Se ha puesto de moda, todo el mundo anda por ahí pidiendo perdón por los pecados cometidos por otros, en lugares cuando más recónditos mejor, y en épocas cuanto más lejanas también. Hasta los papas lo hacen. Ahora, un presidente de una cierta y querida nación hermana americana, exige repetidas veces que nuestro país le pida perdón al suyo por la evangelización y colonización españolas de hace ya más de tres, de cuatro y de cinco siglos.
Lo primero que yo diría sobre este tipo de disculpas y perdones es lo que ya afirma el viejo adagio popular, recogido en la obra “Anécdotas y aforismos”, de Ludovico Antiguo:
“Quién pide perdón por culpa ajena,
ni pide perdón ni su intención es buena”.
Que en román paladino quiere decir que por todo aquello que algunos españoles hayan hecho mal en algún momento de la historia y en algún lugar del mundo, pidan perdón ellos, pero no yo, que ni viví esa época ni conozco ese lugar, y por olvidar, he olvidado ya, con los infinitos tatarabuelos que tengo, de quien soy heredero y legatario, de quién soy deudor y de quién acreedor.
A nosotros sólo nos es dado investigar la historia con nuestros escasos medios e intentar conocerla, y bien que la hayamos conocido, intentar sacar conclusiones. Eso sí, sin olvidar jamás el contexto en el que tuvo lugar. Pero no, en modo alguno, decidir qué Fulanito tiene que pedir perdón a qué Zutanito por las deudas de qué Menganito, aunque sólo sea por la muy sencilla y práctica razón de que ello nos llevaría a un proceso sin final, en el que dedicaríamos vidas enteras a no hacer otra cosa que pedir perdón. Y la vida no está para eso, oiga.
Ahora bien, puestos en la tesitura de reclamar a alguien que pida perdón por culpas ajenas, me planteo yo si no sólo ha llegado el momento de dejar de reclamar que sea España quien lo haga, sino si no es llegado el de dar un paso adelante y reclamar que sean las naciones hispanoamericanas las que pidan perdón a España, -y más que a España todavía, a sí mismas-, por haber dilapidado el inmenso patrimonio cultural, artístico, científico, humano y económico que los españoles les legaron, y que, visto lo visto al día de hoy, doscientos años después, no han gestionado con la diligencia que habría sido debida.
Mil ciudades de nueva construcción, cuatro de ellas entre las veinticinco más pobladas del mundo; miles de kilómetros de caminos inexistentes; una lengua franca para todos, mientras a la vez, se escribían hasta seiscientas gramáticas de las lenguas locales; una religión de amor para reemplazar a otra de antropofagia; el acceso al comercio internacional, con la primera globalización de la Historia; nuevas técnicas de agricultura, ganadería y artesanía; treinta universidades; ochocientos hospitales; las más hermosas iglesias y catedrales, con la llegada del barroco, del renacimiento y hasta del gótico... el tránsito, en definitiva, del Neolítico a la Edad Moderna en dos generaciones, un tránsito que a los europeos había costado siete mil enteros años, avalan la afirmación realizada.
Algunos de esos tantos que exigen a los españoles que pidan perdón recurren al lamentable argumento, -un argumento que al final es contra sí mismos-, de comparar los logros conseguidos en la América Anglosajona con los realizados en la América Hispana, olvidando, no sé sin inconsciente o premeditadamente, que el “progreso norteamericano", si tal hemos de considerarlo, se fundamentó sobre el exterminio absoluto de los indígenas de la región, mientras que el “fracaso español" se construyó sobre una población indígena y mestiza absolutamente mayoritaria, que es la que actualmente contemplamos, y la que, en todo caso, ha tenido ya doscientos años para labrarse, por sí misma, un presente mejor, y al parecer, no lo ha hecho.
Porque queridos amigos, -y este dato es tan cierto como demoledor-, mientras en Estados Unidos el porcentaje de indios no llega al 1% de la entera población y el mestizajes es prácticamente inexistente, en la América Hispana el porcentaje de indios puros tal vez supere un 20% de la población total, y lo que es aún más significativo, el mestizaje supera ampliamente el 60% de la misma.
Lo que entre otras consecuencias tiene una muy notable: si los descendientes de los indígenas americanos quieren que los descendientes de los españoles les pidan perdón, tendrán que empezar por hacerlo ellos mismos, descendientes, tanto como yo, de españoles. Curiosa paradoja, ¿verdad?
Y con esta noticia me despido por hoy, no sin desearles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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