Dios omnipotente…, en su inmensa grandeza y como prueba palpable de esos anteriores adjetivos nos ha hecho a todos diferentes. Desgraciadamente no somos consciente de esta afirmación, cuyo fundamente está en la omnipotencia de Dios. No aceptamos más que lo que vemos con los ojos materiales de nuestra cara y es bien poco lo que a través de ellos podemos ver, pues al ser estos, parte del orden material solo están, capacitados para ver lo material.
Pero por encima del orden material está el orden espiritual que es Dios mismo y solo los ojos de nuestra alma, si tienen luz divina para ser iluminados pueden captar, aunque sea pobremente algo del reino de lo espiritual, al que estamos todos llamados a que nuestras almas lo ocupen en su plenitud de gloria, aunque hay muchos que aún no se han enterado de esta llamada y si se han enterado, prefieren las lindezas que encuentran en el demonio, el mundo y la carne, que son los tres enemigos de que el hombre alcance su glorificación eterna.
Aunque no lo veamos, las cosas son como son y funcionan, con arreglo a las leyes de Dios omnipotente, y una de ellas nos dice que nada hay en la creación de Dios, que sea clon de otra, ya se trate de un ser humano, animal o vegetal, ya se trate de cualquier otro elemento material, sea una montaña, una isla, un arroyo, un río las olas de los mares o las nubes del cielo. Si no fijamos en los árboles o las plantas nunca encontraremos dos iguales, ni siquiera las hojas de un mismo árbol son iguales entre sí, todas son diferentes las flores que tanto nos llaman la atención, son diferentes, pero no solo en su aspecto exterior sino también en su propia genética. Diferentes somos todas las personas en nuestra composición material, en nuestro aspecto exterior y en nuestra genética, al igual que nuestras huellas digitales, son distintas, lo son también el iris de nuestros ojos y hasta nuestras enfermedades, no hay dos iguales.
Si meditamos detenidamente todo esto, llegaremos a la conclusión, de que por mucho que llegue a avanzar nuestra tecnología, de la que tan insensatamente nos sentimos orgullosos, nos daremos cuenta de que jamás un ser humano con su trabajo o millones de seres humanos, trabajando todos ellos coordinadamente, podrían nunca crear un mundo como el que vivimos, y mucho menos un universo, donde nuestro mundo, es una insignificante hormiga en su tamaño, comparado con otros planetas de otras muchas galaxias.
Pero todo esto es en relación, al orden material visible para los ojos de nuestra cara. Pero es el caso, de que el orden material, es un apéndice del orden invisible a los ojos de nuestra cara, pero si visible a los ojos de nuestra alma, cuando se trate de un alma que los tenga desarrollados, aunque solo sea parcialmente y estén iluminados por la Luz divina. Dios es espíritu puro creador de todo lo visible y lo invisible a los ojos de nuestra cara. Y según nos aseguran los principios del planteamiento antrópico todo el universo tan gigantesco como nos parece y eso que aún no hemos logrado verlo entero y menos aún pisarlo, pues bien, el solo fue creado en atención a la existencia del ser humano. ¡Dios mío, cuán grande es tu amor por nosotros! ¡Y cuán grande es nuestra ingratitud y desamor a Ti! Y esta desigualdad material entre nosotros es plenamente visible y comprobable. Solo hace falta salir a la calle para verla.
La grandeza de Dios no cesa, haciéndonos a todos diferentes en todo, sino que continúan las notas diferenciales entre nuestras almas, las almas creadas por Dios son totalmente diferentes, igual que los cuerpos que envuelven las almas. No existen dos almas iguales, todas son creadas por Dios, pero con una continua desigualdad. Cada hombre es un individuo único que no se repite nunca. Dios nos quiere a todos en nuestra singularidad irrepetible. Esto significa, escribe Benedito XVI, cuando era cardenal Ratzinger, que por tanto, que Él llama a cada hombre sirviéndose de un concepto, que solo Él conoce y pertenece exclusivamente a a ese hombre o mujer”.
Y como toda persona es única e irrepetible, nos dice Nemeck F. K. y Coombs M. T. que cada uno de nosotros tiene un camino singularísimo que recorrer. Desde el instante de nuestra creación individual, Dios implanta su dirección espiritual en lo más íntimo de nuestro ser. Y al hacerlo Dios nos consagra para Sí. Cada persona humana está llamada a realizar en Dios, por Dios y para Dios algo irremplazable, que será su contribución a la gloria de Dios.
Pero dentro de esta llamada universal a la santidad, hay lugar para vocaciones diferentes. Cada santo es llamado por Cristo a subrayar un aspecto de su misterio. Cada miembro del pueblo de Dios recibe una vocación particular, un nombre propio que es una llamada a una amistad única con Dios. Para cada uno de nosotros Dios tiene un nombre particular, un nombre que solo El conoce, con nosotros, y que nos liga con El y con la Iglesia. La salvación y la unión de nuestra alma con Dios es, en último extremo, asunto personal; nadie puede sustituirnos en el trato con Dios.
Y dado que cada uno tenemos un distinto camino espiritual para caminar hacia Dios, tenemos que descartar el tratar de seguir milimétricamente los pasos de otra alma aunque se trate de un gran santo. La grandeza de nuestra futura santidad está en ser nosotros mismos, los que amamos al Señor con nuestros aciertos y nuestras miserias, pero en forma diferente y en forma diferente y única cumplimos o tratamos de cumplir con su voluntad.
Porque de la misma forma que, Dios nos ama de una forma diferente a todos y cada uno de nosotros, Él desea que nuestro amor a Él sea también único e irrepetible, como lo es el suyo a cada uno de nosotros. Hay en los evangelios, una frase del Señor muy expresiva a estos efectos y que nos dice: "2 En la casa de mi Padre, hay muchas moradas; si no fuera así os lo diría, porque voy a prepararos el lugar”. (Jn 14,2).
Cada morada en el cielo, está preparada para un amor singular y único, de Dios a cada uno de nosotros y se necesita una reciprocidad de amor, singular y único de nuestra parte para poder corresponder al amor divino. Y para llegar a alcanzar ese amor singular y único que hemos de ofrecerle a Dios, es de tener presente, que este nace de nuestra oración en la que debemos de alcanzar, una relación personal de nosotros con Dios,
Y esta relación, nos escribe Jean Lafrance, es diferente para cada uno de nosotros, por eso ninguna oración personal a Dios, es completamente parecida a otra.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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