ocupación y para que responda por entero a su fin”. Las condiciones ascéticas y morales como requisito para el `ejercicio del Nombre´ se perciben, por ejemplo, cuando dice: “Si el alma es turbada por la cólera, oscurecida por los vapores de la ebriedad, o atormentada por una tristeza malsana, el intelecto no será capaz de convocar la viva memoria del Señor Jesús, ni aunque lo forcemos”.

Aun cuando Diadoco no parece conocer la fórmula de la oración de Jesús, sus reflexiones sobre el uso del nombre del Señor, así como su teología bautismal por la que el hombre recupera la plenitud de la imagen, y la cooperación a la gracia para alcanzar la semejanza perdida y la unidad de su ser, constituyen pasos que van haciendo el ambiente para el nacimiento de la oración.

Barsanufio el egipcio y Juan de Gaza (s. VI), de quienes conservamos sus cartas espirituales, plantean una estrategia ascética para combatir los malos pensamientos mediante el recurso al nombre de Jesús, ya que el mejor medio de lucha es confiar, desde nuestra impotencia, en Aquél que nos da la victoria: “Cuando durante la salmodia, la oración o la lectura, te viene un mal pensamiento, no le prestes atención sino más bien concéntrate más en la salmodia, la oración o la lectura. Si el mal pensamiento persiste esfuérzate en invocar el nombre del Señor y el Señor te auxiliará y suprimirá las astucias de los enemigos”. Y en otra ocasión: “cuando el ardor de la batalla aumenta, también tú aumenta tu fuerza clamando: ¡Señor Jesucristo! ¡Tú ves mi debilidad y mi aflicción, ayúdame y líbrame de quienes me persiguen (Sal 142, 6); a Ti acudo para refugiarme (Sal 143, 9)!”. Al hablar de la dispersión de la mente, se lee que uno debe recogerse diciendo: “Señor, perdóname en consideración del santo nombre”. A pesar de las características que hemos podido apreciar, como parece obvio, aún no estamos ante la fórmula que luego cristalizará sino ante una devoción oracional al nombre del Señor.

LA FORMULA ORACIONAL

La primera evidencia irrecusable de una versión de la oración de Jesús se descubre en la Vida de San Dositeo, discípulo de Doroteo de Gaza (s. VI-VII), quien a su vez fue entrenado por Barsanufio y Juan. La biografía de Dositeo establece que Doroteo le transmitió la fórmula que repetía incesantemente: “Pues él (Dositeo) vivía en continua memoria de Dios. Doroteo, su padre espiritual, le había transmitido la regla de que siempre debería repetir estas palabras: ¡Señor Jesucristo, nuestro Dios, ten piedad de mí! ¡Hijo de Dios, sálvame!´ Por lo cual decía continuamente esta oración. Cuando enfermó, Doroteo le dijo: `Dositeo, no descuides tu oración. Asegúrate que no abandones tu oración”. Ya en este momento se puede afirmar que estamos ante una fórmula de la oración de Jesús, aunque todavía falta madurar algo más.

Conviene, también, traer a colación el testimonio de Filemón, que vivió hacia mediados del siglo VI. Filemón usó la oración, aunque sin llamarla de una manera específica. Veía en ella un buen medio para concentrarse evitando la disipación interior, así como un camino para mantener la memoria de Dios. Al recomendar un camino espiritual a un hermano, le dice: “Ve, practica la sobriedad en tu corazón, y en tu pensamiento repite sobriamente, con temor y temblor: `Señor Jesucristo, ten piedad de mí”. En otra ocasión amplía la fórmula: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí”.

Así, paso a paso, vamos llegando a la Carta a los monjes del pseudo-Crisóstomo que, aunque difícil de fechar con exactitud, podría ser de alrededor del año 400 d.C. En ella el anónimo autor opta por una única forma para ser incesantemente repetida: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. La clave de esta aproximación se centra en la memoria y el corazón, punto de anclaje de la atención. Es allí donde debe acogerse el nombre del Señor. “Permanece en tu corazón clamando el nombre del Señor Jesús para que el corazón se fije profundamente en el Señor, y el Señor en el corazón, y los dos sean uno”. Así, pues, habiendo sido fijada una fórmula, aún queda cierto trecho que recorrer antes de llegar a la metodología psicofísica del monje de origen latino, Nicéforo, del siglo XIII.

LA ORACION DE JESUS EN OCCIDENTE

Si bien la difusión en occidente de la oración se ha producido, principalmente, a través de las sucesivas ediciones de los `Relatos de un peregrino ruso´, y de las traducciones de la `Filocalia´, selección de textos sobre la oración de Jesús y el hesicasmo, hay algunas anotaciones finales que hacer.

No parece equivocarse el trapense Basil Pennington cuando afirma: “la expresión oración a Jesús es un paraguas que cubre una variedad de métodos”. Habría una sencilla práctica devocional de repetir el nombre del Señor. También se daría el uso de jaculatorias con amplia libertad. Y finalmente el método fijado por el neo-hesicasmo con la fórmula y las prácticas psicofísicas, en diverso grado.

En relación a lo primero, en occidente existe también una gran devoción al nombre de Jesús. San Ambrosio de Milán (333-397), San Agustín de Hipona (354-430), San Pedro Crisólogo (406-450), San Beda el Venerable (673-735), son tempranos testigos de ello. En los siglos XI y XII, Anselmo de Cantorbery (1033-1109) y los autores de la escuela cisterciense expresan frecuentemente una afectiva devoción al nombre del Señor Jesús. También los franciscanos, tras las huellas de San Francisco de Asís (1181-1226), manifiestan una notable piedad hacia el nombre de Jesús. Las fraternidades de Jesús o del Buen Jesús, son un testimonio más. El apasionado místico inglés Ricardo Rolle (1300-c.1349) y el Beato germano Enrique Suso (1295-1365) difunden con sus escritos la devoción al nombre del Señor. Esto ocurre en el mismo siglo en que, al parecer en Suecia, surgió una “orden del Nombre de Jesús”. Un testimonio particularmente significativo es la difusión hacia el siglo XIV del `Anima Christi´ con la invocación “¡Oh buen Jesús, óyeme!”. En el siglo XV, bastaría citar a San Bernardino de Siena (1380-1444), el famoso predicador franciscano que difundió, en medio de polémicos esclarecimientos, la devoción al santo nombre de Jesús, que gustaba representar con el trigrama IHS, desarrollando la `h´ en forma de cruz. En el mismo siglo la Iglesia, con la intervención del Papa Sixto IV (1471 al 1484), aprobó la fiesta del Santo Nombre de Jesús que, aunque en forma restringida, aún se celebra hoy.

Más adelante, y por si fuera poco, Fray Luis de León (1527-1591), en su clásico `De los nombres de Cristo´, culmina su enumeración de los nombres del Señor con: Jesús. En el marco de una teología del nombre, el preclaro agustino del Siglo de Oro español, escribe: “El nombre de Jesús... es el propio nombre de Cristo, porque los demás que se han dicho hasta ahora, y otros muchos que se pueden decir, son nombres comunes suyos, que se dicen de él por alguna semejanza que tiene con otras cosas de las cuales también se dicen los mismos nombres”. Otro agustino español, el valenciano Jerónimo Cantón (1555-1636), escribió hacia principios del siglo XVII una obra titulada `Excelencias del Nombre de Jesús, según ambas naturalezas´, por encargo de una cofradía de Tarragona, dedicada al Santísimo Nombre de Jesús. Estas pocas referencias, entre las muchas que se podrían mencionar, dan una idea suficiente de la explícita importancia devocional que en occidente se le ha venido dando al nombre del Señor Jesús.

La oración mediante jaculatorias es conocida en occidente, por lo menos, desde tiempos de Agustín de Hipona y Casiano, como se ha señalado. Las aspiraciones o piadosas invocaciones que elevan a la persona a Dios y recuerdan su presencia forman parte de la espiritualidad carmelitana, entre otras. Al presentar los Abecedarios espirituales de uno de los grandes maestros de la oración aspirativa en el Carmelo, Juan Sanz (1557-1608), el estudioso carmelita Rafael López Mélus, escribe: “La oración de jaculatorias nació, sobre todo, por obra de San Agustín, pero es la Orden del Carmen quien parece se ha apropiado de ella, y trabaja por llegar a la cumbre practicándola y dándola a conocer entre las almas”. La tradición oriental traída por Casiano se mantuvo a lo largo de los siglos en medios monásticos y piadosos. Por ejemplo, la hermana Kunne Ginnekins (1340-1398), discípula del fundador de la `Devotio Moderna´, Gerardo Groote (1340-1384), repetía incesantemente esta jaculatoria: “¡Querido Señor Jesús, cuándo vendrás a mi casa?” En su larga agonía, hay testimonios que así lo indican. San Francisco Javier (1552) repetía incansable: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! ¡Oh Virgen, Madre de Dios, acuérdate de mí!”. La oración por jaculatorias y aspirativa ha sido muy alabada y alentada en un receptivo occidente. Habría incluso que decir que la vida espiritual en occidente, a lo largo de los siglos, está regada de oraciones breves y fervientes.

El padre Hausherr, en su obra El Nombre de Jesús, refiere algunos datos, verdaderamente inverosímiles, de unos campeones occidentales de la oración por jaculatorias en este siglo XX. El jesuita William Doyle que apuntaría a cien mil repeticiones diarias, superado por un lasallista, el hermano Mutien-Marie, de quien se decía efectuaba unas trescientos setenta mil aspiraciones al día. Juan Bautista Reus (1947), otro jesuita, quizá siguiendo tradiciones que se remontan al tiempo del fundador San Ignacio de Loyola (1491-1556), repetía unas doce mil veces al día la jaculatoria: “Jesús, José y María”. Obviamente no se trata de una competencia, pero estos testimonios, más allá de las asombrosas cifras, claramente dejan sentado que también en occidente se practica el ejercicio de breves oraciones dirigidas a Dios como saetas de amor, en cuya trayectoria surgió la oración de Jesús.

En relación a la práctica de ejercicios corporales en la oración, basten dos testimonios. El primero es de Santo Domingo de Guzmán (1170-1221), de quien se recogen, en Las nueve maneras de orar de Santo Domingo, diversas posturas y ejercicios corporales para favorecer la oración. Por la coincidencia con el tema de la oración recogemos parcialmente un relato del Segundo modo de orar. “También Santo Domingo con frecuencia solía rezar echándose al suelo, el cuerpo estirado y apoyada la cara sobre el piso. Entonces con el corazón compungido decía las palabras del Evangelio, a veces lo suficientemente alto como para ser escuchado, `Señor, ten piedad de mí pecador´”. No era la única cita que usaba, ni tampoco era la única postura que asumía en oración. El otro testimonio es el de San Ignacio de Loyola, quien en sus Ejercicios espirituales da diversas orientaciones sobre varias posturas corporales, ambientes, uso de potencias, y ritmos respiratorios. Así, por ejemplo, sobre esto último dice: “El tercero modo de orar es, que con cada un inhalación o resuello se ha de orar mentalmente diciendo una palabra del Padrenuestro o de otra oración que se rece, de manera que una sola palabra se diga entre un inhalación y otra”.

El ejercicio de la oración de Jesús del neo-hesicasmo, con las características con que se ha venido dando en el oriente no se ha dado en occidente, salvo como un trasplante en los últimos tiempos. Sin embargo, los elementos que aparecen bajo ese amplia` cobertura que es la oración, la devoción al nombre de Jesús, la práctica de jaculatorias, incluso incesantemente repetidas, y la intervención de ciertos ejercicios corporales en la oración, sí se encuentran en la tradición occidental, aunque no con idénticas características que en aquella tradición que nació y se fortaleció en tierras de Egipto, Palestina, Siria y Grecia.

NOTA: Si alguno de los lectores de este estudio está interesado en recibir el texto completo de la obra que se menciona en este trabajo, ‘Relatos de un peregrino ruso’ (118 páginas en PDF), puede enviarme un e-mail a: afabrag.blog@gmail.com solicitándolo, y con mucho gusto se lo haré llegar por el mismo medio.

BIBLIOGRAFIA

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•        Las sentencias de los Padres del desierto Desclée de Brouwer, Bilbao, 1988

•        Los dichos de los Padres del desierto Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1986

•        La oración del corazón Editorial Lumen, Buenos Aires, 1981

•        El peregrino ruso Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1976

•        La invocación del Nombre de Jesús Editorial Claretiana, Buenos Aires, 1982

•        Oración viva Desclée de Brouwer, Bilbao, 1970

•        En las alturas del espíritu Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1983

•        Colaciones (Juan Casiano) Ediciones Rialp, Madrid, 1962

•        Aproximación a la oración Editorial Narcea, Madrid, 1986

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•        El monacato primitivo BAC, Madrid, 1975

•        Palabras del Monte Athos Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1983

•        Los grandes místicos rusos Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1986

•        Arte de la oración Editorial Lumen, Buenos Aires, 1979