Yo soy Charlie Hebdo. Yo no soy Charlie Hebdo. He aquí la dicotomía que los medios de información, generalistas y de índole cristiana, nos han presentado en estos días.
A raíz de los terribles atentados de París, surgió desde Francia hacia todo el mundo la frase “je suis Charlie”, como una forma de solidarizarse con aquellos que habían perdido la vida en el ataque a la citada revista. Como suele ocurrir en estos casos, se extendió por Facebook y demás redes sociales como un reguero de pólvora.
Como contrapartida, diversos medios católicos publicaron en portada artículos titulados “je ne suis pas Charlie”, recordando el continuado escarnio de nuestra fe realizado por la revista, con la que, pese a condenar sin titubeos los atentados, resultaba imposible identificarse.
Se ha creado un debate sobre el tema, y los ánimos andan encendidos. Incluso el portavoz de la Conferencia Episcopal Española se ha llevado algún rapapolvos, en más de un artículo, a raíz de las declaraciones en las que se pronunció sobre el atentado.
Quien me conoce sabe que no peco de tibieza en batallar contra quien persigue nuestra fe. Si hay que meterse en un charco, pues de cabeza y a enlodazarse, sin miedo. Sin embargo, y aunque vaya a contracorriente, no comparto esta postura del “yo no soy Charlie”. Y no lo hago porque creo que, en un momento así, el que ha sido “nuestro enemigo”, el que no nos mostró respeto, puede recibir el nuestro.
Vale que no tenemos que andar poniendo titulares de “yo soy Charlie”; pero tampoco hace falta significarse yendo al extremo contrario. No hoy, no ahora. Mañana habrá tiempo de volver a batallar, hasta el extremo, contra quien ofende los sentimientos de millones de personas, atacando a lo más sagrado, a su fe. Pero hoy es el tiempo de rezar por sus almas, por sus familias destrozadas, de mostrar misericordia por nuestro enemigo. A fin de cuentas, han pagado con sus vidas sus ofensas. Ahora mismo no precisan ya de nuestras condenas.
No, claro que yo no soy Charlie. Pero hoy no lo gritaré orgulloso a los cuatro vientos. Es el tiempo de demostrar que nada nos importa más que la vida humana. Aun la del más vil y miserable ser. Es el tiempo de compadecerse, y de cumplir las palabras de Cristo: “amad a vuestros enemigos”. Es el tiempo de mostrar que el cristiano sabe perdonar, y es antagónico a la barbarie islamista.