El piropo, que es el buenos días del ramo de la construcción a la morenaza, tiene los días contados si prospera la propuesta de la presidenta del observatorio contra la violencia de género, Ángeles Carmona, de erradicar esta buena costumbre. Como quiera que la dirigente política entiende que el elogio físico constituye una invasión a la intimidad de la mujer, y dado que la cobardía en España es en esencia masculina, es de prever que a partir de ahora en las bodas ningún varón osará llamar guapa, no ya a la novia, qué ocurrencia, con el marido delante, sino tampoco a la madrina o a la niña de las arras. 
Carmona asegura que nadie tiene derecho a hacer un comentario sobre el aspecto físico de nadie, pero hasta mi padre, que supera los ochenta, sonríe si le dicen que le sienta bien el jersey de pico. Mi madre, no, pero es que ella gasta bata. Creo que es al contrario: todo el mundo tiene derecho a alegrarle el día al prójimo. Otra cosa es que le espete comentarios de dos rombos. Hay que aclarar que una frase soez no es un piropo por la misma razón por la que un masaje tailandés no es un estiramiento. 
Cierto que el español no es un dechado de delicadeza, pero, por convencimiento o a la fuerza, ha mejorado mucho en modales. Ahora sabe distinguir el requiebro de la grosería. No siempre ha sido así, hay que admitirlo, pero hoy el piropo cursa en beneficio de la destinataria por mucho que la señora Carmona observe en él connotaciones negativas. En vez de los adjetivos, lo que la presidenta debería combatir son los falsos estereotipos femeninos aventados por el machismo. Los que van de la rubia tonta a la chica lista.