Antes de seguir con el asunto, me detengo un momento a analizar la definición de ‘sensibilidad’ según la RAE, que es muy interesante. De entrada es interesante porque las acepciones son varias, pero relacionadas entre sí:
1. f. Facultad de sentir, propia de los seres animados
2. f. Propensión natural del hombre a dejarse llevar de los afectos de compasión, humanidad y ternura
(...)
5. f. Capacidad de respuesta a muy pequeñas excitaciones, estímulos o causas
Podríamos decir que la primera acepción sería la ‘sensibilidad’ más primaria del ser, la capacidad de sentir, que no tienen solo las personas, sino todos los seres animados. Podríamos entender que esta se da ante los estímulos físicos. La segunda, es un escalón superior, ya que es exclusiva del ser humano. Por último, estaría el grado más alto: la capacidad de respuesta a “muy pequeñas excitaciones, estímulos o causas”. Todas ellas, sin embargo, tienen un elemento inicial común: la capacidad de sentir, de menor a mayor grado.
Obviamente, cuando hablamos de la ‘educación de la sensibilidad’ nos referimos a las dos últimas, a la sensibilidad propia del ser humano, la intelectual (admito que la acepción 5 no especifica que sea de ese tipo, pero me interesa hacer esa consideración en el análisis que tratamos); hablamos de educar en nuestros hijos esa capacidad de percepción, de respuesta a estímulos que, además, provoque en ellos una reacción. Hablamos de conducirles en la forma que tienen de recibir lo que llega del medio externo (ya sean imágenes, sensaciones, sentimientos ajenos, etc) y canalizarlos interiormente, percibirlos e, incluso, juzgarlos, para así aceptarlos y amarlos o rechazarlos. Hablamos, en definitiva, de ayudarles a establecer un criterio de ordenación del mundo que les rodea y también del suyo interior. Y, dado que el ser humano se diferencia del resto de seres animados por estar dotado de inteligencia y voluntad (porque sentimientos ya hemos visto que los animales también los tienen), cuando hablamos de educar en la sensibilidad estamos hablando, nada menos, de algo tan importante como educar el alma de nuestros hijos. Y es que la ‘educación de la sensibilidad’ es algo tan importante que afecta a ambas facultades del espíritu: a la inteligencia, puesto que es la forma de ayudar a nuestros hijos a establecer un criterio de percepción para distinguir el Bien del Mal, lo Feo de lo Bello; y, además, a la voluntad, porque la sensibilidad es la que lleva a una persona no solo a reconocer la Belleza sino también a que su voluntad se incline hacia ella en mayor o menor medida.
Por eso, creo que es un error introducir en un hijo adolescente un elemento de juicio sobre algo que le estamos mostrando. Creo que la clave no es enseñar a nuestros hijos un día tras otro la fealdad de un objeto concreto (o cientos) y recordarle constantemente lo feo que es; porque así, lo que estamos haciendo es darle nuestro criterio propio y pretender que lo asimile tal y como le llega. Y, además, añadiendo a eso la repetición en su cabeza de imágenes que creemos que debería rechazar. La sensibilidad no se educa mostrando la fealdad de las cosas, sino todo lo contrario, enseñando a valorar lo bello, lo hermoso, lo que de verdad vale la pena. Educar en la negación es tan absurdo como tratar de apartar un pensamiento de nuestra cabeza repitiéndonos constantemente que no queremos pensar en ello. Cuando algún pensamiento desagradable nos atormenta, la solución no es luchar directamente contra él, porque entonces, enfrentamos el mal con el vacío, con lo que conseguiremos poco. La solución es ocupar ese espacio con un pensamiento positivo, que nos ilusione, nos motive, nos alegre, nos guste y que, por lo tanto, haga olvidar el anterior. Si, como dice la filosofía clásica, el mal no existe, sino que simplemente es la ausencia de bien, la sensibilidad de nuestros hijos debemos educarla llenando sus cabezas de lo bueno, lo bello y lo verdadero, para que la ausencia de esas cualidades no tenga cabida en ellas. Y, dado que como dice la RAE la sensibilidad es una “propensión natural del hombre”, no nos será tan difícil: bastará con que mantengamos sus sentidos rodeados de objetos, imágenes y vivencias que generen en ellos emociones positivas, que llenen sus inteligencias de Belleza, para que el día que se encuentren con su negación sepan percibirlo y darse cuenta.
Pongo un ejemplo: hace unos meses, mi hija mayor, que acababa de cumplir tres años, estaba viendo un dvd en la tele y el bebé, jugando con el mando, cambió de canal y apareció un tráiler de alguna película de acción, tiros y sangre. La pequeña vino escandalizada a avisarme: “¡mamá! ¡el bebé está viendo una cosa horrible en la tele!” Una reacción que, a sus tres años, no podemos decir que responda a una sensibilidad ‘educada’, sino, simplemente, a una sensibilidad natural, innata, propia de quién acaba de aterrizar en el mundo. Pues bien, ‘educar su sensibilidad’ consistirá, en realidad, a mi modo de ver, en mantener esa pureza de espíritu, esa inocencia, que le lleven siempre a reaccionar de esa manera tan limpia ante una imagen que ella sabe que puede dañar la sensibilidad de su hermanito pequeño, porque está dañando la suya propia.