“La flauta mágica”, “Die Zauberflütte” en alemán, es una de las óperas más veces representadas al día de hoy en los festivales de ópera de todo el mundo. Más que una ópera, y para hablar con propiedad, un singspiel”, traducible como “juego musical”, que viene a ser la opereta alemana, como la zarzuela lo es la española. No es la única obra de Mozart en tal modalidad, también lo son “Zaide” o “El rapto en el serrallo”. En “La flauta máfica” concurren dos circunstancias que la hacen absolutamente única.
La primera es que se trata de la última ópera escrita por ese monstruo de la naturaleza, y más concretamente de la música, que fue y es Wolfgang Amadeus Mozart. Y es que “La Flauta Mágica” se estrena el día 30 de septiembre de 1791 en el Freihaus Theater auf der Wieden de Viena, y su joven compositor morirá, a la temprana edad de 35 años, el 5 de diciembre de ese mismo año a las 0 horas 55 minutos, esto es, apenas sesenta y seis días después. De hecho, cuando Mozart recibe el encargo de “La flauta mágica” en junio de 1791, se halla ya atacado por la enfermedad que le llevará al otro mundo, como evidencian las dos cartas escritas el 11 y el 12 de junio a Konstanz Weber, su mujer, que se encuentra tomando los baños en Baden bei Wien, en las que le confiesa no estar durmiendo bien. No por casualidad, “La flauta mágica” lleva el número KV 620 en la obra de Mozart, la cual consta de 625 trabajos reconocidos al día de hoy.
Wolfgang Amadeus va trabajando en “La flauta” a retazos y ratos libres durante todo el año 1791, un año que no por ser el último de su vida, es por ello menos fecundo y prolífico. Durante él compone muchos de sus mejores trabajos, como el Ave Verum, el Concierto para clarinete, la ópera “La clemenza di Tito” que compone para la coronación del Emperador Leopoldo II y, por encima de todas ellas, el Requiem, que como es bien sabido, deja inacabado. El quinteto de “La flauta mágica” “Tamino, Papageno y las tres damas”, por ejemplo, lo compone el 1 de septiembre en Praga, mientras está jugando al billar, al mismo tiempo que en el espacio record de dieciocho días tiene que componer una ópera completa, “La clemenza di Tito”, ensayarla, ponerla en escena e interpretarla para el Emperador con ocasión de su coronación, pues el encargo para tan magno evento sólo se le hace en el último momento, después de haber sido desechados por distintas circunstancias otros compositores como Cimarrosa o Salieri.
Pero hablábamos de dos singularidades. La segunda singularidad de “La flauta mágica” es que el destinatario de la misma es uno muy concreto: la masonería austríaca, la masonería.
Los indicios de la relación entre “La flauta mágica” y la masonería rezuman por doquier. El día 9 de septiembre, estando en Praga, Mozart visita la logia “Wahrheit und Einigkeit zu den drei gekrönten Säulen” (“Verdad y unidad de las tres columnas coronadas”), donde, recibido con su “Die Maurerfreude K471”, que ya había compuesto para sus hermanos masones, promete una pronta muestra de lealtad a la cofradía: ¿está hablando ya de “La Flauta Mágica”?
El argumento de la ópera no pasa de ser una divertida historia de amor bucólica y pastoril, pero encierra toda la filosofía masónica de la superación de pruebas y el triunfo, y en él se esconden multitud de símbolos de la hermandad, entre los cuales, sólo a modo de ejemplo, el constante homenaje al número 3: los acordes triples con que arranca la obertura, tres damas, tres niños, tres esclavos, tres sacerdotes, los templos de la naturaleza, la razón y la sabiduría…
La fuente principal del libreto no es otra que el cuento “Lulu oder die Zauberflötte” de la colección de cuentos de hadas “Dschinnistan” de Cristophe Martin Wieland (1733-1813), pero entre las fuentes secundarias, se halla muy probablemente la novela “Sethos” del abad Jean Terrasson, que relata los ritos iniciáticos de ese antiguo Egipto en el que tanto se inspira y en el que tanto dice hundir sus raíces la masonería.
El encargo, además, se lo hace a Mozart un hermano masón, Emmanuel Schikaneder, con el que comparte militancia en la logia “Zur Wohltätigkeit” (La Beneficiencia), el cual, además, interpreta en el estreno a uno de los protagonistas, Papageno. Y lo que es más importante, será también el libretista de la ópera, y aunque algunos atribuyen dicho trabajo en todo o en parte a un autor diferente, Karl Ludwig Giesecke, ello en modo alguno altera el preponderante rol de los masones en la elaboración del libreto, pues también Giesecke era masón. En cuanto al protagonista de la acción, el sacerdote Sarastro, es una recreación muy fiel del importante prócer de la masonería austríaca Ignaz Von Born, quien además, ejercerá de director escénico de la ópera.
La relación de Mozart con la masonería viene de antiguo y es, como casi todo en su vida, bien conocido. Mozart ingresa en la cofradía el 14 de diciembre de 1784, haciéndolo en la logia “Zur Wohltätigkeit” (La Beneficiencia). Poco después, seguramente conducidos por el propio Mozart, lo hacen también su padre Leopold y Joseph Haydn, el gran compositor íntimo amigo de Wolfgang. Aunque va a recibir cristiana sepultura en suelo santo, Mozart, de hecho, es amortajado con el manto negro con capucha de la masonería.
La condición masónica en el Austria mozartiano no era especialmente escandalosa o reprochable a un católico como, de hecho, no dejaba de ser Mozart, autor como se sabe de nada menos que 20 misas. Es verdad que para entonces ya se habían emitido dos de las casi veinte condenas que a lo largo de la historia ha publicado la Iglesia sobre la masonería, las cartas apostólicas “In Eminenti” de Clemente XII (1738) y “Providas Romanorum” de Benedicto XIV (1751). Pero las dos son ignoradas por los sucesivos emperadores austríacos, entre los cuales Carlos VI y María Teresa I, que no las publican en Austria, lo que hace que en aquel entonces la feligresía austríaca difícilmente pueda contemplar la militancia masónica como algo incompatible o incoherente con la fe cristiana. Y eso que en 1785, es decir, un año después del ingreso de Mozart en la organización, sospechosa ésta de connivencia con la Revolución Francesa, José II ordena la reducción de las logias austríacas a tres, al objeto de controlarlas mejor. Mozart se incorpora entonces a la logia “Zur neugekrönten Hoffnung” (La Esperanza nuevamente coronada). Sólo en 1793, es decir, cuando Mozart lleva ya dos años muerto, Francisco II prohíbe la masonería.
“La flauta mágica” no es la única obra que Mozart escribe para la masonería. Ya se ha mencionado su “Die Maurerfreude K471”, “La alegría masónica” en español, con la que es recibido por la masonería praguense. A ellas se han de añadir aún la “Maurerische Trauermusik K477” u “Oda Fúnebre Masónica”, y “Eine kleine Freymaurer Kantate K623” o “Una pequeña cantata del francmasón”, terminada el 15 de noviembre, veinte días antes de morir por lo tanto. Obsérvese, por cierto, la sinonimia existente en el alemán entre la palabra “moro” y la palabra “masón”, significados ambos del término “Maurer”.
Todas estas obras convierten al gran Wolfgang en el compositor más estimado por la masonería. Que no el único, sin embargo. Ya hemos podido conocer que al igual que él, era masón su gran amigo Haydn. Tuvieron también alguna relación con la masonería Beethoven y hasta un cristiano tan acreditado como Lizst. El finlandés Jean Sibelius se cuenta entre los veintisiete (3x3x3, o lo que es lo mismo, 33) fundadores de la gran logia de Finlandia, y de hecho, en 1927 (una vez más el 27, 3x3x3) compone una serie de nueve piezas (3x3) titulada “Música ritual masónica”.
Y bien, si cuanto les he contado ha suscitado el interés de Vds. por la que es una de las óperas más bonitas y agradables de escuchar de la historia de la música, de hecho la cuarta más veces representada en los últimos tiempos, tienen Vds. una oportunidad única de escucharla el próximo día 13 de octubre, en el Auditorio Nacional de Madrid. La acomete el maestro Pascual Osa y con él la cada vez más acreditada Orquesta y Coro Filarmonía. Allí nos vemos. Y que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos, como siempre.