Decimos, como parte de la oración del Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo”. Sin duda, una frase que hemos repetido incontables veces sea en Misa o antes de dormir. Es fácil decirla cuando las cosas van bien, pero qué duro en esos momentos en los que la voluntad de Dios, aunque sabia y digna de nuestra confianza, nos resulta tremendamente difícil, dolorosa. Por ejemplo, cuando muere un ser querido. En esa parte o escena de la vida, desconcierta, rebasa y, en ciertos casos, enoja o hace tambalear la fe. Cuando se producen todos esos sentimientos, lejos de pelearnos con ellos o reprimirlos, toca llevarlos a Dios aunque no tengamos ganas de hacerlo. Él nos ayudará a poder asimilarlos. No sucederá de golpe, pues hace camino con nosotros. Sabe que necesitamos tiempo y algunas claves que nos hará comprender. De modo que cuando la voluntad de Dios nos resulte difícil, hay tres recomendaciones o pistas:
- Convivir con el desconcierto. No mirar para otro lado; no pelearnos con esa idea o vacío existencial. Antes bien, aceptarlo, reconocerlo. Somos humanos y la vida, a veces, duele.
- Llevarlo a Dios. Si la pena nos gana y eso hace que no podamos rezar o meditar, simplemente ponerlo en sus manos.
- Dejar que nos responda. Él permite nuestro desconcierto para luego darle un sentido profundo y positivo.
Ahora bien, ¿cómo es eso de que Dios nos responde en medio del dolor? Contaré un caso personal. Murió un ser querido y estuve varios días dándole vueltas, sin poder incluso rezar. De pronto, en la segunda Misa de difuntos, el padre, en su homilía, contestó a cada una de mis preocupaciones. Lo anterior, sin que hubiéramos hablado previamente. Después de eso, vino un consuelo muy grande y una visión distinta de las cosas. No dudo en afirmar que Dios me respondió a través de la Iglesia. No me ahorró el duelo, ni la lucha interior, pero le dio un sentido que me dejó en paz y con mayor confianza en que nunca me probará más allá de lo que pueda afrontar. Dicho límite es una expresión de su misericordia, porque aunque el sufrimiento forma parte de la vida, él sabe suavizarlo.
Aprendamos de los santos. Aquellos hombres y mujeres que supieron confiar aún en situaciones extremas. Hagamos nuestra la divisa que marcó la vida de la Sierva de Dios Ana María Gómez Campos F.Sp.S. (1894-1985): “Enséñame Señor a hacer tu voluntad”. Dios sabe lo que hace.