Uno de los más conocidas (y celebradas) sentencias de
Jesús es aquélla que dice
“es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos”, (Mt. 19, 23-24), que ya tuvimos ocasión de comentar ampliamente hace ya algún tiempo (
pinche aquí si le interesa saber lo que entonces decíamos). Conocida por la belleza de la comparación que realiza, y conocida y no menos, por la dureza de la afirmación realizada.
En el Evangelio de Lucas le vemos
admonizar a
Jesús:
“Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo” (Lc. 6, 24)
Ahora bien, ¿quiere ello decir que Jesús no se relacionó con ricos, y que algunos de sus amigos no fueron, ellos mismos, ricos? A lo mejor no tanto.
Para empezar, del
Zebedeo, dos de cuyos hijos militarán entre los principales discípulos de
Jesús, se dice que tiene jornaleros -
“y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él” (Mc. 1, 20)- lo que ya indica una extracción social que no es precisamente la de un pordiosero.
De
Lázaro (
pinche aquí si le interesa conocer mejor al personaje), o mejor dicho, de su hermana
María, se dice que
“tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos” (Jn. 12, 3), tan caro que según se dice,
“al ver esto los discípulos se indignaron y dijeron: ‘¿Para qué este despilfarro?’”, lo que nos sitúa una vez más ante una familia, la de María y Lázaro, de cierta capacidad adquisitiva, como así lo recoge, por cierto la tradición.
Un producto no menos caro, mirra y áloe, y nada menos que cien libras, vemos manejar a otro de los buenos amigos de Jesús,
Nicodemo, que lo pone a disposición para el enterramiento de Jesús:
“Fue también Nicodemo -aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras” (Jn. 19, 39).
De
José de Arimatea, que provee el que será el sepulcro de
Jesús, dice
Mateo:
“Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho también discípulo de Jesús” (Mt. 27, 57).
Si bien es verdad que de ellos dice Jesús
“no necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”, no menos cierto es que a
Jesús le reprochan sus contemporáneos precisamente que
“come con los publicanos” (Mc. 2, 16), recaudadores de impuestos a los que cabe imaginar algo más que una potente capacidad adquisitiva. Precisamente un publicano es incluso uno de los apóstoles:
“Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví [llamado Mateo en el evangelio de Lucas]
, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: ‘Sígueme’. Él se levantó y le siguió” (Mc. 2, 13).
Y no sólo con publicanos… ¡sino con sus jefes! De
Zaqueo dice el
Evangelio de Lucas, que es quién lo presenta:
“Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico” (Lc. 19, 2).
Zaqueo no necesita ni invitar a Jesús a comer para que éste le diga:
“Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa” (Lc. 19, 5).
Por último, incluso entre las mujeres discípulos citadas en el Evangelio, Lucas nombra específicamente a
“Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes” (Lc. 8, 3), a la que cabe suponer no ya bienes, sino incluso una probable fortuna. Por cierto que entre las mujeres que seguían a Jesús, y siempre según Lucas, iban también
“otras muchas que les servían con sus bienes” (Lc. 8, 3).
Y bien amigos, esto es todo por hoy: que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más, y si podemos, mejor.
©L.A.
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