A mi modo de ver, la vocación al sacerdocio es distinta de las demás vocaciones. Vamos a ver si me explico bien para que no haya malas interpretaciones. No quiero decir que los sacerdotes seamos más que los otros; pero somos distintos, no como son distintas las demás vocaciones entre sí. El sacerdocio, podríamos decir, está en otra esfera ¿En qué sentido? Sencillamente, en que en las demás consagraciones es la persona quien se consagra a Dios y Dios la acepta, con lo que se cierra el compromiso; mientras que en el sacerdocio es Dios quien asume y se apropia de la persona del sacerdote y éste acepta.
Un formulario básico para la profesión perpetua de los consagrados podría ser algo así como: “Yo, N.N., conforme a las Constituciones aprobadas por la Santa Sede Apostólica, hago para siempre, voto de castidad, pobreza y obediencia como hermana/o de la Congregación…”.
El/la superior/a recibe la profesión más o menos con estas palabras: Yo, N.N., Superior/a General (Provincial o Delegada), acepto tu profesión religiosa en nombre de la Iglesia y de la Congregación.
El caso de la ordenación es distinto. No soy yo quien pido: es Dios quien me ofrece y yo quien acepto. Desarrollo un poco la idea para que se comprenda mejor. Al llegar el momento de la ordenación sacerdotal, el obispo, primero, elige al candidato: Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, Nuestro Salvador elegimos a este hermano nuestro para el Orden de los presbíteros.
Ante la elección, el elegido manifiesta públicamente su voluntad de aceptar este ministerio: El Obispo dice: Querido hijo: Antes de entrar en el Orden de los Presbíteros debes manifestar ante el pueblo tu voluntad de recibir este ministerio. El que se está ordenando lo acepta.
Y en la oración consecratoria, el Obispo pide al Padre que le confiera esa dignidad: TE PEDIMOS, PADRE TODOPODEROSO, QUE CONFIERAS A ESTE SIERVO TUYO LA DIGNIDAD DEL PRESBITERADO, RENUEVA EN SU CORAZÓN EL ESPIRITU DE SANTIDAD, RECIBA DE TI EL SEGUNDO GRADO DEL MINISTERIO SACERDOTAL Y SEA, CON SU CONDUCTA, EJEMPLO DE VIDA.
En resumen: A) Es elegido para un ministerio o tarea. B) Acepta recibir ese ministerio. C) El obispo pide al Padre la dignidad del presbiterado que se le confiere por el sacramento.
No está en la misma línea que la profesión en la vida consagrada.
No soy un contemplativo, pero ¿saben lo que se me ha ocurrido para explicar lo que realmente es el sacerdote? Se van a extrañar los lectores porque seguro que no lo habrán oído jamás, como yo tampoco lo he oído. Cuando el Hijo de Dios se encarnó, asumió una naturaleza humana como la nuestra, por lo que, a partir de su encarnación, empezó a ser hombre sin dejar de ser Dios, por lo que decimos que es Dios y hombre verdadero.
Y cuando confiere su sacerdocio a un hombre, podemos decir que SE PERSONA -de personarse-, no ya en la naturaleza del sacerdote, ni sólo dando por bueno lo que hace el sacerdote, sino que a partir de ese momento, lo que el sacerdote hace ministerialmente, quien lo está haciendo realmente es Jesús desde esa presencia suya personal en la persona del sacerdote. Y por tanto, lo propio del sacerdote no es actuar “en nombre de Jesús” sino dejarse posesionar por Jesús de manera que Jesús tenga las manos libres para hacer – Él, no el sacerdote- lo que quiera. Lo propio del sacerdote es dejarle actuar donde quiera y como quiera. Atarle las manos y no dejarle actuar, creyendo que quien actúa es él y no Jesús, equivale a fracasar en su sacerdocio.
Como comprenderán, no se trata de una reencarnación, pero sí de una personalización de Jesús en la persona del sacerdote. Con lo que podemos decir que el sacerdote es como incorporado por Jesús a su naturaleza humana. Casi nada.
Ante esta realidad de mi unión con la persona de Jesús desde el momento de mi ordenación, es lógico que no pudiera pegar un ojo durante toda la noche víspera de mi ordenación sacerdotal, mientras que durante toda la noche de mi ordenación episcopal dormí como un lirón.
Les cuento también que el día de mi ordenación sacerdotal, por la tarde me pasé dos o tres horas, solo, en un montículo que hay en mi pueblo, contemplándome como si se hubiese cambiado mi personalidad. A partir de este momento diría muchas veces yo te bautizo, yo te absuelvo…, pero ¿quíén era ese YO que bautizaba y que absolvía? También empezaría a decir en la misa Esto es mi cuerpo, pero ¿a quién se refería ese MI? Me saltaron las lágrimas, no me entendía, me veía otra persona, y no es que viese la persona de Jesús en mí. Es que me veía siendo Jesús. ¡Qué tarde tan bonita pasé! La mejor de mi vida.
Aunque la belleza del sacerdocio no se ve bien desde fuera sino desde dentro. Incluso, cuando un sacerdote no vive su sacerdocio, tampoco la ve. Sólo viviéndolo y en la medida en que se vive goza uno viendo a Jesús actuando y realizando de mil maneras desde uno que ya es sacerdote, la salvación de los hombres.
José Gea