Navidad es eso: Navidad. Ya está dicho todo. No hace falta explicar mucho más, pues a pesar de los intentos por secuestrarla y convertirla en la gran fiesta del consumo, la ternura que contiene siempre logra abrirse paso y pone una semilla de esperanza incluso en los corazones más endurecidos. Es la magia, el encanto, el misterio de la Navidad. Es el efecto de ver la escena más conmovedora del mundo: una madre que sostiene a su hijo recién nacido entre sus brazos. El desvalimiento de ambos mueve a la ternura y a la compasión y nos lanza decididamente hacia la caridad.
De eso ha hablado el Santo Padre en su mensaje, tanto en la homilía de la Misa del Gallo como en el que pronunció antes de impartir la bendición "Urbi et Orbi" en la mañana de Navidad desde San Pedro. En Navidad, Dios sale a tu encuentro y, como dice el Papa, se siente atraído por tu pequeñez. Nuestros pecados, nuestra miseria, en lugar de repugnarle le conmueve y se lanza, como el buen pastor que es, en busca de la oveja perdida. Y cuando la encuentra no la regaña, no la castiga, sino que la carga sobre sus hombros y la devuelve al redil de donde escapó. El Niño de Belén, lo mismo que el hombre que andaba sobre el agua en el lago, el que se complicaba la vida por sanar a un leproso en sábado o el que moría torturado en una cruz, es el mismo: es el Dios de la infinita misericordia. Todo empezó allí, en Belén, y allí el mundo descubrió, sorprendido, cuánto es capaz de amar un Dios que sigue siendo Todopoderoso aunque acepte nacer en una cueva.
Por eso dice muy bien el Papa Francisco que hay que dejarse salvar por Dios, hay que dejarse encontrar por el buen pastor. Clero que, para eso, hay que reconocer que se necesita esa salvación, que se está herido, que se ha cometido pecado; por eso, los peores enemigos de la actuación salvadora de Dios son los que dicen que el pecado no existe, que la confesión está de más y que el Señor va a salvar a todos aunque éstos no se arrepientan. La misericordia de Dios está buscándote, está buscándonos; es Él quien ha tomado la iniciativa y ha salido a nuestro encuentro. Basta con decirle un "perdóname" o un "sálvame" y ya lo tienes a tu lado para darte la salud, la felicidad, la vida.
Déjate salvar, déjate curar, déjate encontrar. Y hazlo con la humildad de que admite que necesita ayuda. Hazlo pidiendo perdón. Eso es todo, al menos para empezar. Luego vendrá una historia de lucha contra el pecado, para desarraigar las raíces profundas de los vicios. Pero el paso más importante ya estará dado y consiste en decir, simplemente, "ven, Jesús, salvador del mundo y salvador mío. Te necesito".