El hecho de que todos los hombres sean iguales no conlleva la homogenización de las civilizaciones. Quiero decir que el metrosexual, con su cuerpo rasurado, no es mejor que el hombre de las cavernas ni la calefacción central está por encima del invento del fuego, pero tanto el metrosexual como la calefacción explican que no hay nada malo en depilarse ni en sustituir la leña por gas ciudad. En otras palabras, evolucionar es de sabios.
El mundo árabe considera injusto que le señale el dedo acusador de occidente por el doble atentado. Y tiene razón, pero lo cierto es que, como civilización, le queda mucho que avanzar. El caldo de cultivo del rencor a Europa tiene como ingredientes la pobreza, la desigualdad y la intolerancia. Y aunque aquí también se producen episodios de racismo, el sentimiento de animadversión no es recíproco por el mismo motivo por el que el tifus no se propaga, por lo general, desde una fuente del Central Park, sino desde una charca infectada del África subsahariana.
Otra cosa es determinar de quién es la responsabilidad de la infección. Conspicuos periodistas y actores de la izquierda española consideran que la matanza parisina es una repuesta adecuada a la intervención militar de occidente en el próximo, medio y lejano Oriente. Si esta gente se muestra comprensiva con los atentados es porque se lo explica desde una perspectiva ideológica, lo que resulta paradójico si se tiene en cuenta que varias de las señas de identidad del progresismo chocan frontalmente con los pilares de la civilización árabe. Aun así, para ellos el liberalismo es la causa de todo. Su connivencia con la barbarie se deriva del planteamiento falso de que Edison es el responsable de la explotación laboral del farero de El Principito.