La confianza es una actitud de vida que se genera con el tiempo, por el paso de Dios, y con la ayuda de los otros. Cuando se vive una vida en la que surge la desconfianza y  crees que Dios te ha dejado, la existencia se hace pesada. Pero cuando experimentas en tu vida esa presencia del Espíritu que te llena de paz, la confianza se incrementa. Sientes de nuevo ese aire fresco en el que puedes vivir envuelto, te da alas para elevarte sobre ti mismo. De esta manera,  te llena de una calma, que solo él que lo ha vivido lo puede experimentar.

Confiar es en cierto sentido, tener fe. Fe en que Dios todo lo hace nuevo; confiar que tu vida está en sus manos, y él la cambia siempre a mejor. Confiar supone abandonarte en las manos de Dios, y dejar que él actúe. Supone dejarse hacer por Dios, como dice S. Ireneo, y dejarte solo amar por él.

Confianza es tener paz, sosiego, tranquilidad, porque el Espíritu ha entrado en tu vida. Es dejar de preocuparte, para vivir ocupada en aquello que Dios te pone en el camino. Es vivir sin agobios, es estar despreocupado de todo aquello que te hace daño. Confiar es levantar el ánimo cada día, y decirle de nuevo al Señor: aquí estoy para que tú vengas a mí y sienta tu amor. Confiar implica no hacer nada, sino dejar que el Señor entre y él sea el que actúe.

La confianza en Dios supone un reto en la vida, porque a Dios no le vemos. Pero el que confía ve como su vida va cambiando, las circunstancias se transforman, y vivir ya no es una carga pesada. La confianza hace que la existencia sea cada día nueva, porque se puede empezar en el hoy de cada mañana, y decirle al Señor: aquí estoy.

Confiar es dejarse hacer por Dios, en los pequeños detalles que van llenado la vida y la existencia. Confiar es creer que la luz del Señor te va a transformar en tu cotidianidad, sin que hagas nada, porque él lo va hacer todo. La confianza nos lleva a vivir disfrutando.

También confiar en el momento del dolor, nos ayuda a mirar al Señor, y saber que él está a nuestro lado. Cuando en el sufrimiento se experimenta que ya no puedes con la carga y la situación te hace sentir superada, confiar en el Espíritu te hace tener una existencia nueva. Él es el único que te puede liberar del peso que supone esa situación de dolor para ti. Y si confías llega la paz.

De este modo, confiar puede implicar tener una vida de alabanza a Dios. La confianza y la alabanza van unidas. Si crees que Dios tiene poder, le darás gloria por ello. Si eres consciente de que Dios todo lo puede, alabaras al Dios que cumple sus promesas.  La confianza nos lleva a creer en un Dios-Creador que todo lo ha hecho bueno, y en un Dios-Padre que te ama como hijo predilecto suyo.

De esta forma, la confianza en Dios nos lanza a fiarnos de los que Dios ha puesto en nuestro camino. Confiar implica acoger que los demás quieren lo mejor para cada uno, porque quieren que vivas feliz; es fiarse de que buscan tu bien para que vivas en verdad. La confianza en el otro nos mueve a una mayor caridad con nuestros hermanos a los que amamos porque son hijos de Dios. Confiar da un impulso nuevo a la vida. La confianza en los demás es un regalo y un don que necesitamos pedir al Espíritu. Fiarse del otro a veces no resulta fácil porque en muchas ocasiones hemos recibido de algunas personas actos de desconfianza hacia cada uno que nos hacen dudar del amor de los demás. Pero si pedimos con fe al Espíritu la sanación en nuestro corazón de esa desconfianza en la que a veces hemos podido vivir envueltos, la existencia alcanza un horizonte nuevo, y podemos aprender que tener confianza en los tuyos te cambia por dentro y eres más feliz. Confiar va a suponer vivir de nuevo para tener una existencia que brote del don del Espíritu que nos lanza a una mayor caridad con el otro y colma nuestra vida de esperanza.

Así, la confianza en Dios nos lleva a la confianza en nosotros mismos. Apoyados en Él podemos reconocer mejor aquellos dones que nos ha regalado y ponerlos en práctica. Fiados en su providencia, tenemos la confianza de que podemos vivir sin complejos y lanzarnos a sacar lo mejor de nosotros para ponerlo al servicio de los demás. Desconfiar de que no valgamos y no seamos capaces nos hace tener una existencia empequeñecida y sin esperanza. Cuando pasamos a confiar en nuestra capacidad de “poder hacer” la vida se llena de entusiasmo y nos lanzamos hacia Dios con la mirada que él nos da: una mirada de ternura y de confianza en que sí podemos.

En definitiva, confiar en Dios nos lleva a confiar en el otro, para desde la confianza en mí mismo, pueda amar, tener la esperanza y la fe de que en Dios todo es posible.

Belén Sotos Rodríguez