La palabra griega “logos” no es palabra tal cual, sino un ser que da sentido, entendimiento a algo. Por ejemplo, la palabra “mesa” no es la unión de cuatro letras sin más. "Mesa" significa un mueble con una superficie horizontal pensada para depositar objetos. La palabra “mesa” da sentido al mueble, ya que comprendemos para qué ha sido hecho por el carpintero. Hoy en día hemos perdido la noción de ser universal. Pensamos que las palabras son designaciones arbitrarias dadas según nuestro interés del momento. Una mesa puede ser silla o lámpara con sólo llamarlas así.
Hemos hecho nuestro el nominalismo que en el siglo XIII desafió a la Iglesia y la civilización occidental. Por eso la lectura de hoy domingo nos resulta con complicada de entender. A la mayoría de nosotros nos parece un desvarío sin demasiado significado. ¿Por qué llamar Palabra a Cristo?
Así como los enfermos del cuerpo necesitan un médico, del mismo modo los enfermos del alma precisan de un pedagogo (educador), para que sane nuestras pasiones. Luego acudiremos al maestro, que nos guiará en la tarea de purificar nuestra alma para la adquisición del conocimiento y para que sea capaz de recibir la revelación del Logos. De esta manera, el Logos —que ama plenamente a los hombres—, solícito de que alcancemos gradualmente la salvación, realiza en nosotros un hermoso y eficaz programa educativo: primero, nos exhorta; luego, nos educa como un pedagogo; finalmente, nos enseña.
Nuestro Pedagogo, pequeños, es semejante a su Padre-Dios, de quien es precisamente Hijo, sin pecado ni reproche y sin pasiones en su alma. Dios sin mancha en forma de hombre, cumplidor de la voluntad del Padre, Verbo-Dios, que está en el Padre, que está a la derecha del padre. Dios, incluso por su figura.
Es para nosotros modelo sin defecto; debemos procurar con todo empeño que nuestra alma se le parezca. Él, totalmente libre de pasiones humanas, es el único juez, por ser el único impecable. Nosotros, en cambio, debemos esforzarnos, en la medida que podamos, por pecar lo menos posible, pues nada es tan apremiante como alejarnos, en primer lugar, de las pasiones y enfermedades, y evitar después la recaída en el hábito de pecar. (Clemente de Alejandría. El Pedagogo, Libro I, 2-3)
¿Por qué llamar Palabra a Cristo? Porque Cristo es la Palabra que nos da sentido como seres humano. Fuimos creados por la Palabra de Dios y en esa Palabra encontramos lo que realmente somos y para lo que vivimos. Igual que es necesario saber que una herramienta es un destornillador, para utilizarla convenientemente, Cristo no da sentido dentro de nuestro mundo. Quien pierde o desconoce su sentido, es como un destornillador que no sabe si es martillo, alicate o florero. Si desconocemos qué somos y la razón de nuestra existencia, viviremos haciéndonos daño a nosotros mismos y a los demás. ¿Qué es ese daño? El pecado.
La Palabra es Luz, porque da entendimiento y conocimiento de nosotros mismos y de todo lo creado. Quien rechaza la Palabra, que su propio sentido, rechaza la Luz. Vivir en tinieblas existenciales conlleva dolor y sufrimiento. Vivir en la tinieblas, significa injusticia y desolación. Unos se aprovechan de otros y les engañan con facilidad: no pueden ver porque no han recibido la Palabra, la Luz, que les da sentido, razón existir y vivir cada momento.
Dice el Evangelio de hoy: “Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios”
Cristo vino y viene a nosotros. ¿Lo recibimos? ¿Dejamos que sea El quien nos de sentido y se manifieste a través nuestra? A quien le recibe y cree en lo que Dios desea para él, Cristo le da la posibilidad de ser hijos de Dios. ¿No es maravilloso?