Mi hermana, Thérése, ha trabajado como médica durante veinticinco años en el servicio de cuidados intensivos del hospicio St.Christopher en Londres. Me ha revelado el drama de numerosos moribundos en los hospitales, drama que había incitado a Cecily Saunders a crear ese hospicio. En un hospital cuando un enfermo entra en fase terminal y llega el momento en el que ya no se puede hacer nada desde el punto de vista médico, los médicos se desentienden ante tales situaciones; a menudo prescriben dosis importantes de morfina que evitan el dolor, pero que dejan al enfermo prácticamente inconsciente. Cecily Saunders reaccionó ante esta situación. Pensaba que el final de la vida de una persona es un momento muy importante y que había que buscar los medios para controlar el sufrimiento para ayudar a la persona a estar lo mejor posible y a morir con el mínimo dolor, pero estando plenamente consciente. Pensaba que también era necesario apoyar a la familia y a los amigos, ayudarles a hablar con el enfermo durante las últimas horas, en la verdad, sin ocultarse detrás de ilusiones y falsas esperanzas. La mayor parte de la gente tiene miedo a la muerte y no quiere hablar de ella. En resumidas cuentas, hay que ocultarla. Mientras que en los países más pobres la muerte es una realidad de la vida cotidiana y no puede ser ocultada, en las sociedades más sofisticadas se intenta ocultar la muerte (...). Se pone un muro entre la muerte y la vida. Freud decía que el que quiere vivir debe integrar la muerte en su vida. No se puede vivir si, consciente o inconscientemente, se está paralizado por el miedo a la muerte.