Les presento la que según muchos es la representación artística, en este caso en forma de bajorrelieve, más antigua de la crucifixión de Jesús. Se trata de una de las dieciocho tallas que han llegado a nuestros días de las que veintiocho que componían la llamada “Porta lignea” (“puerta de madera”), la puerta de entrada a la basílica de Santa Sabina en Roma, concretamente en el monte Aventino, la cual debemos a la mano de dos artistas anónimos pero de estilos claramente diferenciables.
La basílica de Santa Sabina es una de las primeras iglesias que se consagraron al culto cristiano. Primero lugar de reunión y de culto en la casa de Sabina, patricia romana tempranamente convertida, hacia el año 420-430, durante el pontificado de San Celestino I y gracias a la iniciativa de Pedro de Iliria, sacerdote dálmata que acabará siendo obispo, se convierte en iglesia. Es tan antigua que es muy evidente su planta basilical de las primeras iglesias, a la que se incorporan ábside y pequeño transepto, apenas apreciable.Tanto así que constituye un buen ejemplo para imaginarse como era San Pedro, mandada levantar por Constantino, antes de la gran reforma de Miguel Angel.
En la talla a la que nos referimos vemos a Jesús crucificado rodeado de los dos ladrones ajusticiados con él, uno a su derecha y el otro a su izquierda. La talla revela dos curiosidades: la primera ya la hemos citado, su antigüedad. Pero existe una segunda no menos interesante, cual es la curiosa y original manera en la que el artista imaginó dicha crucifixión.
Si observa Vd. la imagen verá que no hay cruz, y que los tres ajusticiados se hallan clavados directamente a un muro, aunque sea a los pilares de madera que atan las distintas fases del muro. Es más, una de las manos de Jesús, la derecha, ni siquiera está clavada a ese pilar de madera, sino directamente a la piedra.
Semejantes ejecuciones no son completamente extrañas a la historia de las crucifixiones. Duris de Samos (h. 340-m. 270 a. C.), historiador y gobernador de Samos, nos informa de que tras la captura de la ciudad por Pericles en el s. V a.C., sus diez jefes fueron atados a planchas en el mercado de Mileto, donde tras sobrevivir diez días, fueron apaleados con porras hasta la muerte. Dichos colgamientos en planchas sobre todo de esclavos, no tan lejanamente emparentados con la crucifixión, debieron de ser práctica frecuente en Grecia cuando el dramaturgo griego Cratinus (n.h.520-m.h.423) también se refiere a ellos.
Flavio Josefo, en sus Guerras Judías y al referirse a la que tiene lugar entre los años 66 y 70 y que finaliza con la completa destrucción de Jerusalén, menciona también las crucifixiones que ordena el general romano Tito, luego emperador, realizadas delante de un muro:
“De esta manera pues, azotados cruelmente después de haber peleado, y atormentados de muchas maneras antes de morir, eran finalmente colgados en una cruz delante del muro; no dejaba de parecer esta destrucción muy miserable al mismo Emperador Tito, prendiendo cada día sus quinientos y aún muchas veces más” (Bell. 6, 12).
Si bien, como se ve, no faltan las cruces: delante de los muros, pero en cruces.
Lo más curioso de la ausencia de la cruz a la que nos referimos es que ésta es explícitamente mencionada en todos los evangelios, hasta cuatro veces en el de San Mateo, en el de San Marcos y en el de San Juan, y una más en el de San Lucas.
Por lo que la ausencia de la cruz tal vez haya que atribuirla, más que a una mala interpretación de los evangelios, a una especie de “pudor” a representar a Jesús sobre un instrumento de tortura tan infamante e ignominioso, que no hacía aún un siglo que había desaparecido de los paisajes y de la vida cotidiana de los ciudadanos, prohibida como lo fue por Constantino en 337, hacia el final de su reinado. Y eso que otro de los paneles de la Porta Lignea, sí viene rematado por una cruz, pero sin elemento humano, apenas una especie de símbolo geométrico sin mayor carga mortuoria.
Existe otro detalle iconográfico muy interesante en el panel de la puerta de Santa Sabina, y es que los tres ajusticiados no se hallan en situación de “colgantes”, sino de “reposo”, en este caso apoyados sobre sus propios pies y éstos sobre un travesaño horizontal de leño.
En cualquier caso, una pieza única, una más de las muchas sorpresas que reserva Roma a sus visitantes. Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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