Para algunos, sus leprosos son sus propios hermanos de Fe, cuando estos tienen una sensibilidad o carisma que les diferencia de ellos. Para otros, sus leprosos son las personas pobres y necesitadas. Para otros, sus leprosos son sus propios vecinos. No podemos pensar que las periferias son sólo sociales, ya que son principalmente un reto personal de cada uno de nosotros. Quedarnos con las periferias que “nos gustan” es tanto como no atender a quien sufre en el camino, como hicieron el sacerdote y el levita en la parábola del Buen Samaritano.
Un día en que Francisco se paseaba a caballo por la llanura cerca de Asís, en su camino encontró a un leproso. Ante este encuentro inesperado, le vino un sentimiento de intenso horror, mas, acordándose de la resolución que había hecho de vida perfecta y que, antes que nada, debía vencerse a sí mismo si quería llegar a ser “soldado de Cristo” (2Tm 2,3), saltó del caballo para abrazar al desgraciado. Éste, que alargaba su mano para recibir una limosna, recibió, junto con el dinero, un beso. Después Francisco volvió a subirse al caballo. Pero sintió ganas de mirar a su alrededor, y ya no vio más al leproso (...)
Por esta época peregrinó a Roma hasta el sepulcro del apóstol Pedro; cuando vio a los mendigos pululando por el atrio de la basílica, movido de compasión tanto como por el amor a la pobreza, escogió a uno de los más miserables, le propuso cambiar sus propios vestidos por los pingajos del mendigo y pasó todo el día en compañía de los pobres, y el alma llena de un gozo que no había conocido hasta entonces. (San Buenaventura. “Jesús extendió la mano y le tocó”)
Hoy en día es difícil llegar a responder quién es nuestro prójimo. En los tiempos antiguos era sencillo determinar quienes eran los que no te iban a poder devolver el favor o ayuda realizada. Hoy en día, los intereses de los medios hacen imposible desligar el impacto social de dinámicas de popularidad. Por algo dijo Cristo que nuestra mano derecha no supiera lo que hace la izquierda.
La alegría de San Francisco procedía de compartir con los necesitados, sus necesidades. Compartir con el que sufre, sus sufrimientos es la evidencia más clara de la fraternidad humana. Hoy en día este entendimiento de la fraternidad parece imposible de llevar adelante. La ayuda a los necesitados necesita de campañas de imagen paralelas, ya que es necesario evidenciar las acciones que se realizan. Vivimos en la sociedad de las apariencias, en la que un selfie vale más que tomar un café o una bebida juntos. Se comparte virtualidad, porque queremos ese plus adicional que da lo que se ve desde la distancia. Una limosna que nadie ve, parece que es algo que no tiene valor, aunque sólo Dios sabe el esfuerzo que algunas personas realizan.
Es curioso lo que San Buenaventura indica de San Francisco: cuando daba algo de dinero, también daba un beso. No sólo se realizaba un acto solidario, sino que ofrecía el afecto y cercanía, que sólo la caridad puede dar. Con el beso San Francisco le decía al leproso que lo consideraba digno y valioso. Realmente era Dios quien daba el beso al leproso a través de San Francisco, que dejaba que el amor de Dios le utilizara para llegar a sus hermanos.