Un latinajo como otro cualquiera pero menos conocido, y que sin embargo dará solución a la ardua cuestión que viene a plantear en tierras alemanas la Reforma Protestante de Lutero.
Traducible como “de cada rey su religión”, representa la solución alcanzada en la Paz de Augsburgo firmada en 1555 entre el Emperador Carlos V y la Liga Esmalcalda, a la que se enfrentaba en guerra desde el año 1545 y a la que había derrotado en Mülberg en 1546, aunque el devenir posterior de las hostilidades terminara no siendo tan favorable a la causa imperial. Por virtud de ella, el príncipe de cada estado de los muchos en los que se dividía la Alemania de la época decidiría si su estado deseaba mantenerse leal a Roma o, por el contrario, acogerse a la Reforma luterana y renegar en consecuencia de la obediencia papal. La máxima, sin embargo, no aparece recogida con tales palabras en la Paz de Augsburgo y según parece, habría sido acuñada muy posteriormente para describir lo establecido en ella por el jurista alemán Joachim Stephani, de la Universidad de Greifswald, que la habría propuesto en una publicación de 1612.
Políticamente hablando, el principio no dejaba de tener una segunda derivada, relacionada con la obediencia que debían los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico al Emperador, poder que, por emanar igualmente de Roma, -no se olvide que el Emperador lo coronaba el Papa-, quedaba severamente cuestionado. A los efectos, debe recordarse que es el emperador español Fernando I, educado en España por Fernando el Católico, a quien toca lidiar con la aplicación del principio, ya que para entonces, su hermano Carlos V, en el acto que se conoce como la Doble Abdicación de Bruselas de 1556 (pinche aquí para conocer sobre las abdicaciones de los reyes españoles), había cedido en él sus derechos imperiales.
Al día de hoy, su consecuencia evidente es que cuando uno recorre los distintos núcleos urbanos de la ancha geografía germánica se encuentra que mientras una ciudad o pueblecito es caracterizado, pongo por caso, de católico, el/la de al lado, a apenas dos kilómetros o tres, es caracterizado de evangélico, luterano o protestante (pinche aquí para conocer el interesante origen etimológico del término), elija Vd. la palabra que le guste más.
Lo que, por otro lado, no obsta para que el paso del tiempo haya atemperado la composición demográfico religiosa de cada uno de esos ciudades y pueblos y en muchos de ellos, convivan iglesias católicas con iglesias protestantes, cuyas diferencias, muchas veces, no son fáciles de identificar desde fuera, y no se detectan hasta entrar dentro. Cuestión que por cierto, en la región que visité con mi familia este verano, la archidiócesis de Paderborn, no sé si también en otras, algunas iglesias católicas resuelven haciendo ondear la bandera albigualda de la Santa Sede (pinche aquí si le interesa conocer el origen de la bandera vaticana), que identifica a las claras su adscripción.
Y otro día les contaré una interesante anécdota que me ocurrió hace ya unos años en la catedral protestante de Berlín, cuanto menos curiosa. Pero eso será como les digo otro día, que por hoy, ya he reclamado de Vds. bastante tiempo. Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Y mañana más. Como siempre.
©L.A.
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