En tres momentos distintos, el Papa Francisco ha recordado que tradicionalmente hemos dejado al Espíritu Santo como “el gran olvidado”, siendo tan importante y significativo como el Padre o el Hijo. Primero, lo hizo en la homilía de la capilla Santa Marta el nueve de enero de 2015, cuando afirmó que: «puedes hacer mil cursos de catequesis, mil cursos de espiritualidad, mil cursos de yoga, zen y todas estas cosas. Pero todo esto jamás será capaz de darte la libertad de hijo. Es sólo el Espíritu Santo quien mueve tu corazón para decir ‘Padre’». Luego, tanto en la Eucaristía del Bautismo del Señor como durante el Angelus de ese mismo día (11/01/15), dijo: «nosotros frecuentemente rezamos a Jesús, oramos al Padre, especialmente cuando rezamos el Padre Nuestro, pero no rezamos frecuentemente al Espíritu Santo». Esta amnesia no es nueva. Como nos resulta más fácil imaginarnos a las dos primeras personas de la Santísima Trinidad, cuando hablamos de “Espíritu” pareciera que se nos escapa; sin embargo, es el maestro por excelencia. Precisamente el que se encarga de llevarnos a conocer la verdad. En países como México, se han hecho muchos esfuerzos por ayudar a que los católicos descubran lo que significa invocar al Espíritu Santo y, desde ahí, hacerlo parte de sus vidas, de las decisiones que haya que tomar. Recordemos, por ejemplo, a los Venerables Mons. Ramón Ibarra y González, P. Félix de Jesús Rougier y Concepción Cabrera de Armida, quienes dentro del proyecto fundacional de las Obras de la Cruz, quisieron que los niños, adolescentes, jóvenes y adultos se dejaran entusiasmar por la idea de “¡amar al Espíritu Santo y hacerlo amar!”; es decir, por contagio. La tercera persona, no es un “amigo imaginario”, sino una realidad intangible. Es decir, en lugar de verlo directamente con los ojos humanos, se percibe por los efectos que produce. Por ejemplo, no vemos el aire, pero si el movimiento que causa en el mar y en las hojas de los árboles.
La voz del Espíritu Santo, se parece mucho al momento en que un artista siente la inspiración de plasmar su obra y que puede “atraparlo” cuando menos se lo espera. Aunque es mucho más que una idea, puede establecerse cierta analogía para comprender mejor la “chispa” que trae consigo. Al mirar la Iglesia en retrospectiva, recordando tantas crisis internas y externas que la han golpeado con el paso de los siglos, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que si ha sobrevivido se debe al Espíritu que la sostiene. De otra manera, ya hubiera desaparecido mucho tiempo atrás. Por encima de los problemas, él es la garantía que Jesús nos dejó y que explica cómo es que su mensaje sigue despertando a tantos hombres y mujeres.
No hay que olvidarnos del Espíritu Santo, sino pedirle que nos ayude a crecer en nuestra relación con el Padre y el Hijo. Él sabe convencernos, aclarar nuestras dudas y orientarnos a lo largo de la vida. Sí, cuando todo parece oscuro o complicado, equivale a prender la luz y todas las sombras desaparecen. ¿Para qué gastar tanto tiempo y dinero en espiritualidades supersticiosas, cuando se nos ha dado –especialmente, en el sacramento de la Confirmación- el Espíritu Santo de manera gratuita? Llamémoslo frecuentemente hasta hacerlo parte de lo que somos. Él es quien hace nuevas todas las cosas, llevándonos a la conversión.
La voz del Espíritu Santo, se parece mucho al momento en que un artista siente la inspiración de plasmar su obra y que puede “atraparlo” cuando menos se lo espera. Aunque es mucho más que una idea, puede establecerse cierta analogía para comprender mejor la “chispa” que trae consigo. Al mirar la Iglesia en retrospectiva, recordando tantas crisis internas y externas que la han golpeado con el paso de los siglos, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que si ha sobrevivido se debe al Espíritu que la sostiene. De otra manera, ya hubiera desaparecido mucho tiempo atrás. Por encima de los problemas, él es la garantía que Jesús nos dejó y que explica cómo es que su mensaje sigue despertando a tantos hombres y mujeres.
No hay que olvidarnos del Espíritu Santo, sino pedirle que nos ayude a crecer en nuestra relación con el Padre y el Hijo. Él sabe convencernos, aclarar nuestras dudas y orientarnos a lo largo de la vida. Sí, cuando todo parece oscuro o complicado, equivale a prender la luz y todas las sombras desaparecen. ¿Para qué gastar tanto tiempo y dinero en espiritualidades supersticiosas, cuando se nos ha dado –especialmente, en el sacramento de la Confirmación- el Espíritu Santo de manera gratuita? Llamémoslo frecuentemente hasta hacerlo parte de lo que somos. Él es quien hace nuevas todas las cosas, llevándonos a la conversión.